Cultura

Dialogar con la ciudad

Los artistas callejeros actúan al límite de la ley con un objetivo: encender la llama de la crítica social.

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04
marzo
2016
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La ciudad como lienzo, el mobiliario público como paleta, la ciudadanía como parte fundamental de la obra. Los artistas callejeros cambian el paisaje monolítico de las ciudades a través de obras que invitan a la reflexión.

Aún no gozan de gran popularidad ni de justo reconocimiento dentro de nuestras fronteras pero los artistas urbanos españoles son una referencia en Europa, desde el santanderino Pejac (de los pocos que ha transitado por galerías de arte), hasta el onubense Man-o-Matic, «escritor de grafiti», como él mismo se denomina, pasando por el segoviano y melancólico Gonzalo Borondo o los madrileños Boa Mistura (cuyas intervenciones —así se denominan sus obras— pueden verse en Panamá, Sao Paulo, Berlín, Noruega o Sudáfrica).

Actúan al límite de la ley con un objetivo: encender la llama de la crítica social. De entre todos, destaca SpY. Nadie conoce su aspecto y no deja rastro autobiográfico, por más que uno se empeñe en encontrarlo. Puede tener treinta o cincuenta años. Tal vez menos. O más. Qué importa. Comienza a actuar en los años ochenta, en Madrid, y, como la mayoría de los artistas urbanos, escoge el grafiti para significarse. Para reivindicar su modo de entender y de hacer arte. A mediados de los noventa, era ya un icono que se dio cuenta de las posibilidades que le ofrecía el propio espacio y decidió intervenir(lo) con una voluntad de mímesis y un modo de proceder siempre sutil. Su arte se ha desplegado en Francia, Alemania, Polonia, México, Estados Unidos o Japón.

Su propósito es sorprender al espectador, que ha de estar atento para reconocer que algo en el contexto cotidiano ha sido modificado. Las intervenciones de SpY quiebran la inercia autómata del urbanita. Por ejemplo, Ellos, donde, en una valla publicitaria, podía leerse: «Piensan que eres estúpido»; por ejemplo una señal de tráfico pintada de blanco opaco, un smile en la luz ámbar de un semáforo céntrico de la capital; por ejemplo un símbolo olímpico de fútbol en una señal de ceda el paso ubicada frente al Bernabéu. No siempre hay un final feliz: «Hay muchos intentos fallidos, es una constante búsqueda de la idea y del medio, el entorno urbano es muy cambiante y está lleno de circunstancias que pueden rodear el éxito de una pieza».

Sus intervenciones no pasan desapercibidas. Piramid es una estructura piramidal formada con vallas de contención, en Wrap envolvió con papel film (traslúcido) un coche de policía alemán, Cameras le llevó a instalar 150 cámaras de vigilancia en la fachada de un edifico madrileño, o, por ejemplo, Leves, en la que agrupa de manera circular hojas caídas en un espacio deportivo, dan buena cuenta de que, cuando gusta, actúa a lo grande.

Sus dos últimas intervenciones, recogidas por todos los medios de comunicación, fueron 0 likes, que consistió en colocar un cartel delante de un vagabundo que pedía dinero; en el cartel se veía un cero (0) junto al símbolo de ‘me gusta’ propio de Facebook. A las pocas horas, este mendigo obtuvo una recaudación insólita. La otra gran intervención de SpY, un mural en Bilbao con la palabra ‘crisis’ escrita con mil euros. Sí, mil euros en monedas de dos céntimos. No duraron ni veinticuatro horas pegadas a la pared. La crisis se esfumó.

Esquivo ante los medios de comunicación, SpY se siente más a gusto en el anonimato. También es Jabs, Jabo y Mambo. Todos la misma persona y, al mismo tiempo, ninguna. Son alias tras los que se esconde la persona real. «No me muestro en entrevistas porque creo que no tiene ningún interés mi persona, lo realmente importante es enseñar mi obra y que la gente la pueda ver y disfrutar».

La inspiración de su obra tiene múltiples orígenes: «A veces, el lugar me sugiere una idea; a veces, una circunstancia social me lleva a desarrollar una intervención; otras veces, una idea me lleva a un lugar, y otras, simplemente quiero contar algo y busco la mejor manera de hacerlo. Procuro ser receptivo al diálogo con la ciudad, que ha sido durante años el marco donde me he expresado y he comunicado mis ideas». La interacción con la gente es fundamental: «Me gusta generar algún tipo de reacción con mi trabajo, procuro despertar y crear una conciencia más lúcida en los espectadores con mis intervenciones. La ironía y el humor son una manera de hacer cómplice al receptor, permiten crear un diálogo y hacen pensar que la obra comunica algo con lo que se puede sentir identificado. Son pequeños pellizcos de intención que hacen que la persona que los recibe vea eclosionada su rutina de urbanita. Si al transeúnte que ha visto la pieza le ha gustado, ve la obra como un acto romántico y se lleva consigo parte de la intervención».

Su trabajo, como el de otros artistas urbanos, es autónomo y, por tanto, resulta de una manifestación artística que ocurre de manera independiente en el espacio público y no responde a intereses comerciales. «Es por mi cuenta y riesgo y sin control por parte de instituciones en forma y contenido», constata. Le gusta descontextualizar las reglas, especialmente en espacios deportivos. «Nos vemos a diario envueltos, invadidos, eclipsados por imágenes y cosas que no pedimos, que no hemos solicitado, para las que nadie nos pide permiso. Al encontrarnos con manifestaciones artísticas en la calle, parece producirse un alivio ante tanta masificación. No significa que sea totalmente una actitud de rechazo ante el entorno impuesto, sino más bien una invitación a reflexionar acerca de la avalancha de imágenes que conforma nuestro paisaje».

Para SpY, la ciudad es un gran lienzo cambiante que nunca se agota. «El entorno urbano es un espacio susceptible de eventos y acontecimientos (por pequeños que sean) donde siempre pasan cosas. Los humanos interactuamos y nos manifestamos de una manera u otra. La condensación de estos eventos hace que la ciudad sude y que haya ciertas manifestaciones que propongan propuestas de cambio, ya sean artísticas o sociales, o simplemente traten de llamar la atención ante un sobreesfuerzo de la urbe».

La espontaneidad del arte urbano, en definitiva, es lo que genera una conexión íntima entre el ciudadano y la obra: «Cuando la gente que es receptiva al diálogo con la ciudad encuentra estas pinturas, reconoce que no tienen un aspecto institucional ni parecen haber sido autorizadas, piensa que hay alguien que se dedica a realizar esas intervenciones de manera gratuita y desinteresada. Esta circunstancia conecta al receptor de la obra y ya pasa a formar parte de ella. Hay una clara diferencia entre arte urbano y arte público, se basa en el consentimiento de las autoridades que gestionan los espacios públicos bajo su supervisión para elaborar manifestaciones artísticas en ellos. Es decir, el artista trabaja con permiso y control de las autoridades. En el arte urbano esto es impensable».

«Hay quien lo identifica con vandalismo»

¿Cuánto tiempo puede transcurrir desde que tiene perfilada la idea de lo que va a hacer hasta que lo hace? Pienso en lo efímero de sus obras de arte, que terminan siendo, a la postre, retiradas por la ‘autoridad competente’ (salvo aquellas monedas de dos céntimos). ¿No le duele que sea tan perecedero algo que provoca tanta fascinación?

El trabajo que realizo tiene en sí mismo un carácter efímero, siempre tiende a desaparecer. Es algo normal y, de hecho, a veces lo provoco de manera activa, como en el ejemplo que has puesto de mi pieza Crisis, en Bilbao. No duró ni 24 horas instalada…

¿Vuelve al ‘lugar del crimen’ o permanece en él para observar la reacción que provocan sus intervenciones?

Respecto al público que recepciona mis obras, he escuchado opiniones de todo tipo, pero generalmente son positivas, hay quien lo ve como un acto gratuito y desinteresado con el que se ven identificados y hay quien lo identifica como un acto vandálico.

Pienso en sus comienzos de graffitero. ¿Puede el arte ser ilegal? ¿Comprende que algunas intervenciones sean tipificadas como delitos?

Es bastante obvio que ciertas actuaciones están tipificadas como delito. Pero la historia del arte está llena de desnudos y no los catalogamos de pornografía. Pienso que es una cuestión de cómo influyen los expertos o los medios sobre la consciencia individual y colectiva.

¿Cómo distinguir una buena intervención de una gamberra, peor, de una estafa?

Supongo que no se puede hacer responsable a un artista de lo que piensa el público de su trabajo; la relación que guarda un artista con su obra es íntima y personal, y la consecuencia de esto debe generar un estado emocional que actué sobre los demás.

¿De qué trabajo se siente más orgulloso?

Los dos últimos proyectos en Bilbao, Crisis, del que hemos hablado’, y Soñar (palabra escrita a tamaño de coloso en  Olabeaga) son con los que he disfrutado mucho en este último año.

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