Educación

TIC y educación: es hora de tomárselo en serio

La tecnología llama a nuestras aulas para quedarse, pero todavía se encuentra la puerta cerrada en la mayoría de ellas por culpa de un sistema educativo anclado durante décadas.

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27
febrero
2016

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La tecnología llama a nuestras aulas para quedarse. El problema es que todavía se encuentra la puerta cerrada en la mayoría de ellas por culpa de un sistema educativo anclado durante décadas, que avanza un paso adelante y dos atrás en gran parte por los vaivenes legislativos de cada Gobierno.

El gerente de Innovación Educativa de la Fundación Telefónica, Javier González, señala tres hándicaps que recorren nuestro sistema educativo de abajo arriba, o lo que es lo mismo, desde primaria hasta los compases universitarios, y que le impide avanzar e integrar definitivamente el uso de las TIC y de nuevos modelos más productivos en general: «La falta de autonomía de los centros educativos. Por mi experiencia, sé que en muchos hay gente que quiere hacer las cosas de otra manera, pero por su dependencia de una administración o un entorno determinado, no se lanzan. La buena noticia es que es un hándicap cada vez menor: cada vez más centros están cambiando las cosas».

Como segundo problema endémico de nuestra educación, González señala el perfil del profesorado. «Muchas veces es demasiado conservador, y no solo por las oposiciones que tienen que pasar para obtener una plaza; también por su formación anterior en pedagogía. En las universidades donde se imparte magisterio, por ejemplo, deben cambiar, abandonar esa fórmula tan anticuada del profesor que llega, echa el rollo y se va. Porque los docentes que salen de ahí muy probablemente repetirán este sistema en sus futuras aulas».

Finalmente, González señala el proceso de selección de los centros educativos y su evolución posterior. «Debe cambiar y atender a nuevos criterios para poder elegir a la gente realmente válida, con aptitudes reales para una nueva educación. Y el docente debe evolucionar, ser evaluado, no seguir siempre igual sino ir innovando y modernizando su sistema de enseñanza. Por suerte, ya hay centros que valoran mucho la motivación a la hora de elegir a sus profesores, y que potencian a los que mejor lo están haciendo y tienen mejores resultados».

En cualquier caso, desde la Fundación Telefónica insisten en que la tecnología es un hecho que ya no se puede obviar en las aulas. «Avanzar en la educación con métodos disruptivos también es, por ejemplo, lograr que un colegio participe en la transformación de su ciudad y viceversa, participando en proyectos municipales o creando un huerto urbano en su patio», dice González. «Pero el componente digital ya no puede desvincularse de la innovación educativa. Obliga a hacer las cosas de una manera distinta, a pensar de una forma distinta. Ya no basta con que el profesor transmita conocimiento. El conocimiento está más disperso, hay que enseñar al alumno a encontrar esa información, pero sobre todo a analizarla y a ser más crítico. No hay que olvidar que la tecnología obliga a un cambio de modelo, pero también lo posibilita: compartir conocimientos, el aula invertida, que el profesor pueda respaldar sus clases con un software diferente y resolver problemas matemáticos de forma colaborativa, escribir conjuntamente en tiempo real…».

El filósofo y pedagogo José Antonio Marina lo lleva al extremo con su proyecto Centauro, aún en ciernes: los niños deben aprender a programar desde pequeños, para diseñar su propio ordenador con la información que van a ir necesitando en la vida. Y el cerebro, ejercitarse para otras cosas, para el análisis, la crítica, la adquisición de aptitudes, etc. «Es similar al lenguaje», explica, «lo creó la mente, y ahora la mente funciona por el lenguaje. Lo mismo debería pasar con el ordenador y el disco duro de cada uno. Que llegue a ser un elemento indisociable de nuestra memoria, una herramienta fundamental».

La secretaria de Estado de Educación, Montserrat Gomendio, expresaba en una reciente columna del diario El Mundo que la universalización del acceso a internet de alta velocidad en los centros implica una revolución en la metodología de la enseñanza, que requiere de un cambio tanto en el papel del profesor como en el del alumno. «El profesor deja de ser un mero transmisor unilateral de conocimientos, para pasar a ser un supervisor del desarrollo individual de cada alumno, y un promotor del trabajo en equipo, la creatividad, y la aplicación del conocimiento a la resolución de problemas complejos. Las tecnologías de la información no son ni mucho menos un sustituto del profesorado sino -al contrario- un potenciador de su papel».

Desde la Fundación Telefónica llevan mucho tiempo desarrollando iniciativas para potenciar dicho papel. Es el caso de su Escuela de Educación Disruptiva, que busca que la educación reglada, también universitaria, se adapte mejor a la sociedad del siglo XXI.  «Llevamos tres años, y queremos potenciar el formato online para que los profesores puedan incorporarlo en sus clases. Abordamos nuevas formas de desarrollar una educación, muchas apoyadas en internet y las tecnologías, como en el caso del aula invertida antes mencionada [los alumnos dejan de ser sujetos pasivos de clases magistrales y pasan a ser parte activa de su propia educación]».

Otra de sus muchas iniciativas es Viaje a la escuela del siglo XXI, un proyecto educativo que identifica las escuelas más innovadoras del mundo para comprender aquellas metodologías clave que están cambiando la educación, y ver las fórmulas para adaptarlas en España. En la misma línea va su Escuela para la Sociedad Digital, una combinación de estudio cuantitativo y cualitativo con los colegios más disruptivos en España, que premia a los más avanzados.

¿Supone la regulación y el continuo cambio de los planes educativos una rémora para llevar a cabo estos proyectos? «Nosotros preferimos hablar de escalabilidad», dice González. «La innovación por ahora es fácil porque tiene un impacto minoritario. Alcanzar a los 600.000 profesores de los 20.000 centros educativos es una tarea casi imposible, pero marcamos pautas de innovación y la capacidad de seguimiento y arrastre empieza a dinamizarse. Y eso es una buena noticia, y una señal de que vamos por el buen camino».

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