Cultura
«Somos la última generación que puede parar el cambio climático»
Elena Anaya no viene a promocionar ninguna película, sino a contarnos su catarsis durante la expedición, de la mano de Greenpeace, por el océano Ártico, uno de los puntos calientes del cambio climático.
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Hace una advertencia al fotógrafo antes de iniciar la entrevista: «Ni se te ocurra usar Photoshop para ponerme los dos ojos del mismo color». Los ojos dicromáticos de esta palentina de 40 años son su seña de identidad: un iris del color del barro, el otro del color del barro verdoso de Formentera. Le otorgan una belleza tan difícilmente encasillable como perdurable en el tiempo. Elena Anaya no viene a promocionar ninguna película, sino a contarnos su catarsis durante la expedición, de la mano de Greenpeace, por el océano Ártico, uno de los puntos calientes del cambio climático.
Tu reticencia al Photoshop coincide con la de otras actrices. ¿Se rompe el tópico del miedo a envejecer?
No se puede luchar contra eso. Yo trabajo con mi cuerpo y con mi cara, pero me apetece ser una persona muy mayor, tener experiencia; cuantas más arrugas, más cosas puedes contar. Como actriz, el bagaje vital es una experiencia valiosísima. Da miedo, y entiendo que la gente vaya a los dermatólogos con pánico, que se cuiden con cremas o cirugía. Soy lo contrario, no me cuido nada, soy un desastre para eso (ríe). Muchos pecan de exceso, yo de todo lo contrario. Acabo de rodar una película con Bryan Cranston [protagonista de la serie Breaking Bad]. La fama le vino tarde, y te diré que es un tío sabio, ahí radica su encanto. No solo por su talento, sino por cómo lo combina con esa elegancia en el set de rodaje. Eso lo da la edad.
Pero sí te preocupa el envejecimiento de algo que no tiene nada que ver con tu profesión: el del Ártico, que se deteriora a marchas forzadas.
Las consecuencias del cambio climático son nefastas, las sufrimos cada día. Lo que ocurre en el Ártico nos afecta a todos, no solo se trata de salvar ese ecosistema tan frágil, que ha perdido el 75% de su volumen de hielo. El casquete Ártico disipa los rayos solares y, cuanto más desaparece y oscurece, porque debajo está el mar profundo, más lo corrompemos. Es el aire acondicionado del planeta y es un problema muy grave que debemos solucionar. Nuestra generación es la única que puede hacerlo. Es nuestra última oportunidad. Si lo dejamos en manos de la siguiente, ya será demasiado tarde.
Tu implicación con esta causa viene de tu experiencia con Greenpeace.
He sido seguidora de esta ONG desde muy pequeña. Un buen día me invitaron, me contaron que el Ártico es el océano más desprotegido del planeta y que quieren crear un santuario, igual que hicieron en la Antártida. Luego conocí al equipo de Greenpeace y no te exagero si te digo que son héroes, son valientes. Defensores de la casa de todos, en definitiva. Y me ofrecieron la expedición al Ártico, conocer aquello de primera mano, vivir experiencias como atravesar el lago Inari a pie, que es totalmente transitable. Por primera vez, no pudimos dormir encima porque ya no existen garantías de que resista. Y conocer a la civilización sami, ancestral, que aún vive del ganado, de los renos. Ese lago helado es la reserva natural salvaje más grande de Europa. Y se estaba deshaciendo. Medimos la temperatura y era la misma que había en Cádiz en ese momento. Era un sol penetrante, y los renos estaban desnortados, nunca habían sentido tanto calor. Los inviernos antes eran más largos, los veranos más cortos, y ahora todo eso está cambiando. Y los sami tendrán que emigrar.
Es un océano rodeado por Estados Unidos, Canadá, Groenlandia, Islandia, Suecia, Noruega y Finlandia. Demasiados intereses sobre una zona que se derrite y destapa un sinfín de recursos.
Claro. Están encima las empresas gasísticas, pesqueras, de transporte… Pero hemos conseguido que Shell se retirase. Recuerdo que llegamos a un puerto en Noruega, un lugar apartado de todo, y me encontré de bruces con una refinería con el logo de Shell. Pensé: «Ya están aquí, no hay nada que hacer». Se me heló el alma, y no precisamente por el frío que hacía. Y mira, después de aquello se han retirado. No es un triunfo definitivo, hay otras empresas allí, pero es un buen comienzo.
El OSPAR [Convención para la Protección del Medio Ambiente Marino del Atlántico del Nordeste, en la que participan 15 países y una representación de la UE] ha firmado la protección del 10% del Ártico para 2016. ¿Albergas dudas de que se llegue a hacer efectivo?
Hay muchos intereses creados en torno a ese pedacito del Ártico, pero soy optimista. Tuve la suerte de conocer al director de Greenpeace y, al contrario de lo que muchos piensan, las ONG no solo se quejan o denuncian: está convencido de que la protección del Ártico será una realidad. En junio se vuelven a reunir, aquí en España. Yo creo que se va a conseguir. Hay más de siete millones de personas de todo el mundo que han firmado esta petición.
En la última campaña electoral, el medio ambiente no figuraba en los primeros puntos de los programas de los partidos. Con este panorama, ¿crees que estamos a tiempo de detener el cambio climático?
Ya ha pasado. El verano fue una pesadilla para todos. Estuve rodando en Budapest y algunos días llegamos a los 46 grados. El clima está cambiando, es un hecho. En España se inundan pueblos en los que nunca había pasado antes. El Ártico se calienta el doble de rápido que el resto del planeta. Si se sigue derritiendo, en España desaparecerán, antes de lo que pensamos, playas como la Concha de San Sebastián. Además, afectará a los viñedos, que es una industria muy importante de nuestro país. No es solo el medio ambiente; lo vamos a ver en la economía. No se trata de que los renos de los samis no tengan musgo para comer. Lo que sucede en el Ártico nos afecta directamente. Greenpeace lanzó una campaña hacia los políticos: «Que el niño que llevas dentro no se avergüence del adulto que eres». No se han dado por aludidos. Pero esas almas sin conciencia harían bien en priorizar el problema del cambio climático, aunque sea por sus hijos y sus nietos.
No parece que tengas mucha fe en la clase política.
Es preocupante. Y no solo porque se desentiendan del medio ambiente. Me genera mucho escepticismo, logran que no crea en la clase política. Tenemos un sistema corrupto a todos los niveles. Vengo de promocionar en México Todos están muertos, y la corrupción es uno de sus mayores problemas, el principal tema de conversación. Imagínate la cara que se me quedaba a mí, como española.
Si allí aún no se han levantado en armas, parece que estamos lejos de reaccionar nosotros, como sociedad.
Aquí existe una gran denuncia pública ante tantos excesos, como el movimiento 15-M de hace tres años. Ahora no podríamos, claro, porque si se te ocurre acampar en la Puerta del Sol te detienen. Esa ha sido la respuesta de los políticos.
El 15-M se ha desinflado, no solo por la ‘ley mordaza’. Da la impresión de que la sociedad española funciona por impulsos, pero le falta perseverancia.
Forma parte de nuestro carácter. Somos viscerales, pero nos cuesta tomar decisiones, dar pasos. Pero soy feliz de tener una alcaldesa como Carmena en Madrid que, por fin, trae algo de intelectualidad al Ayuntamiento. Su gestión no es perfecta, mi barrio sigue muy sucio, pero me da mucha esperanza oírla hablar, con honestidad, con cultura, con preparación. Hacen falta más políticos cultivados como ella.
Por desgracia, no es lo habitual.
El cambio es más fácil en política municipal. Trasladarlo al ámbito nacional se complica.
A mí es a la primera que me da más miedo el cambio en política nacional. Pero voto siempre, aunque me pille viajando por un rodaje. Es una responsabilidad, aparte de un derecho.
El gremio actoral es muy activista en España.
Todos tenemos capacidad de influir, no solo los actores. Sin ti, por ejemplo, yo no podría contar todo esto. Colaboro con Greenpeace y Acnur en dos temas primordiales: el medio ambiente y los refugiados, que también es un drama. La cifra de acogida en los países desarrollados es ridícula. Es inaceptable. He estado en Etiopía, en cinco campamentos, y cada día entran miles. Es uno de los países más pobres del mundo. En Europa están negociando la acogida a la baja, incluso levantan barreras físicas. No entiendo cómo se puede tratar a los refugiados por cuotas. La UE ha pactado el reparto de 120.000. ¿Qué hacemos con el 120.001? ¿Lo dejamos fuera? Es absurdo y cruel.
¿Cómo se lleva un cambio de mentalidad tan radical cuando convives con una civilización maltratada y a la semana siguiente paseas por la alfombra roja de algún festival?
Hay un cambio de chip evidente. Ser actriz conlleva esas cosas, esos ambientes, en ocasiones, más frívolos. Llevo 20 años trabajando y tengo capacidad de adaptarme al hecho de que un día estoy en un hotelazo y al día siguiente me llevan en avión a un campo de refugiados, donde debo dormir en una tienda de campaña compartida, con el espacio mínimo. Me llevo los botes de pasta de dientes del hotel y los reparto luego por ahí. He tenido una educación que me ayuda a llevar esta vida de contrastes.
Empezaste limpiando en la pensión de tu madre, en Palencia. Eso es un curso acelerado de humildad.
Convertimos en residencia una parte de la casa porque teníamos que estirar el dinero como fuera. Nos salió fatal el negocio. Mi madre compraba todos los días merluza fresca para los estudiantes, y así no salen las cuentas [risas].
Acabas de rodar ‘Lejos del mar’ con Imanol Uribe. Habla de ETA y la reconciliación. Un tema muy actual.
El guión me pareció valiente. Imanol llevaba 18 años con esa idea, pero no había llegado el momento, ni la doctrina Parot ni la disolución de ETA, hasta ahora.
Tu papel es muy duro, una persona que se encuentra con el etarra que mató a su padre.
Cuando interpretas a un personaje no tienes que juzgarlo, sino entenderlo. Si a mí mañana me ofrecieran el papel de una sádica, mala como el demonio, me lo pasaría bomba interpretándola. Eso no quiere decir que yo sea así. Pero intentaría entender su psicología. Un actor no solo tiene que identificarse con su personaje: tiene que defenderlo a capa y espada. Eso implica entrar en mundos muy oscuros. Trabajamos con el concepto de sustitución. Son referentes que nunca confesamos, porque son nuestro material de trabajo.
¿Son personas hipotéticas?
No. Reales. Si yo ahora tuviera que interpretar a una asesina que te va a matar, tú para mí serías alguien en concreto que yo tengo en mi cabeza. Tengo que buscar dentro de mí una convicción, por muy dura que sea. En Lejos del mar entro en un personaje que está viviendo una locura. Es un trabajo muy friki, ahora que lo pienso.
¿Tienes una postura sobre esta fase de reconciliación con algunos etarras?
Se me pone la carne de gallina solo de pensar en las consecuencias de la violencia. Pero en nuestro país tenemos un problema con la memoria histórica. Con tapar los sentimientos.
Esto nos lleva a otro debate muy actual.
No entiendo qué problema tienen algunos con desenterrar a tantas víctimas del franquismo de las cunetas, cuando es algo necesario. Querer olvidar el pasado nos va creando una costra, una mochila que se llena de rencor. Volviendo al tema de ETA, expresarse es sanísimo, que la gente cuente lo que le pasa por dentro invita a la reflexión. Es volver a encontrar la normalidad, el descanso. Preparando esta película vi una foto de una víctima abrazando a un etarra que había asesinado a su marido. Ahí había más que un abrazo. Era un reencuentro, un deseo de recomponer algo que hacía mucho tiempo fue destruido.
‘Todos están muertos’ habla de otro drama: el interior.
Vengo de promocionarla en el DF y ha tenido mucho éxito, y está bien porque habla del día de los muertos de México, pero desde el punto de vista de una directora española. Es una película que parte de un tema muy duro, de que, si tienes un drama en tu vida, encerrarte en casa no es la solución.
Pero tengo entendido que eres muy casera.
Claro que lo soy. Cuando puedo enlazar un par de días seguidos en mi casa es una maravilla. Y también me encanta hacer tartas de manzana, como a mi personaje. Saco las uñas y me agarro al hogar como si no hubiera un mañana. Pero la diferencia es que yo lo hago por gusto. Ahora bien: si algún día veo que la protección del Ártico no avanza, te aseguro que lo dejo todo, mi casa, mi trabajo, cojo una zódiac y me planto allí. Esto es lo más importante.
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