Opinión

El sexo y el uso de la lengua

«Quienes hacemos un uso corriente de la lengua asistimos un poco estupefactos ante este nuevo fenómeno que trata de forzar el uso de la lengua para hacerla ‘políticamente correcta’».

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15
febrero
2016

Distintos movimientos sociales se han rebelado en España contra el uso «machista» de la lengua. A partir de este rechazo tratan de imponer un nuevo uso de la lengua que atañe a la manera de entender el sexo. Ya no utilizan más «el hombre» como universal que designa a hombres y mujeres, ahora lo sustituyen por un agotador «los hombres y las mujeres» o bien utilizan el femenino como universal en sustitución de «el hombre». Sin duda desconocen que la lengua dice mal el sexo, que un solo término dice en la lengua la diferencia sexual y que en lo que respecta a lo femenino la lengua se queda corta, no puede decir «el otro sexo».

En la última campaña electoral, algunos políticos que se hicieron eco de esta corriente impulsada sobre todo por la teoría del género, han utilizado expresiones tales como «nosotras estamos contentas por…» para referirse a un universal que la lengua corriente dice en masculino. Y no son solo mujeres las que utilizan el femenino dándole un uso universal, algunos hombres han empezado a usarlo de la misma forma. Hemos podido comprobarlo con asombro en TV.

Quienes hacemos un uso corriente de la lengua asistimos un poco estupefactos ante este nuevo fenómeno que trata de forzar el uso de la lengua para hacerla «políticamente correcta», por creer que hablando en femenino se hace posible lo imposible de decir.

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No siempre somos espectadores de lo que está sucediendo, también podemos ser cuestionados por quienes pretender universalizar un uso, en principio privado, de su lengua. Llegados a este punto toda conversación concluye o se convierte en una discusión generalmente sin salida sobre cómo debe usarse la lengua. Se trata de una reforma ideológica de la lengua que se quiere imponer, obviando que hay un real que la lengua no dice y que hay un gusto en el decir difícil de cambiar.

Sabemos que hay sujetos que rechazan los efectos de limitación que la lengua ejerce sobre el goce de los hablantes y prefieren pensar que la represión es cosa de la tradición o de la cultura. También sabemos que la lengua produce goce y es un vehículo de goce. Hasta aquí no hay problema, el problema surge cuando quienes piensan de esta manera exigen eliminar el saber y la razón con el argumento de que solo se trata de aceptar los hechos. Hace poco asistí a una mesa redonda sobre transexualismo en una universidad, cuando uno de los ponentes comenzó a desplegar su teoría sobre el transexualismo se vio interrumpido con agresividad por varios transexuales que le objetaron que toda teoría que trate de explicar un hecho como el transexual es en realidad un rechazo del transexualismo y que no hay que hacer ningún tipo de reflexión sino aceptar el hecho y punto. Lo sorprendente fue que la autoridad académica que asistía al acto se plegó sin decir una palabra ante semejante desatino. ¿Estamos asistiendo al surgimiento de un nuevo fundamentalismo que en nombre de los hechos rechaza el saber?

El rechazo de algunos sujetos a ser nombrados con cualquier término que le dé una identidad sexual se manifiesta en casos extremos entre quienes no quieren ser considerados ni hombre, ni mujer, ni homosexual, ni travesti, ni transexual. Sujetos que, por otra parte quieren ser reconocidos, al menos algunos, como quienes rechazan cualquier tipo de identidad sexual que los identifique.

¿Se plegaran las distintas disciplinas, los distintos saberes, a su autoinmolación para ser respetuosos con los hechos? ¿Qué posición podemos tomar los psicoanalistas frente a este fenómeno tan parecido a cualquier fundamentalismo? ¿Nos resguardamos en la consulta, único lugar donde algo podría ser dicho y escuchado o trataremos de decir públicamente cual es nuestra posición al respecto? Al parecer la posición pública de Lacan en mayo del 68 frente a los estudiantes desalentó a algunos de embarcarse en opciones como extremas como la guerrilla urbana u otras.

Cuando se habla en público no se sabe si alguien podrá escuchar lo que se dice, no hay garantías de ser oído, lo que no puede ser una coartada para callar. En este caso, me parece que se trata de la ética de cada uno. La ética, que como sabemos no es la relación que tenemos con las normas o los ideales, sino la relación que cada uno tiene con lo real.

Araceli Fuentes es psicoanalista, miembro de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis y de la AMP.

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