Opinión

El desafío de la inclusión

La Convención de la ONU sobre Discapacidad, aprobada en 2006, articuló los derechos de este colectivo. La educación es una de las principales batallas que librar.

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15
junio
2015

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Inclusión, que no integración. Ésta obliga a las personas en riesgo de exclusión a adaptarse –como puedan- a las condiciones existentes. Aquella, inclusión, habla de la ductilidad del entorno a incorporar la diferencia. La discapacidad, por ejemplo. La discapacidad es una peculiaridad más de la persona, no el único rasgo que concurre en ella.

La Convención de la ONU sobre Discapacidad, aprobada en 2006, articuló los derechos de este colectivo. España ratificó el texto un año después de su promulgación, pero para evitar que se quede en abstracción y garantizar que tenga refrendo real se requiere de la participación de todos los agentes implicados: administraciones, entidades públicas y privadas, empresas y sociedad civil. 

El camino comienza con la educación primaria. En la medida de lo posible, debemos procurar que los alumnos con discapacidad dispongan de los recursos (técnicos, humanos) que les permitan recibir la formación en colegios ordinarios. Hay casos en los que difícilmente puede conseguirse, pero no por ello hay que renunciar al propósito de que sean cuantos más mejor quienes estudien rodeados de personas que no tienen discapacidad, de modo que se produzca una simbiosis de cualidades y valores que enriquezcan a todos.

La formación superior es un trayecto más pedregoso. Es cierto que el número de universitarios con discapacidad aumenta de manera constante (según los últimos datos, en los próximos cursos habrá más de veinte mil estudiantes con discapacidad en las universidades de España), pero todavía son insuficientes. Necesitamos que los campus eliminen sus barreras, no sólo las físicas, por supuesto, sino también las de la comunicación: intérpretes de lengua de signos, más tiempo para quienes tienen dificultades de comprensión. Si hablamos de los estudios de postgrado los datos menguan: apenas el 0,5 por cientos de los alumnos con discapacidad se embarca en ellos. Dato que hay que enmendar.

Una vez formados, el panorama del mercado laboral es mucho más amable. En apenas un par de décadas hemos pasado de reservar algunos puestos menores –en todos los órdenes- para las personas con discapacidad, entintados de caridad y buenas intenciones, a entender que, con las adaptaciones necesarias, la discapacidad no interfiere en el desempeño de un puesto de trabajo, por mayor responsabilidad que tenga. Hay soldadores, jardineros, gasolineros, cajeros, secretarias… también  arquitectos, ingenieros, filólogos, químicos, médicos, periodistas… y empresarios. Sí, empresarios también: cada año, mil personas con discapacidad se establecen como autónomos, según datos del Comité Español de Representantes de Personas con Discapacidad, Cermi.

No siempre cabe la melancolía. Cualquier tiempo pasado no siempre fue mejor. Basta echar un vistazo a la situación vital de las personas con discapacidad hace no tanto para darse cuenta de que hemos avanzado, mucho y bien. Sin embargo, el gran desafío que encaran ahora es mantener el terreno conquistado y no permitir que los recortes, las políticas de austeridad, la sombra de los prejuicios –que siempre crece al amparo de la depauperación social- menoscabe los logros obtenidos. Se trata, pues, de seguir avanzando. Y de tener muy presente aquello que decía un tipo al que ya nadie cita, Marx, y del que rescato esta idea de su obra póstuma ‘Crítica del Programa de Gotha’: “De cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades”.

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