Opinión

Riqueza extrema y secuestro democrático

La desigualdad económica mundial es la gran amenaza del siglo XXI, un foco muy potente donde se acumulan graves riesgos sociales y económicos.

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29
julio
2014

Tanto en países ricos como en países de renta media y baja, el 10% más rico de la sociedad ha aumentado sus ingresos de manera exponencial en los últimos 30 años, mientras que los del 40% más pobre de la población han disminuido. Hoy, siete de cada diez personas viven en países donde la desigualdad ha aumentado durante dicho periodo. Si miramos a los más ricos entre los ricos, resulta que 85 personas, las 85 más ricas del mundo según la lista Forbes, tienen una riqueza igual a la que comparte la mitad de la población mundial, es decir, a la de 3.600 millones de personas.  Es más, la mitad de la renta mundial está en manos del 1% de la población, y la riqueza de este 1%, que asciende a 110 billones de dólares, es 65 veces superior al total de la renta que posee la mitad más pobre de la población mundial.

En muchos países -incluidos China, Indonesia, Pakistán, India y Nigeria-, la participación en la renta nacional del 10% más rico de la población ha aumentado desde los años 80, mientras que la del 40% más pobre ha disminuido, incrementándose por tanto la desigualdad. En Estados Unidos, el 1% más rico ha acumulado el 95% del crecimiento total posterior a la crisis desde 2009, mientras que el 90% más pobre de la población se ha empobrecido aún más.

¿Cómo es posible que el crecimiento económico de las últimas décadas se haya acumulado de esta manera en manos de un porcentaje tan pequeño de la población? Para entenderlo, merece la pena revisar qué ha ocurrido en casi todo el mundo desde los años 80 en tres ámbitos: la desregulación de los mercados financieros internacionales (para favorecer la libre circulación del capital), las bajadas generalizadas de tipos impositivos máximos (para exonerar a las rentas más altas y al capital) y el debilitamiento de los mecanismos de negociación laboral (para abaratar el coste del trabajo). Estas medidas se han justificado con el argumento de que el capital, exento de impuestos y circulando libremente, sería invertido de manera productiva y generadora de empleo.  Lejos de cumplirse la profecía, lo que ha ocurrido es que el capital se ha acumulado de manera obscena en pocas manos, y en el afán por seguir multiplicándose cuando las iniciativas productivas se agotaban, se diseñó el entramado de economía ficticia que desembocó en la gran recesión del siglo XXI.

Intermon-Oxfam1

Nada de esto ha ocurrido por impulso de la naturaleza ni por azar. Los mercados y el capital no son entes abstractos ni tienen vida propia, sino que operan y se rigen por órdenes y decisiones de personas concretas. Y lo que denuncia el informe Gobernar para las élites: Secuestro democrático y desigualdad económica de Intermón Oxfam es precisamente que quienes han defendido la bondad del liberalismo económico son quienes se han beneficiado del mismo, es decir, las personas más ricas del planeta.

Porque la desigualdad no es sólo el problema de una distribución aberrante del dinero y la riqueza. La acumulación de riqueza corroe las instituciones y los procesos democráticos, de manera que las decisiones políticas en vez de procurar el bienestar de la mayoría, sirven a los intereses de una minoría. Esta intromisión de los intereses económicos en el discurso mediático y en la agenda política perpetúa sus privilegios y redunda en más acumulación de riqueza y mayor desigualdad, prolongando así la injusticia a lo largo de generaciones.

La penetración que ha tenido nuestro informe demuestra que hemos puesto sobre la mesa los argumentos, el diagnóstico y las soluciones que dibujan una realidad que preocupa profundamente a ciudadanas y ciudadanos de todo el mundo. Una realidad que, destapada de esta manera, resulta muy incómoda no sólo para esa élite que señalamos, sino también para aquellos que defienden las bondades del enriquecimiento desmesurado en pro de un modelo económico y social elitista.

No se puede ganar la lucha contra la pobreza si no se ataja el problema de la desigualdad económica.  Es posible hacerlo y promover al mismo tiempo el crecimiento económico; hay ejemplos en la historia donde se ha hecho así. Los líderes políticos y económicos mundiales deben poner en marcha las bases para la fiscalidad del siglo XXI, donde la evasión y la elusión fiscal no tengan cabida, se ponga fin a los paraísos fiscales, se acabe con la opacidad y se hagan públicas todas las inversiones, y donde los ricos jamás contribuyan menos que las personas con menos recursos; un futuro donde se garanticen salarios y condiciones dignas para todos los trabajadores, donde los gobiernos inviertan el dinero público en sistemas de salud, educación y protección social universales y calidad, y donde se garantice la igualdad de oportunidades y se refuercen las democracias, que son patrimonio de la ciudadanía.

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