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El crepitar de la paciencia en medio de la urgencia

Ante situaciones de extrema necesidad, no solo buscamos tener recursos a nuestra disposición, sino también manos que sepan qué hacer con ellos. No solo buscamos operatividad, sino también la seguridad que da la ejemplaridad ante momentos de profundo dolor y miedo: una colaboración entre representantes de distinto signo político y responsabilidad administrativa.

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15
septiembre
2025

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Cuando hablamos de riesgos para los que deberíamos habernos ido preparando hace años, nos referimos a los daños que sufren los vecinos castellano-leoneses, los montes gallegos, los pueblos levantinos o la sequía de apellidos andaluces. Pero también señalamos una necesidad imperante: representación de utilidad.

Presenciar este verano los mayores peligros que España enfrenta y enfrentará con respecto a la crisis climática, vivir de primera mano la falta de prevención o contemplar desolados discursos repetitivos con déficit de ejemplaridad no hace sino dejarnos sumidos en una desesperación común frente a una desoladora vulnerabilidad. A dónde nos lleva esto, te preguntarás. Hacia la puerta de entrada favorita de voces que gozan de terrible popularidad y que se empeñan en hacernos dudar: ¿para esto doy a mis instituciones legitimidad?

Sin tanta rima, es útil recordar que la Organización de Naciones Unidas (ONU) y sus agencias llevan mucho tiempo advirtiendo a gobiernos, empresas y sociedad acerca de los peligros a los que tendríamos que hacer frente si no invertimos en políticas de prevención, en acción climática. Para ello, no solo usaron palabras, sino que utilizaron la fórmula que más tranquilos nos puede dejar: números. El llamamiento a la acción contra el calor extremo que realizó la Secretaría General de la ONU (2024) cuantificó algunos de sus costes y beneficios.

Con la mirada puesta en la economía: por cada grado que se incrementa en la temperatura media global, aumenta la pobreza en un 9,1%; la productividad se reduce a la mitad cuando vivimos temperaturas entre 33 y 34ºC; y la prevención de perjuicios laborales relacionados con el calor excesivo podrían suponer un ahorro de más de 361 mil millones de dólares a nivel mundial.

La productividad se reduce a la mitad cuando vivimos temperaturas entre 33 y 34ºC

Con la mirada puesta en la salud: en épocas de gran estrés térmico, se pueden llegar a saturar los servicios sanitarios de urgencia y atención primaria, con las implicaciones que ello genera al personal sanitario y a los costes indirectos en las arcas públicas de cada Estado. Del mismo modo, cabe resaltar que la falta de acceso a agua potable o en condiciones de higiene aceptables conduce a la propagación de enfermedades infecciosas por transmisión de virus y bacterias resistentes a esas temperaturas.

No solo arden los montes, las casas y las tradiciones de una España que se empeñan en llamar vaciada. No solo se llenan de nubarrones los cielos de los campos de Castilla sobre los que ya escribió Machado y de los que ahora no podemos dejar de leer en periódicos menos poéticos, más directos. Arde nuestra paciencia, arde nuestra comprensión y rugen los truenos de nuestra desesperación.

La base de una democracia que sobrevive a oleadas de desafección es la confianza que puede llegar a generar la correcta gestión de los recursos existentes, incluyendo en este punto a esas personas que se encargan del «papeleo» que implica dar garantías a sus representados de que nunca les faltará de nada, menos aún de lo básico.

¿Para qué sirve la democracia? Ante situaciones de extrema necesidad y urgencia, no solo buscamos tener recursos a nuestra disposición, sino también manos que sepan qué hacer con ellos. No solo buscamos operatividad, sino también la seguridad que da la ejemplaridad ante momentos de profundo dolor y miedo: una colaboración entre representantes de distinto signo político y responsabilidad administrativa. En momentos de urgencia, necesitamos recuperar la humanidad.

En democracia no solo se busca tener garantías legales, sanciones e incentivos para actuar y prevenir. Se busca también sentido común, que no deja de ser el más básico de los sentidos cuando hablamos de establecer prioridades, asumir costes o lanzarse a inversiones que implican un largo plazo.

Esto es, un compromiso por parte de los partidos que aspiran a gobernar y gestionar nuestros recursos comunes para que trabajen conjuntamente y de manera ágil cuestiones especialmente dolorosas y que afectan directamente a nuestro Estado de bienestar: medio ambiente, vivienda, trabajo… Por enunciar alguna que otra que son de tanta urgencia e importancia, que no podemos posponerlas más, porque devolverá a la mesa la pregunta: todo esto, ¿para qué?

Puede que para ello haga falta recordar lo que significa ser un grupo. Algo más que una suma de individuos que no supieron dar respuestas y que, ante la duda, gritaron el ya tan conocido y aburrido «y tú más».


Mireya Diouri es directora de Asuntos Europeos e Internacionalización de Talento Para el Futuro

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