'Gaslighting' partidista
La salud democrática en jaque
En las relaciones más tóxicas siempre aparece una vieja confiable: la luz de gas (gaslighting, en inglés) o conjunto de conductas que acaban por hacer creer a la víctima que está perdiendo la cordura, siendo incapaz de reconocer qué es real o no. El universo de la política de partidos no difiere de las calles en este sentido: uno ya no sabe quién dice la verdad.
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En las relaciones más tóxicas siempre aparece una vieja confiable: la luz de gas (gaslighting, en inglés) o conjunto de conductas o comentarios que acaban por hacer creer a la víctima que está perdiendo la cordura, siendo incapaz de reconocer qué es real o no.
El universo de la política de partidos no difiere de las calles en este sentido: uno ya no sabe quién dice la verdad. La hemeroteca no tiene valor social permanente, la tergiversación de hoy podría haber sido la IA de la bancada de enfrente, la celeridad de la vida y las múltiples crisis –no solo económicas o de seguridad, sino también de nuestros valores como sociedad– imposibilitan encontrar una red de apoyo que no funcione como cámara de eco.
El sentimiento de inabarcabilidad para la gestión cotidiana de los problemas que se suponían que iban a solucionar nuestros representantes, añadido a una constante demostración de la cultura del clickbait en los medios, favorece un caldo de cultivo que se alimenta del ruido. Un ruido que lleva al retiro de la conversación, o bien a gritar aún más.
La consecuencia directa de no saber quién dice la verdad es preguntarse: si todos los políticos mienten, si todos los periodistas están marcados por su línea editorial, si la información es inconsistente y el mundo está sumido en crisis concatenadas, ¿a quién me apetece creer y a quién me apetece desacreditar?
En los últimos años hemos visto la aparición de agencias de fact-checking centradas en contrastar la información que publican los medios, enuncian los poderes públicos o promueve el propio sector privado. Pero invito a preguntarnos algo antes: ¿por qué abundan los fact-checkers? Necesidad absoluta de confiar en alguien.
Un contexto social incendiado lleva a una salud mental empobrecida sumida en la confusión, ansiedad, saturación, tristeza, ira y miedo
He aquí la cuestión: inseguridad. Un contexto social incendiado lleva a una salud mental empobrecida sumida en la confusión, ansiedad, saturación, tristeza, ira, miedo… Todo ello puede llegar a traducirse en una sensación de vulnerabilidad frente a todo aquello que no entendemos y que ya ni queremos entender. Necesitamos una salida que nos dé confort, aquello que se alinee con un deseo compartido de descubrir soluciones rápidas y sencillas a unos problemas que aceptamos que no tienen fin.
Esa es la puerta por la que se cuelan las voces de los populismos, el ruido formalmente amable y de contenido venenoso que pone en jaque nuestra estabilidad como sociedad democrática. Una sociedad participativa es una sociedad concienciada sobre su capacidad de transformar la realidad. Es una sociedad que antes se ha dado cuenta de que no nos reducimos a una suma de individuos con intereses –y traumas– comunes.
Pero una sociedad que defiende sus valores desde emociones desgarradoras y desesperadas no repercute necesariamente de manera positiva en el largo plazo social: la confianza en las instituciones –en los miembros de los partidos que trabajan en ellas– se vuelve débil cuando las necesidades más básicas no son cubiertas.
El 73% de los jóvenes vive en constante incertidumbre por la falta de vivienda asequible; el salario que tuvo mayor frecuencia en 2023 (4,6% de los asalariados) se situó en torno a los 15.574,85 euros; cerca de un 44% de población la población en España experimenta soledad no deseada de forma indirecta y en un 9% quienes de forma directa afirman sentirla más de la mitad del tiempo de cada día; y aunque los niveles de paro en los jóvenes entre 16 y 29 años se haya reducido un 4,95% el último año, no quiere decir que la inflación no continúe creciendo cuando el salario no acompaña.
De nuevo, nos vuelven las preguntas: ¿a quién le echo la culpa? ¿Hay alguien que no se vaya a aprovechar de mi confianza? ¿Para qué sirve que me informe si ello implica irremediablemente una decepción? ¿Se le puede pedir un sello de calidad a un partido político como se le pide a un producto agrícola?
Desde luego, una cuestión que no debe pasar por alto es la de que decir no puc mès ya no es ningún meme, sino una advertencia a nuestros candidatos: basta de luz de gas. Recuperemos el cuidado, la responsabilidad institucional real y la rendición de cuentas.
Mireya Diouri es directora de proyectos de Talento para el Futuro
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