Opinión
Dejad que los niños sigan jugando
¿Tienen los niños capacidad crítica para decantarse por una opción política u otra? ¿Son manipulados? ¿Es lícito utilizar la imagen de un niño, con su presupuesto de veracidad, para conmover a los adultos?
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A principios de septiembre, la Unión de Oficiales de la Guardia Civil denunció la utilización de niños en actos a favor de la independencia de Cataluña. En concreto, en los institutos de Olot, en la localidad de Gerona, se distribuyó una circular dirigida los a los padres para que consintieran que sus hijos acudieran a una manifestación ante el Ayuntamiento para «defender la democracia y la libertad».
Apenas hace un mes, la representante de Unicef en Bolivia, Sun-Ah Kim, mostró su rechazo sin matices a que se repitieran convocatorias como la de la opositora Roxana Sandoval, ex legisladora del Movimiento Nacionalista Revolucionario, que arengó, al más puro estilo militar, a un grupo de niños pertenecientes a una congregación cristiana contra Evo Morales.
Polémicos fueron los ‘encuentros’ que mantuvo Sandra Casas, ex secretaria de Servicios Sociales de la Comunidad Valenciana, con alumnos de la ESO en el instituto San Vicente Ferrer, en el municipio de Algemesí, en el que alertó soterradamente de los peligros de una posible reválida de Mariano Rajoy al frente del Gobierno central. Casi tan polémica como la que en su momento protagonizó la entonces vicepresidenta del Ejecutivo, María Teresa Fernández de la Vega, también con alumnos de la ESO en 2008, tratando de hacerles ver lo progresista que era Rodríguez Zapatero frente al caduco y rancio de Rajoy.
Rajoy también se dejó querer, y acudió a un programa de televisión para responder a las preguntas que le formulaban niños. Esos niños, ¿estaban formados para cuestionar al presidente del país? Esos niños, como los otros de los párrafos anteriores, ¿tienen capacidad crítica para decantarse por una opción política u otra?, ¿son manipulados?, ¿es lícito utilizar la imagen de un niño, con su halo de ingenuidad, con su presupuesto de veracidad, para conmover a los adultos?
No es difícil ver a niños participando en intervenciones políticas. Desde Donald Trump a Kim Jong-un, pasando por Nicolás Maduro alabando las «muestras espontáneas de amor» de los más pequeños a su propia figura.
Pero el uso (y abuso) de menores en actos políticos no es nuevo ni privativo de la sociedad de la representación en la que vivimos. El régimen nazi, durante los años treinta y cuarenta del pasado siglo, los involucraba en sus espectaculares desfiles (tan pulcra y sobrecogedoramente filmados por Riefensthal en El triunfo de la voluntad).
Los niños son un cepo magnífico para las estrategias políticas del XX. Para adoctrinar a los adultos indecisos, para exaltar las convicciones de los ya persuadidos. Esto lo entendió Stalin, que los promovió, uniformados, limpios, sonrientes, atléticos, frente a la imagen de los obreros toscos y bizarros. Los niños son el futuro. Y el futuro debe de estar del lado del poder. O de quien trata de hacerse con él. En Francia, en la década de los veinte, los comunistas los organizaban como batallones militares, en pabellones, y publicaban hasta prensa (baste recordar el mítico Mon camarade).
Tras la Segunda Guerra Mundial había adoctrinamiento y obligación explícita de que los niños participaran en actos políticos. El compromiso de los menores aseguraba la cantera. Checoslovaquia, China, Polonia, Rumanía… pero no solo en países de influencia soviética, también encontramos ejemplos en Holanda (tras la hambruna sufrida) o Italia.
España tuvo su idiosincrasia en estas lides. El Frente de Juventudes, creado en 1940 por Franco, o la Sección Femenina, más antigua (de 1934, con Pilar Primo de Rivera al frente), eran instituciones que involucraban a los más jóvenes en la política, en lo que se conocía como ‘el espíritu nacional’.
Hay ejemplos más terribles. Con ocho años, Pol Pop convertía a niños en guerrilleros, que más tarde participaron en el genocidio de Camboya; Mao Zedung inoculó a los más pequeños el mandato de denunciar a sus padres y profesores si detectaban hostilidad para con el régimen chino y en 2015 pudimos contemplar aterrorizados cómo menores pertenecientes al Estado Islámico degollaban sin titubear a prisioneros extranjeros.
Son extremos, claro. Con el Estado de Bienestar los niños quedaron relegados a su ámbito natural, fuera del terreno político, pero de unos años a esta parte la tensa situación sociopolítica (corrupción, problemas generacionales, un futuro incierto, la inmigración…), avivada por un generalizado desplome económico, han sobrecargado de bujías la esfera política, y esta invade los medios de comunicación, los hogares, las sobremesas y la calle. Y contamina a los más pequeños, que son llamados, de nuevo, a las filas de la imagen.
Pero los niños han de despreocuparse de los asuntos de los mayores. Han de jugar y divertirse, aprenderán, todo a su tiempo, qué opción política les hace más felices. O, como decía el poeta, circunscribiéndonos a la tierra patria, cuál de las dos Españas habrá de helarle el corazón.
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