Educación
Poscapitalismo: ¿hacia un mundo sin trabajo?
La infraestructura tecnológica del siglo XXI está generando la posibilidad de eliminar de forma permanente enormes lotes de trabajo aburrido y degradante.
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COLABORA2017
A lo largo de las últimas décadas, las políticas económicas neoliberales han arrastrado a millones de personas a la pobreza y a otras muchas a trabajos precarios y mal pagados. Entretanto, la izquierda se mantiene atrapada en una serie de prácticas que rara vez ofrecen un respiro y menos aún una solución a la crisis. Es la teoría que sostienen Alex Williams y Nick Srnicek en el libro ‘Inventar el futuro: poscapitalismo y un mundo sin trabajo’ (Malpaso). Opuestos a los ideólogos de izquierdas que temen irracionalmente a los avances tecnológicos, los autores demandan una economía de poscapitalismo en la que la tecnología nos libere del trabajo y amplíe nuestras libertades. Una llamada a inventar el futuro antes de que se nos imponga.
La infraestructura tecnológica del siglo XXI está produciendo los recursos necesarios para alcanzar un sistema económico y político muy distinto. Las máquinas están realizando trabajos que hace una década eran inimaginables. Internet y los medios sociales están dando voz a billones de personas que hasta ahora habían sido ignoradas, volviendo así la democracia participativa global más factible que nunca. Los diseños de código abierto, la creatividad libre de derechos de autor y la impresión en 3D auguran un mundo donde se podría superar la escasez de numerosos productos. Las nuevas formas de simulación por computadora podrían revitalizar la planificación económica y brindarnos la capacidad de dirigir las economías de maneras racionales y sin precedentes.
La ola más reciente de automatización está generando la posibilidad de eliminar de forma permanente enormes lotes de trabajo aburrido y degradante. Las tecnologías de energía limpia posibilitan formas casi ilimitadas y medioambientalmente sostenibles de producción de energía. Y las nuevas tecnologías médicas no sólo hacen posible una vida más larga y sana, sino que también permiten llevar a cabo nuevos proyectos con las identidades sexuales y de género. En la actualidad, buena parte de las demandas clásicas de la izquierda —menos trabajo, acabar con la escasez, la democracia económica, la producción de bienes útiles para la sociedad y la liberación de la humanidad— son materialmente más factibles que en cualquier otro momento de la historia.
Sin embargo, a pesar de la brillante apariencia de nuestra época tecnológica, seguimos atados a un viejo y obsoleto conjunto de relaciones sociales. Seguimos trabajando muchas horas, recorriendo trayectos cada vez más largos para llevar a cabo labores que parecen tener cada vez menos sentido. Nuestros trabajos se han vuelto más inseguros, nuestro sueldo se ha estancado y las deudas nos abruman. Luchamos por llegar a fin de mes, por poner comida en la mesa, por pagar la renta o la hipoteca y, a medida que nos arrastramos de un trabajo a otro, evocamos las pensiones y luchamos por encontrar servicios de cuidado infantil a un costo moderado. La automatización nos deja desempleados y los sueldos estancados devastan a las clases medias, mientras que las ganancias corporativas se disparan a nuevas alturas. Los atisbos de un mejor futuro quedan pisoteados y olvidados por las presiones de un mundo cada vez más precario y demandante. Y, cada día, regresamos a trabajar como siempre: exhaustos, ansiosos, estresados y frustrados.
En todo el planeta, la situación parece aún más ominosa. La desestabilización global del clima ni siquiera se frena y los efectos colaterales continuados de la crisis económica han llevado a los gobiernos a seguir la paralizadora cuesta abajo de la austeridad. Sacudidos por poderes imperceptibles y abstractos, nos sentimos incapaces de evadir o controlar las pulsiones de la marea de las fuerzas económicas, sociales y medioambientales. Pero ¿cómo podemos cambiar las cosas?
A nuestro alrededor, parecería que los sistemas, movimientos y procesos políticos que han dominado los últimos cien años ya no son capaces de generar cambios genuinamente transformadores. Al contrario, nos han arrojado a una interminable rutina de miseria. La democracia electoral sufre un grave deterioro. Los partidos políticos de centro izquierda han sido vaciados y sangrados de cualquier mandato popular. Sus cadáveres avanzan a tropiezos, como vehículos de ambiciones arribistas. Los movimientos políticos radicales florecen de manera prometedora, pero no tardan en extinguirse por el cansancio y la represión. El poder del trabajo organizado ha sido desmontado de modo sistemático, hasta quedar esclerótico e incapaz de nada más que una débil resistencia. Con todo, ante tales calamidades, la política actual sigue obstinadamente aquejada por la carencia de nuevas ideas. El neoliberalismo lleva décadas predominando y la democracia social existe en gran medida como objeto de nostalgia. A medida que las crisis cobran fuerza y velocidad, la política se marchita y retrocede. En esta parálisis del imaginario político, el futuro se ha extinguido.
Este libro se centra en cómo llegamos aquí y adónde podríamos ir. Recurriendo a una idea que llamamos «política folk», ofrecemos un diagnóstico de cómo y por qué perdimos la capacidad de construir un mejor futuro. Debido a la influencia de la forma de pensar de la «política folk», el ciclo de luchas más recientes —desde la antiglobalización hasta la antiguerra y Occupy Wall Street— ha conllevado la fetichización de los espacios locales, acciones inmediatas, gestos efímeros y particularismos de todo tipo.
En lugar de emprender la difícil labor de expandir y consolidar las ganancias, esta forma de política se ha concentrado en la construcción de búnkeres para resistir las intrusiones del neoliberalismo global. Al hacer esto, se ha convertido en una política de defensa, incapaz de articular o construir un mundo nuevo. Para cualquier movimiento que lucha por escapar del neoliberalismo y construir algo mejor, estos enfoques de política folk resultan insuficientes.
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