Misterios de la inteligencia
La inteligencia artificial acertó alrededor de un 50% de los vencedores de la última jornada de la liguilla de Champions League masculina. Sin embargo, aunque se espere que funcione a modo de oráculo exacto del devenir, esta se muestra atravesada por la misma vulnerabilidad y contingencia que late en el resto de las inteligencias.
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Cuando un partido de fútbol termina con un resultado que no es el esperado urge encontrar una explicación. Lo habitual suele ser achacarlo al árbitro o a la mala suerte, pero a veces eso es insuficiente o directamente imposible y entonces solo queda recurrir al tópico de que «el fútbol es así». Cuando no hay palabras para hacerse cargo de lo inconcebible, lo mejor es reconocerse embargado de asombro. Pues bien, quizás esto es lo que deberíamos pensar después de comprobar, a tenor de una noticia aparecida a finales de este mes de enero, que la IA acertase en torno a un 50% de los vencedores de la última jornada de la liguilla de Champions League masculina.
La jornada era decisiva para determinar qué equipos se clasificaban directamente para los octavos de final, qué equipos iban a una ronda previa de dieciseisavos y quiénes se quedaban fuera de la competición. Se trataba, pues, de un momento decisivo para el devenir de la temporada. Quizá por eso antes de que el balón comenzase a hacer de las suyas en los 18 partidos previstos para aquella fecha, se le pidió a varias IA un resultado inteligente para cada uno de los encuentros, obteniendo la tasa de acierto indicada. El quid del asunto es que a dicho porcentaje de acierto (escaso) hay que sumarle que meses antes ya se le preguntó por el lugar que ocuparía cada uno de esos equipos en la clasificación final de la liguilla, sin obtener tampoco un alto índice de exactitud. No sería de extrañar, visto lo visto, que en adelante algunos seguidores prefieran tener malos pronósticos por parte de la IA para sus equipos porque quizás este resulta ser el mejor de los presagios.
Decir que «el fútbol es así» es tan enfático como no decir nada. Exclamar que el fútbol es así no aporta ningún tipo de explicación a la eventualidad balompédica. Lo relevante, sin embargo, es que al mismo tiempo se trata de una frase con una gran carga expresiva, pues es la volatilidad de la vida y sus contradicciones lo que hace al fútbol ser (también) así. La vida desconcierta, por eso la IA se está convirtiendo en la nueva varita mágica de la verdad y de acotar la incertidumbre. Pero sabemos por experiencia que donde hay incertidumbre hay también miedo, y donde hay miedo hay intereses. Así que como sucede con todo lo que es relevante en la vida, la IA también tiene que ver con la voluntad de poder.
En su libro Atlas de la IA (NED, 2023), Kate Crawford incluye un último capítulo titulado «Conclusión. El poder». En esa páginas, Crawford sostiene que la IA está hecha para intervenir en el mundo de modo que beneficie a los Estados, instituciones y corporaciones a los que sirven. Crawford resalta que la IA empezó como uno de los grandes proyectos públicos del siglo XX pero se ha ido privatizando progresivamente para reportar enormes beneficios a los pocos que se encuentran en lo más alto de la pirámide. Hay mucho en juego en la IA, así que, para comprenderla bien, apunta Crawford, no hay que perder de vista las estructuras de poder a las que sirve, puesto que los datos no son espontaneidades neutras, sino formas políticas de una determinada representación del mundo.
La IA funciona, en palabras de Kate Crawford, como un «determinismo encantado»
La IA funciona, en palabras de la misma Crawford, como un «determinismo encantado». Es decir, como un sistema para reducir a la mínima expresión lo imponderable de la existencia. Sin embargo, la realidad de esa realidad apunta a otra cosa. Al menos por ahora. Aunque se espere que la IA funcione a modo de oráculo exacto del devenir y se convierta en la gramática definitiva del destino, la inteligencia artificial se muestra atravesada por la misma vulnerabilidad y contingencia que late en el resto de las inteligencias. La IA se está convirtiendo cada vez más en una nueva promesa de certidumbre cartesiana, pero del mismo modo que el filósofo Blaise Pascal advirtió a sus coetáneos racionalistas que el corazón abraza motivos que la razón desconoce, en la vida suceden cosas que la IA sigue sin saber desentramar.
Una de las claves para tratar de lograr una mejor comprensión del estado de la cuestión es preguntarse por el significado de inteligencia. El tema se las trae, y muy pocos podrían ofrecer una buena sistemática al respecto. La pregunta «qué es inteligencia?» es de las que apabullan. Dicho lo cual, sin embargo, y yendo de la mano del filósofo donostiarra Xavier Zubiri (1898-1983), podemos apuntar algo muy básico que quizá ya nos pueda ayudar.
«La intelección –sostiene Zubiri– es ciertamente un darse cuenta, pero es un darse cuenta de algo que ya está presente» (Inteligencia sentiente, 1980). Es decir, que la inteligencia no crea el mundo, sino que lo descubre, y con ello de alguna forma lo determina provisionalmente. Que el proceso de inteligir suponga acudir a algo que ya está presente liga bien con la etimología de la palabra inteligencia, que remite a inter (entre) y legere (leer o escoger). El proceso de inteligir algo no es un proceso que cierra el mundo, sino todo lo contrario. Si la inteligencia elige entre diversas posibilidades de conformar el mundo es porque se orienta, divaga, camina. Por aquí y por allá, eligiendo a cada momento su siguiente paso. La inteligencia lee provisionalmente el mundo, por eso, igual que ocurriría cuando de pequeños leíamos aquellos libros en los que íbamos escogiendo nuestra aventura página a página (que no inventándolo por completo, hay que insistir), aquí también podemos tirar hacia atrás cuando la senda mundana desemboca en un atolladero sin salida.
Y dice todavía más Zubiri: precisamente porque la intelección es un darse cuenta, la intelección es un acto de aprehensión. No es un acto ni de una facultad ni de una conciencia. No se trata de algo etéreo, podríamos decir, sino que se constituye como un acto de aprehensión sentiente, enraizada en la vida. En resumidas cuentas, apoyándonos en Zubiri podemos decir que la intelección es un acto de aprehensión y que esta aprehensión es un modo de la aprehensión sensible misma.
A partir de esta consideración podemos comprender la inteligencia como la experiencia de orientarse por el mundo eligiendo a cada momento por dónde transitarlo. Pero, como toda orientación, se trata de una acción prospectiva de la realidad, no prescriptiva de la misma. La intelección remite a la sensibilidad, no a la lógica pura, y ya sabemos que en el campo de la sensibilidad entran en juego muchas variables que no controlamos y que, desde luego, no rehuye ni la ambigüedad, ni la intuición, ni el misterio.
En el Mundial de 2010, el que España ganó con el inolvidable gol de Andrés Iniesta en la prórroga de la final, un pulpo llamado Paul hizo fama al acertar todos los vencedores de los partidos por los que se le «pidió» pronóstico. El cefalópodo debía «predecir» para cada encuentro qué selección sería la vencedora, y así lo hizo en todos los casos. Naturalmente, no ha habido forma de aclarar el porqué de semejante sucesión de aciertos, siendo la variable del azar la que todavía sirve de muletilla razonable. «Fue pura casualidad», y listos. En cambio, los aciertos (modestos) de la IA sobre los partidos de Champions seguramente nos los expliquemos por el formidable ajuste causal y lógico de sus cálculos, de manera que sus errores los achacamos a un proceso de precisión que el paso del tiempo acabará por subsanar. Aunque, claro, algunas voces quizá nos adviertan de que «bueno, eso se tendrá que ver», levantando impetuosamente el dedo, pues, por lo que se ha podido constatar hasta la fecha, acertar una porra es más factible siguiendo las directrices de la misteriosa inteligencia natural que las de la artificial.
Veremos cómo avanza la Champions y cómo cabalga este tema, sin descartar que a lo mejor todo se deba, efectivamente, a una simple cuestión de azar. Quién sabe, quizás el tiempo nos lo pueda aclarar –IA mediante, claro–. Eso sí, ciñéndonos al estricto presente, lo que realmente observamos es que la inteligencia natural parece estar ganándole algunos partidos a la artificial. Por ahora, la vida va así.
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