La acción del no hacer nada, la compañía de la soledad
El pensamiento y la reflexión solo pueden florecer cuando logramos apartarnos de la rueda de la prisa y el rendimiento incesante. La verdadera «actividad productiva» se relaciona con el aprendizaje y la toma de conciencia.
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«Nunca está nadie más activo que cuando no hace nada, nunca está menos solo que cuando está consigo mismo». Esta frase del político, escritor y militar romano Marco Porcio Catón (234-149 a.C.), más conocido como Catón el Viejo, aparece en varios libros y lecturas. Hannah Arendt o Byung-Chul Han se han hecho eco de ella y no parece algo casual. En una sociedad en la que la productividad y el ritmo frenético se han convertido en evidentes señas de identidad, hay quienes nos invitan a la senda de la desaceleración, la reflexión y la soledad como oportunidad de crecimiento. ¿Cómo es posible que unas palabras mencionadas hace más de dos milenios puedan tener vigencia en la actualidad?
Cuando Catón enuncia estas palabras, está aludiendo a algo tan humano como el pensamiento. Resulta evidente que el pensar, el sentir y el hacer suponen tres caras de la persona concebida como ser holístico y complejo. Sin embargo, en una época donde la productividad, la actividad constante y la prisa se han convertido en manuales de vida, parece quedar poco espacio para la reflexión, porque esta requiere pausa y eso implica un cese de actividad. Apagar las máquinas de la prisa para encender la luz del pensamiento. Es entonces cuando se produce la verdadera actividad productiva, si entendemos esta como la capacidad para generar análisis, opinión, conciencia crítica y aprendizaje.
El ensayo La condición humana, de la filósofa Hanna Arendt, termina con esta frase de Catón, una mención que a simple vista resulta desconcertante, ya que Arendt alude en su obra a la «vida contemplativa» propuesta por la tradición aristotélica, una vida alejada de la realidad, a juicio de la filósofa. Por otra parte, alude a la «vida activa», la que se genera a partir de las relaciones entre las personas y la que desemboca en las decisiones políticas –política entendida como la organización de la población que se habita–. Puede que cuando Catón hablase de «estar activo» se refiriera precisamente a esto, a tener la posibilidad de acceder a una reflexión profunda sobre ciertos aspectos que concernieran a la convivencia y poder tomar acción sobre ello. Porque, a fin de cuentas, ¿de que serviría el raciocinio sin una aplicación práctica sobre la realidad? Para Arendt, al igual que para Catón, el pensamiento es actividad, por su potencialidad de convertirse en algo tangible.
Para Arendt, al igual que para Catón, el pensamiento es actividad, por su potencialidad de convertirse en algo tangible
Por otra parte, hablamos de la soledad a la que también se refiere Catón. Permanecer sin la presencia de otras personas para desarrollar en plenitud ideas sobre ciertas cuestiones parece un proceso fructífero. No obstante, ¿de qué manera se puede configurar el mundo si no es en comunidad? Para Arendt, de hecho, la soledad dio origen al totalitarismo, en unos regímenes que adoptaban unas condiciones idóneas para que la gente permaneciera separada de la conexión humana. Hablaba, no obstante, de una soledad impuesta donde tampoco existiría un margen amplio para el pensamiento en claridad.
La hipercomunicación virtual de la cultura contemporánea nos ofrece una falsa sensación de acompañamiento y, sin embargo, fomenta una soledad profunda. Esta es una de las conclusiones de La sociedad del cansancio, de Byung-Chul Han, libro donde también asoma la cita del político romano. La soledad construida de forma saludable supone una vía hacia un conocimiento –y autoconocimiento– para que después esos aprendizajes elaborados puedan ser compartidos y debatidos. Pensar a partir de nuestras experiencias en el mundo para luego devolver nuestras conclusiones en la interacción con otras personas. Pero este ideal no tiene ninguna relación con el aislamiento y el individualismo imperantes en la actualidad, con esa falsa sensación de rodearnos de multitud de «amistades» o «seguidores» virtuales que sustituyen a las relaciones auténticas. Si Catón pudiera visitarnos durante apenas un día, puede que decidiera reformular su frase y diferenciar entre soledad e individualismo. Y es que para ese «estar en una soledad saludable» se necesita atención plena al momento presente, y eso se opone frontalmente al scroll infinito en redes sociales.
El bombardeo de información –aún más de información desechable– dirigido a nuestro cerebro termina acaparándolo y reduciendo el espacio destinado a la creatividad, a las ideas profundas. Esta acción perpetuada en el tiempo termina derivando en una vacuidad permanente, que nada tiene que ver con ese estar en conexión con nuestro ser que sugería Catón.
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