Sociedad
¿Es usted un latoso?
Una frase de Benedetto Croce afirma que «latoso es el que nos quita la soledad y no nos da compañía». ¿De qué manera se relaciona este concepto con la hiperconectividad de nuestros tiempos?
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Una frase de Benedetto Croce afirma que «latoso es el que nos quita la soledad y no nos da compañía». Latoso, a su vez, es aquel que da la lata. El académico de la lengua Fernando Lázaro Carreter afirmó en 1999 en un artículo para El País que «daban la lata los soldados viejos que, en el siglo XVII, andaban de despacho en despacho mendigando compensaciones a sus cicatrices y a las proezas que adveraba aquel rollo de documentos metidos en un tubo de lata». Se cree que la palabra «rollo» en este sentido podría contar con el mismo origen.
No obstante, el germen de ciertas expresiones es objeto siempre de diversas teorías, pues no es fácil rastrear la trayectoria de tales fórmulas expresivas. Se dice, también, que existían personas en el pasado que pedían limosna por las calles mientras daban golpes a una lata para llamar la atención. Quizá podríamos establecer una analogía entre dichas figuras y los actuales comerciales de telefonía que acosan a las personas con sus llamadas para vender ciertos productos, llamadas que realizan del modo más intempestivo y que solo generan malestar. Parece que conceptos como «dar la lata» y «ser latoso» surgen a partir de la molestia creada por un ruido desagradable. El latoso es aquel que incomoda al persistir en relacionarse con uno, cuando, en realidad, no es bienvenido.
La soledad es un don preciado para algunos, al menos cuando es voluntaria. Pero lo cierto es que es un bien cada vez más raro en los tiempos que corren. No hay que olvidar que hoy estamos siempre digitalmente conectados y que vivimos aterrados ante la posibilidad de aburrirnos. Antes del siglo XX, el remedio exclusivo contra el aburrimiento consistía en relacionarse con otras personas, en no estar solo; aunque también existía la lectura para las personas de cierto nivel socioeconómico, que eran quienes estaban generalmente alfabetizadas. Con el paso de los años, la tecnología ha favorecido formas de entretenimiento que nos han habituado a estar siempre, de algún modo, acompañados (al menos en el plano virtual). Habría que ver cuántas personas podrían hoy vivir en una cabaña rural sin televisión, móvil, etc. Cabría inferir que se trataría de un porcentaje ínfimo.
El latoso es aquel que incomoda al persistir en relacionarse con uno, cuando, en realidad, no es bienvenido
Pero la soledad también cuenta con beneficios. Nos permite reflexionar y, como el silencio, ha sido tradicionalmente tenida por ser una vía o puerta hacia lo sobrenatural, hacia verdades más profundas, que trascienden el mundo de la cotidianeidad superflua. No cabe duda, por otra parte, que el prescindir de redes sociales, móviles y otras formas de tecnología es liberador, relaja la mente y purifica con respecto al torrente de información por el que somos diariamente avasallados. El término «avasallar», a su vez, remite al tornarnos vasallos, «sujetar, rendir o someter a obediencia», como dice la Real Academia de la Lengua Española. El torrente de información nos torna vasallos al impedirnos contemplar con lucidez, pues genera una barrera entre el pensamiento verdaderamente personal y la realidad. No podemos negar que los contenidos consumidos digitalmente son un filtro entre nuestra mirada y el objeto que es el mundo, un filtro constituido por multitud de intereses que no nos pertenecen ni benefician.
El latoso, por su parte, también trata de avasallarnos, pero no logra su cometido pues resulta molesto y, por lo general, no lo respetamos. No obstante, habría que matizar entre distintos tipos de latosos. El latoso es alguien que, como dice Croce, no ofrece compañía, aunque habría que analizar a qué causa se debe el que resulte molesto. Puede que hable demasiado, que no sea buen conocedor de las reglas de convivencia social, pero también puede resultar pesado por el simple hecho de que nos cae mal; también puede ser alguien a quien envidiamos o que, por sus aptitudes, hace resaltar defectos nuestros que preferimos ignorar (de ahí que su compañía nos parezca perjudicial). En este sentido, no está de más reflexionar sobre las causas ocultas que pueden servir de base al rechazo que el supuesto latoso genera en nosotros, ya sea objetivamente pesado o su pesadez sea una proyección nuestra inconsciente. Naturalmente, también puede tratarse, sin más, de alguien que busca nuestra compañía sin que nosotros la deseemos en ningún caso. Si es verdaderamente latoso, podría tratarse de alguien que habla mucho, que insiste en interferir con nuestras actividades diarias, etc.
También es cierto que, desde que las personas viven más aisladas unas de otras en términos de una relación genuina (a causa del desarrollo tecnológico y el creciente individualismo dominante en la sociedad), las interacciones espontáneas son vistas en mayor medida como pesadas. Ahora estamos más conectados con los demás pero siempre desde la distancia digital, no desde la inmediatez. Antaño, por ejemplo, era más común llamar a la puerta de un vecino, y nadie sabía quién estaba al otro lado de la línea cuando sonaba el teléfono, por lo que estábamos expuestos diariamente a este tipo de interacciones espontáneas. Esto ya no es así, vivimos más protegidos, como en una burbuja, y la falta de hábito puede hacer que veamos cualquier interacción inesperada como un inconveniente, como «una lata».
Dicho esto, una cosa es segura, el latoso, sea culpable de pesadez o no, es una persona cuya compañía no es deseada, por lo que siempre es preferible evitar todo contacto con la misma.
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