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Juventud: la generación que resiste y transforma

La juventud no es un problema, tiene problemas, que es totalmente diferente y es nuestra responsabilidad poner las políticas y recursos necesarios en marcha para que ella sea la solución a los retos que ya enfrentamos y enfrentaremos en el futuro.

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25
agosto
2025

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Cada año, el Día Mundial de la Juventud debería ser una oportunidad para reconocer el papel que juegan las personas jóvenes en nuestra sociedad. En los últimos años hemos visto cómo han liderado grandes luchas —como la feminista o las reivindicaciones contra el cambio climático— y cómo han puesto en el centro la importancia de cuidar la salud mental y fortalecer lo colectivo en medio de múltiples crisis. Sin embargo, una parte creciente del relato público parece ir en dirección contraria de este reconocimiento, y tiende a criminalizar o estigmatizar a las generaciones más jóvenes.

Desde titulares que asocian automáticamente a la juventud migrante con el conflicto, hasta ficciones televisivas que retratan la adolescencia como violenta y destructiva, hay un mensaje erróneo que se está lanzando: que la juventud de hoy en día es un problema. Estos prejuicios se multiplican si además esos jóvenes provienen de contextos pobres o con pocas oportunidades, o si son jóvenes racializados, porque son relatos que se realizan desde el miedo, el prejuicio o la condescendencia.

Pero basta con pararse y fijarse un poco para ver una realidad distinta. La etiqueta del «nini» se ha usado de forma simplista, escondiendo grandes problemas que afectan a la juventud como el desempleo juvenil o el abandono escolar y que no se elige ser «nini», sino que faltan oportunidades reales. Términos como los «menas» también han servido para deshumanizar a niños, niñas y adolescentes en situaciones especialmente vulnerables al estar en países que no son los suyos y sin red de apoyo. Incluso el concepto de «incels» está muy asociado a la juventud, como si la misoginia fuera algo que solo afecta a la juventud o la manosfera solo estuviera compuesta por ellos.

Frente a estas etiquetas, tenemos jóvenes que estudian y trabajan, los llamados «sisis», que han crecido hasta el 23% de jóvenes, superando a los «ninis» que son un 17,8%. Mientras que la tasa de problemas psicológicos en jóvenes ha crecido un 590% en la última década, por encima de la media del resto de la población. Sobre la juventud migrante, se suele olvidar las condiciones estructurales como la desigualdad, la precariedad laboral y la exclusión social que les afectan con mayor intensidad. Y es que, más que hablar de un vínculo entre inmigración y delincuencia, lo que revelan los datos es el impacto de la desigualdad persistente sobre la infancia y adolescencia en contextos vulnerables. Además, en términos de violencia de género, la incidencia entre jóvenes menores de 30 años es menor que a partir de esa edad.

Aunque los datos a veces pueden ser tediosos, son importantes para reflejar lo que vivimos cada día en Ayuda en Acción, donde trabajamos con miles de jóvenes de contextos complejos y vulnerables que, a pesar de las dificultades, luchan por labrarse un futuro. Son ellos quienes siguen estudiando a pesar de vivir en un entorno que no le anima a ello, quienes se levantan a las cinco de la mañana para ir a trabajar y luego cursar una FP, quienes migran con esperanza de tener una vida mejor.

El desafío es cambiar el marco discursivo que reduce a la juventud a estereotipos negativos

Estas son las realidades que deberíamos contar más a menudo, además de los logros: el joven que consigue salir de la precariedad y lograr un trabajo estable, la joven que rompe barreras y estudia una FP que hace años era totalmente masculinizada, quien logra labrarse un futuro en España tras haber migrado. Pero el desafío no es solo visibilizar estas realidades, sino cambiar el marco discursivo que reduce a la juventud a estereotipos negativos que, en la mayoría de las ocasiones, toman la parte por el todo. Los problemas que atraviesan –empleo precario, dificultad para acceder a una vivienda, salud mental, discriminación– no son fruto de su supuesta desidia, sino de la sociedad que las personas más adultas les tamos dejando.

Este reconocimiento implica la necesidad de generar políticas públicas para ofrecer a la juventud oportunidades reales para formarse, para acceder a un empleo digno, para participar en los espacios de decisión y para ejercer plenamente sus derechos. No solo para el futuro, también para el presente. La juventud no es un problema, tiene problemas, que es totalmente diferente y es nuestra responsabilidad poner las políticas y recursos necesarios en marcha para que ella sea la solución a los retos que ya enfrentamos y enfrentaremos en el futuro.


Alberto Casado es director de Relaciones Institucionales de Ayuda en Acción

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