Exposiciones inmersivas, ¿suplantación del arte?
Las experiencias digitales e inmersivas están reconfigurando la noción del arte. ¿Desaparece el valor de la autenticidad o renace en una nueva forma de vivencia cultural?
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Para Walter Benjamin, «incluso en la más perfecta de las reproducciones, una cosa queda fuera de ella: el aquí y ahora de la obra de arte, su existencia única en el lugar donde se encuentra». En esa idea se condensa el eterno conflicto del arte: la tensión entre lo irrepetible y lo reproducible, entre lo exclusivo y lo masivo. El valor de una obra no reside únicamente en su soporte físico o en su calidad técnica, sino en todo lo que la envuelve: el instante en que fue creada, la mano que la produjo, su recorrido histórico y el espacio que la contiene. Cada obra conserva algo casi sagrado, como si en ella se fijara un instante que no puede repetirse. Es lo que Benjamin llamaba «aura», algo que con la reproducción de una obra se perdía, se devaluaba o se transformaba. Aunque las obras de arte siempre han servido como modelo de aprendizaje o han sido copiadas o imitadas, con los avances técnicos y la llegada de la cultura de masas, el escenario cambió completamente. El arte dejaba de ser algo exclusivo de las élites y las obras se transformaban para llegar a más personas. Pero ¿era este acceso una amenaza o una nueva forma de existencia del arte? ¿Y qué pasa ahora con la llegada del llamado «arte inmersivo»?
A pesar de que el «aura» de una obra humana tuviera un carácter irrepetible, Benjamin reconocía el valor del arte para la exposición, como la música. «Desentendida de su servicio al culto, la obra de arte musical, por ejemplo, (…) pasa a existir todas las veces que es ejecutada por uno de sus innumerables intérpretes», explica Bolívar Echeverría en la introducción de La obra de arte en la época de la reproductibilidad técnica. Por ello, las tecnologías que permiten escuchar una canción o ver una película no destruyen la obra, sino que la hacen posible y la convierten, al mismo tiempo, en una herramienta política y social. Así, el valor de la obra deja de estar en la autenticidad para encontrar su sentido en lo colectivo.
Con la digitalización, todo esto se amplifica: las obras no solo son más accesibles, sino que, también, se difunden y mutan de formato con enorme facilidad. El original puede ser manipulado casi por cualquiera y distribuido a millones de personas. Esta transformación se materializa en acciones tan sencillas como descargar una fotografía o la imagen de una pintura y poder editarla, incluso, con un teléfono móvil. Pero también se manifiesta en los museos y en el auge de las exposiciones inmersivas.
Al proyectar una obra, se pierde su materialidad: desaparece el trazo, la textura, la imperfección del lienzo
Ahora ya no vemos un cuadro: nos adentramos en su universo proyectado en pantallas gigantes, como ocurre en experiencias de artistas tan populares como Frida Kahlo, Van Gogh Alive o Dalí. ¿Estamos ante una copia empobrecida o ante una nueva forma de ver el arte? ¿Hasta qué punto se ha capitalizado lo que un día fue único? Las obras se despojan de su materialidad: desaparecen los trazos, las imperfecciones del lienzo y aparece una nueva imagen traducida y, a veces, descontextualizada, espectacularizada o reconvertida en una de las tantas experiencias instagrameables que hoy nos vende la sociedad de consumo.
Al mismo tiempo, las muestras son una oportunidad para acercar el arte a más gente y disfrutarlo de otra forma. Ya no se trata de ver un objeto único, sino de vivir una experiencia sensorial que combina luces, sonidos e imágenes. El museo, que siempre había sido espacio de silencio y contemplación, se transforma en escenario y laboratorio.
El «aura» digital
¿Sigue existiendo el aura cuando lo que vemos es una copia dinámica y amplificada de un original? ¿O, por el contrario, nace una nueva forma de aura, ya no ligada al objeto, sino a la experiencia compartida y efímera? En esas salas donde las pinceladas se convierten en píxeles, aparece otro «aquí y ahora»: el de la vivencia colectiva, irrepetible, que depende del momento, del público y del espacio tecnológico. Algunas de estas experiencias incorporan inteligencia artificial, algoritmos generativos y propuestas creativas que cambian en tiempo real dependiendo del público.
«Si en las profundidades de las cuevas, nuestros antepasados crearon emplazamientos rituales concretos para conectar con lo divino, hoy, las nuevas tecnologías nos sumergen en universos virtuales deslocalizados que desafían los límites de la percepción, la realidad y el espacio», explican Antonio Labella Martínez y Manuela García Lirio. En este contexto, no solo vemos copias o transformaciones de artistas como Monet o Van Gogh, también surgen propuestas como las de Refik Anadol, artista que trabaja con inteligencia artificial y archivos de datos masivos para crear paisajes digitales que se transforman, como en Machine Hallucinations.
Otro ejemplo interesante son las instalaciones de teamLab Borderless, donde las obras no están encerradas en marcos ni paredes, sino que se expanden por el espacio, reaccionan al movimiento del público y se modifican continuamente. En estas experiencias, la obra ya no es objeto, sino proceso vivo, y el aura, tal vez, podamos encontrarla en esa interacción irrepetible entre tecnología, espacio y público.
Labella Martínez y García Lirio también invitan a preguntarse si realmente estas obras trascienden el mero entretenimiento o si se limitan a la demostración tecnológica. No se trata de una perspectiva pesimista de lo nuevo, más bien todo lo contrario. Se trata de aprender a mirar estas creaciones como un lenguaje distinto, con otras reglas y otras herramientas. Si el arte es una invitación a entender la vida y el mundo que nos rodea, crear obras vivenciales y colectivas amplía la capacidad de conectar y provocar reflexión. Hoy, los museos y las obras interactivas dejan más espacio a la experimentación. Así, de la obra única pasamos a la experiencia única, gracias a creaciones que cuestionan, que transforman y que nos invitan a mirar —y vivir— el arte desde otro lugar.
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