ENTREVISTAS

«No podemos construir el siglo XXI con las bases del siglo XIX»

Teresa Ribera acaba de ser nombrada ministra de Energía y Medio Ambiente en el neonato Gobierno de Pedro Sánchez. Rescatamos una entrevista reciente en la que cada una de sus réplicas es un puño de hierro enfundado en guante de seda.

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Pat Mateos
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04
abril
2018

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Pat Mateos

Teresa Ribera (Madrid, 1969) acaba de ser nombrada ministra de Energía y Medio Ambiente en el neonato Gobierno de Pedro Sánchez. Ex secretaria de Estado de Cambio Climático en la legislatura de Zapatero y, actualmente, directora del Instituto para el Desarrollo Sostenible y las Relaciones Internacionales (IDDRI), tiene una ardua tarea por delante: gestionar la transición energética de la economía española hacia un protagonismo definitivo de las renovables, para cumplir los compromisos de descarbonización y reducción de emisiones pactados con Europa. Ribera es colaboradora habitual de Ethic, conoce bien el desafío al que nos enfrentamos y habla sin ambages. Rescatamos una entrevista reciente en la que cada una de sus réplicas es un puño de hierro enfundado en guante de seda.

Diez años. Es el plazo que tenemos para cambiar de forma radical nuestro modelo de desarrollo, según afirmaba recientemente el autor del célebre Informe Stern.

Stern acierta en un mensaje clave: es autoengañarse pensar que es posible un retorno al crecimiento si ese crecimiento pretende ser intensivo en carbón. Cualquier modelo de desarrollo necesita ser compatible con los límites planetarios. Se confundió por prudencia; fue más optimista de lo que la realidad nos permite contrastar diez años después. Quizás el ejemplo más dramático están siendo esas temperaturas absolutamente anormales en el Ártico, 15 o 20 grados por encima de lo que corresponde, generando efectos que van mucho más allá del impacto local. La lectura positiva que Stern hace es otra cuestión clave: es posible plantear una estrategia de desarrollo compatible con los cambios que queremos introducir. Eso significa actividad económica, esto es, elegir bien cuáles son las infraestructuras en las que queremos invertir para reinventar nuestras ciudades y satisfacer nuestras necesidades. Eso sí, tenemos que darnos mucha prisa.

«El Acuerdo de París representa la tienda en el campamento base a mitad de camino»

Desde la Cumbre del Clima de Río de Janeiro en 1992, Naciones Unidas ha perseguido el consenso internacional sobre el problema del cambio climático. Ha transcurrido casi un cuarto de siglo y el éxito ha sido muy relativo…

Siempre depende de cómo lo quiera ver uno. Visto en términos históricos, se ha iniciado un proceso de cambio importantísimo. Ha significado poner en marcha transformaciones tanto en el terreno tecnológico como en el financiero, el político y el del consumo, así como en las percepciones culturales de valor. Otros ciclos han requerido procesos mucho más lentos. Hemos cambiado de ciclo en un momento sumamente confuso, porque estamos experimentando por primera vez eso de que estamos todos en el mismo barco, un barco que se está hundiendo y en el que no vale delegar la responsabilidad solo a los ministros de medio ambiente ni a los Gobiernos. No podemos conformarnos con eso. Estamos en una carrera contrarreloj y el reloj no perdona. No basta con recrearnos en la cantidad de cosas buenas que han pasado estos años. Tampoco basta con hacer una lista de todos los desastres y angustias. Estamos en un momento en el que se requiere capacidad de análisis intelectual y activismo constructivo. Tenemos que tener clara cuál es la cima que queremos alcanzar, en términos alpinistas, y activar una estrategia.

Has participado en casi todas las cumbres mundiales del clima desde 2001. Dices que siempre nos quedará París. ¿Realmente constituye un punto de inflexión? Los compromisos no son jurídicamente vinculantes.

Es un punto de inflexión importante porque significa haber entendido que necesitamos una plataforma de toma de decisión diferente, de aprendizaje conjunto. Hemos entendido que no basta un acuerdo simplista en el que se atribuyan obligaciones y punto. Hemos entendido que necesitamos compartir ese proceso para poder acelerar esa dinámica virtuosa. Y significa también que hay un reconocimiento expreso de la solidaridad, la protección y el respeto necesarios hacia los colectivos más vulnerables, que no se pueden olvidar en la escena internacional. No es tanto un acuerdo internacional clásico, donde los Estados son meros receptores de una obligación cuantificada, sino un acuerdo internacional con miras de gobernanza que alimenta la confianza en nuestra capacidad de cambiar las cosas. Cuando digo nuestra confianza, hablo de inversores, ciudadanos, actores económicos y actores políticos estatales y locales.

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¿No están sobrerrepresentadas las empresas? Más bien: ¿no sería necesario que se moviera ficha desde otras esferas?

Las empresas no están sobrerrepresentadas porque no están representadas de manera formal en el Acuerdo de París. Lo que sí ocurre es que hay una convicción muy fuerte en que cualquier actor económico debe integrar por su propio interés esta realidad. Por tanto, es importante entender qué hay que cambiar para que las decisiones de los inversores y de los sistemas de producción vayan en la dirección correcta, y romper así esa inercia de muchos actores económicos de aprovechar al máximo las inversiones que hicieron hace unos años, cuando todavía no se entendía hasta qué punto estas podían ser dañinas para los demás. El Acuerdo de París juega con eso, pero también es un acuerdo de movilización ciudadana. La presión de las ONG a los Gobiernos es uno de los puntos más interesantes en la evolución desde Copenhague hasta aquí. Gracias a los movimientos sociales, los Gobiernos han entendido que el riesgo político es haber estado en posición de hacer cosas y no haberlas hecho. Nadie dijo que esto iba a ser fácil. Volviendo a la metáfora de la cima, el Acuerdo de París representa esa tienda en el campamento base a mitad de camino. El campamento base es ya de por si una meta, pero no el objetivo. Llegar a los 8.000 metros de altura todavía nos va a deparar tormentas, vientos fuertes, aludes y también sorpresas. Con mucha frecuencia, hemos oído eso de que el cambio climático es una fantástica oportunidad para los negocios, y es cierto, pero no podemos quedarnos ahí. No vale decir «el medio ambiente por encima de todo», no: la gente por encima de todo, aunque dentro de los límites que permite el planeta. Estoy hablando de justicia climática. Ha habido indicios interesantes en 2016, como que el Tribunal Penal Internacional estipule que los delitos ambientales, que afectan a mucha gente, merecen una atención específica. En las sociedades modernas que se pretenden justas y equitativas, no podemos tolerar un efecto perverso como es el que esos colectivos vulnerables se conviertan en una parte recalcitrante de la acción climática. No es lo mismo un colectivo de trabajadores en unas minas de carbón que están en proceso de cierre que una empresa como Exxon o tantas otras petroleras, que, si bien son perdedoras, tienen la capacidad de luchar por no perder.

«España está desaparecida en las negociaciones climáticas internacionales»

Muchas pequeñas islas del Pacífico ya están presenciando cómo sus tierras se sumergen bajo el agua. Para esos países, 2 ºC es demasiado.

Los pequeños Estados insulares son lo primero que nos viene a la cabeza. Y es verdad que son países donde hay una pérdida de territorio físico impresionante y están amenazados de desaparición completa. Pero, junto a ellos, hay países como Bangladesh, de los que nadie habla: países con gran parte de su territorio intensamente poblado en zonas bajas, deltaicas, donde una pérdida importante de ese espacio físico significa el desplazamiento de millones de personas: no miles ni cientos de miles, sino millones. Otros países del sudeste asiático y de África están llamados a sufrir. En lo que se refiere a estas migraciones forzosas, la comunidad internacional solo ha tenido dos grandes repuestas hasta la fecha: la Convención de Ginebra de asilo y refugio y la creación del Estado de Israel, cada uno con sus limitaciones. La Convención de Ginebra ha funcionado mientas las personas desplazadas se podían contar con cuentagotas, pero no puede dar respuesta al desplazamiento de millones simultáneamente. La creación del Estado de Israel fue una imposición por mala conciencia que ha generado todo tipo de problemas. ¿Vamos a crear muchos Estados de Israel para coger a todos esos bangladesíes que tengan que salir de su tierra? Hoy, sabemos que los refugiados climáticos existen. Sabemos que la guerra civil de Siria tiene su origen en el cambio climático, en periodos de sequía prolongados que generaron problemas serios en las zonas rurales y, por tanto, una fuerte presión de las comunidades fronterizas, mixtas desde el punto de vista religioso y de pertenencia a distintos grupos. Esas personas se van a las ciudades, colapsan el sistema de servicios y acaba aflorando un conflicto mucho más complicado. Esto se puede reproducir a gran escala. ¿Cómo se va a gestionar? Frente a un episodio como ese, estamos viendo la vergüenza mantenida en el tiempo de una Europa que no sabe cómo actuar. Hace mucho que ha traspasado la frontera de la decencia moral.

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¿Basta con poner un precio al carbono para transformar la economía global?

Es una medida importante, pero no suficiente. Porque ayuda a trasladar coste y valor. Todos necesitamos simplificar nuestras decisiones. Está muy bien ir al súper y mirar todas las etiquetas para tomar la mejor decisión de compra, pero nadie tiene tiempo de hacer eso todos los días y en todos los frentes. Necesitamos que esté incorporado de una manera mucho más natural y eso se hace a través de los impuestos y de otras herramientas como el mercado de derechos de emisión, para trasladar esa señal de coste al producto final y que refleje mejor la externalidades positivas y negativas que hay al consumirlo. Pero no es suficiente porque tiene que ir acompañado de un marco regulatorio que discrimine favorablemente las opciones que más nos interesa generalizar, así como de políticas de innovación que aceleren los procesos de cambio tecnológico. Y de acompañamiento social. Si, de un día para otro, yo traslado a los coches o a la electricidad la totalidad del coste de emitir CO2 sin ningún pudor, ni escala ni medida complementaria, los episodios de pobreza energética que conocemos hoy se multiplicarían. Necesitamos encontrar alternativas disponibles para esos colectivos vulnerables que no tienen capacidad de absorción de un coste real. Un mercado en el que la señal de precio es importante en el proceso de toma de decisión de compra no puede olvidar que hay elementos que deben ser corregidos porque, si no, dejarían fuera a una buena parte de la población.

«La guerra civil de Siria tiene su origen en el cambio climático. Episodios así se pueden reproducir a gran escala»

¿Qué papel ha jugado España, el país del «impuesto al sol», el que duplica las subvenciones al carbón, en las negociaciones?

Me da mucha rabia que me hagas esa pregunta, porque te diría que España está entre desaparecida y utilizada como ejemplo a no seguir. Da rabia que cueste tanto romper la barrera de la indiferencia entre la opinión pública. Nuestros representantes políticos no han estado a la altura manifiestamente en ninguno de los frentes. En su conjunto, España no ha sido relevante en esta discusión. Todas las plazas financieras más importantes, toda la banca, la industria del seguro y los inversores a largo plazo están volcados en este asunto. Yo no he visto a corporaciones españolas importantes a nivel mundial que estén en ese debate. Podría decirse lo mismo del Ministerio de Economía o del Banco de España. Solo las eléctricas tradicionales y las petroleras, aunque les haya costado, han entendido la evolución que se avecina. Unas más que otras. Han entendido que tienen que cambiar y juegan la carta de cuál es el tiempo que necesitan para hacer evolucionar su propio negocio. La electricidad sigue siendo el vector clave. Si soy una empresa eléctrica, tengo que saber que tengo un futuro boyante; ahora bien, tendré que pensar que, si mi negocio es vender electricidad, tendrá que ser con arreglo a lo que me vayan a pedir en los próximos años. Los inversores tienen más aversión al riesgo político. El coste financiero de invertir en España es inmensamente superior al coste financiero de invertir en cualquier otro país de la UE, salvo en algunos países del Este. Porque hay desconfianza con respecto al Gobierno y a los marcos regulatorios. En los foros internacionales, España no está presente en las discusiones, ni de geopolítica, ni de seguridad y defensa relacionadas con clima, ni de innovación, ni de industria, ni financiera ni tecnológica. Estamos en una zona especialmente sensible a los efectos del cambio climático y tenemos un potencial que no hemos cultivado. Eso no significa que no haya mucha gente planteando cosas muy interesantes, pero la respuesta de conjunto es: poca acción y poco compacta.

¿Crees que es necesario un Ministerio de Energía y Cambio Climático?

Depende. Si fuera porque está al frente alguien con voluntad de transformar el modelo energético, es una cosa buenísima. Necesitamos un pepito grillo que marque la senda, pero necesitamos la incorporación de estos desafíos en todos los ámbitos, la integración transversal de la agenda en las políticas sectoriales. La energía es una de las fuentes de emisión más importantes, también la agricultura y el transporte. Creo que hay que felicitar a algunos Gobiernos municipales que han surgido en las últimas elecciones y que están permitiendo reposicionar las ciudades en un escenario internacional que empieza a pintarse con nuevos actores. El Ayuntamiento de Madrid ha tomado medidas con un objetivo incuestionable, como lo hicieron Londres o Florencia hace años, como lo está haciendo París ahora. Entienden que hay que sacar los coches de la calle y están intentando construir ese proceso. Tengo una gran confianza en la capacidad de las corporaciones municipales para generar dinámicas diferentes que conectan con las preocupaciones de los ciudadanos y con resultados tangibles en un plazo relativamente corto. Poner en valor las cosas que funcionan es importantísimo. ¿De qué planeta viene la señora Esperanza Aguirre? Esas reacciones chuscas por desconocimiento le darían vergüenza si tuviera un mínimo de sentido común. Se adivina el final de la era del motor de combustión y, muy en particular, de los motores diésel. Es una tendencia muy clara. Aquí no hay desarrollo ni progreso si pensamos que podemos volver atrás. No podemos construir el siglo XXI con las bases del siglo XIX. Y todavía hay gente que piensa que sí.

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