ENTREVISTAS

«La música te abre caminos, te propone revoluciones»

María Isabel Quiñones (Huelva, 1954) es capaz de transformar un bolero en un jazz, una ranchera en un blues o un clásico latinoamericano en unas bulerías.

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Jesús Ugalde
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11
junio
2017

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Jesús Ugalde

La primera vez que escuchamos su voz fue en Jarcha. Más tarde se incorporó al grupo Veneno, con Kiko Veneno y los Pata Negra, Raimundo y Rafael Amador. En 1986, se enfunda unas gafas de sol y se asaeta una peineta. Nace entonces el personaje de Martirio, capaz de transformar un bolero en un estándar de jazz, una ranchera en un blues o un clásico latinoamericano en unas bulerías. Treinta años después, recibe el Premio Nacional de las Músicas Modernas 2016. María Isabel Quiñones (Huelva, 1954), dama, reina y diosa de la canción.

Decía Carmen Martín Gaite que, en sus comienzos, todo fluía con naturalidad y soltura, pero que, con el transcurrir de los años, le costaba más arrancar a escribir. Pienso en ese arrebatamiento suyo tan festivo de sus inicios, con Kiko Veneno y los hermanos Amador, reinventando la copla, refundando las sevillanas… Después de treinta años sobre los escenarios, ¿le pasa un poco lo que a la escritora?

Ay, Martín Gaite, qué grande… No creo que haya menos naturalidad, verás tú, la naturalidad la cultivo; pero, cuanto más tiempo llevas en los escenarios, sí que tienes más información y más experiencia, estás pendiente de más cosas, miras con mucha más exigencia tu trabajo, incluso te puede paralizar el tener tanta información de lo que eres, de lo que esperan de ti, de lo que quieres dar, de lo que puedes dar, de cómo está la sociedad en ese momento. Esto, por fortuna, implica que eres un poco más sabio. Creo que preferiría hablar de espontaneidad y no de naturalidad. No hay cosa que más me moleste que una persona antinatural, un artista que se escucha a sí mismo. La espontaneidad, ese atreverse, tiene que ver con un ímpetu y una necesidad, pero también con una edad; que conste que yo me sigo atreviendo, y me pongo de reto atreverme, pero el desparpajo, esa espontaneidad, está más hermanada con la juventud. Además, estos tiempos son mucho más conservadores y aborregantes que los de antes. Antes, cuando yo empezaba a cantar, había una ilusión, una explosión de alegría, una falta de prejuicios, muchas ganas de pintar de colores el futuro y el presente. Las mentes antes estaban mucho más abiertas.

¿Fue consciente en sus inicios de hasta qué punto esa peineta, símbolo de lo clásico, y esas gafas de sol, emblema de vanguardia, iban a marcar su carrera en tanto que mestiza, criolla, de fusión?

La síntesis aparece en la portada de mi disco conmemorando mis treinta años, en la que se ven esos dos símbolos; no sabía entonces que iba a tener esta trayectoria, pero sí tenía muy claro que la peineta era un elemento de la tradición y del folclore que asumo, porque me vuelve loca y me encanta la canción popular, estoy en ella y me la sé y la respeto, y las gafas remitían al mundo underground, todos los rockeros de entonces llevaban gafas, y casaban muy bien con la peineta, aparte de ser un elemento dúctil, creativo y embellecedor. Pero consciente de lo que iba a pasar, para nada, tenía una ganas y una «misión» que era más grande que yo, estaba impelida a hacer las cosas que he ido haciendo. No había nada por detrás, ni marketing, ni gabinete de prensa ni nada parecido. Mi carrera ha sido mi evolución como persona, mi evolución espiritual, mi papel en el mundo.

«La culpa es una de las cosas con la que más nos machacan a las mujeres»

Hay excepciones de rigor, pienso en Bunbury, en Maui, en Raphael o en Loquillo, pero, hoy en día, apenas se le presta importancia al personaje, con la importancia que tiene para preservar a la persona del artista…

No solo eso, que también, sino porque olvidar el personaje es abandonar el carácter teatral del escenario. Sí, se ha olvidado el personaje… ahora se lleva más un punto muy pop y de balada que es más la persona tal cual, ¿sabes cómo te digo?, de traje de chaqueta o camiseta y vaqueros. La transformación es lo que ahora mismo se ve menos, la transformación y la creatividad en el escenario, la magia, el teatro, la estética… Eso viene por la uniformidad y el aborregamiento que te comentaba. Cuando yo empezaba, había una verdadera voluntad de cada uno de ser único y, ahora mismo, hay gente que se quiere parecer a otro, y le obligan o recomiendan que se parezca a quien tiene éxito. Cuánta gente se quiere parecer a Madonna, por ejemplo. Ahí hay también una estructura que facilita la falta de personalidad.

¿Es usted una mujer esperanzada en lo social?

Sí, tengo esperanza en general. A mí no hay quien me la quite. Si no la hay, es como si se apagara la luz; la esperanza la cultivo, por eso me fijo en cosas que me la den. No soy negativa, para nada, aunque tengo mis momentos de pesimismo, de perrapincho

¿Perrapincho?

Jajaja, sí, una palabra mía, me la he inventado, me refiero con ella a ese cuestionamiento constante que tengo a veces.

Su estilo está impregnado de sensualidad, algo que también se estila poco.

Me gusta mucho lo sensual y lo sensitivo, lo emocional y lo intuitivo, todo lo que no se ve, lo que se insinúa, lo que se percibe con el tercer ojo. Me interesa todo lo mágico y me parece que una mujer tiene una esencia mágica tan fuerte que, si dejas salir a tu diosa, te conviertes en poderosa, no importa que no seas la más guapa, la más alta ni la más delgada. Esa sensualidad la llevamos todas y nos la podemos quitar cuando nos dé la gana, porque nos abandonemos, pero cuando sale… Yo, sobre todo en el escenario, dejo salir a esa diosa sin cortapisas, sin ningún tipo de complejos, y esa mujer que sale es más grande que yo.

¿Cuánto de seducción existe entre quien canta y lo cantado?

Todo. Para mí, es fundamental poner en tu boca palabras que sientes, que sabes lo que significan, a las que les puedes dar la vuelta, que pueden tener varios significados a la vez, pero sobre todo que son parte de ti. Yo no canto nada que no sienta. Hay veces que pongo discos mientras estoy en la cocina, que es mi primer y verdadero laboratorio musical, y, de pronto, escucho una canción que me llama; la escucho varias veces y siento que tiene que ver conmigo, como si fuera una cubierta de libro que te llama para que lo compres. Y la incorporo a mi repertorio.

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El repertorio, ¿qué dice del artista?

El repertorio es el carné de identidad de los artistas, por el repertorio que hace una persona puedes saber por dónde va, si es o no afín a ti. El repertorio es muy importante, y varía dependiendo del sitio, del público y de cómo tú estás; hay clásicos que casi siempre tienes que cantar, pero el resto de canciones varían. A mí me gusta cantar alguna cosa nueva para ponerme nerviosa, porque esa sensación de estreno me pone las pilas. De todos modos, yo siempre trato de cantar como si fuera la última vez, no la primera, sino la última.

¿Qué se ha degradado más en el mundo de la música, la melodía o la narración?

Hay menos poesía ahora, menos calidad lírica que musical, y la gente de hoy en día no escucha a los clásicos, no los conoce. Cuando escucho música de los 60, 70 y 80, me pregunto cómo es posible que Stevie Wonder cantase con doce años para matarse ya.

¿Cómo se distingue una canción redonda de una estafa?

Por el corazón, por las tripas, por las vísceras, porque tiene que ver contigo, porque tiene un desarrollo melódico precioso, porque el cantante la hace suya, porque te llega al corazón y te arrebata.

Asegura, hablando de cantantes a las que admira y con las que ha trabajado, como Soledad Bravo, Marta Valdés, Chavela Vargas, Lila Downs, que «América es hembra». ¿España, pues, es el macho?

En muchos casos sí, y mira que España es femenina, pero tiene una masculinidad muy grande, y si te vas para atrás hay una presencia masculina dominante, muy asertiva; prefiero mi país por encima de todo, porque amo a España, total, pero es que somos parte de Latinoamérica; hay que ir allí para darse cuenta de lo mucho que tenemos de ellos y ellos de nosotros, son muchos siglos de convivencia y cultura.

Cantaba Concha Piquer aquello de: «Amar, yo quiero amar con libertad, porque nací mujer para querer y hacer mi santa voluntad». ¿Qué precio hay que pagar por ejercitar la libertad?

La soledad, la economía… y ya está. ¿Te parece poco? No siempre, claro, en ninguno de los dos aspectos; vivo de la música desde que empecé, no me quejo, claro que soy muy económica, menos para vestirme, para vestirme no hay bolsa. Chavela decía que nadie quiere estar con una persona libre y tiene algo de razón. A mí me encanta la gente y me encanta el amor, soy una enamoradiza desde que tenía ocho años, con ocho años fue la primera vez que le dije a alguien: «Te quiero con toda mi alma». He tenido muchas historias amorosas muy bonitas, que me han enseñado a ver que soy capaz de querer y de que me quieran, pero la libertad está por encima de una pareja y, cuando una pareja deja de crecer, es mejor irse de ella. La soledad es un precio que se paga puntualmente por ser libre, como la economía. Podría tener más dinero si hubiera aceptado algunas propuestas de trabajo, pero siempre me he dejado llevar por mi intuición y mi corazón, por la vocación grandísima que tengo, así que no me quejo en absoluto.

Cito a Juana Reina cuando cantaba aquello de «de las de peina y volante qué pocas vamos quedando». ¿De veras quedan pocos copleros?

Está Poveda, Serrat (porque Romance del Curro, el Palmo, no me digas que no es una copla), Javier Ruibal, tenemos la música de Carlos Cano. La copla es un tesoro de la música popular española del XX. Algunas pasarán el filtro del tiempo y se convertirán en clásicos, y un clásico puedes cantarlo en cualquier momento y adaptarlo de mil maneras, siempre con respeto. Escuchas, por ejemplo, a Silvia Pérez Cruz y te puedes morir.

¿Qué hace posible que uno transite musicalmente con la misma autenticidad por la copla, el rock andaluz, el bolero, el blues…?

Tener un estilo. Yo solo canto lo que puedo llevar a mi terreno; no paro de investigar, así que me meto en géneros muy distintos, pero buscando siempre aquello que me aporte y a lo que pueda yo aportar. Sé que hay cosas que no haría nunca.

«Estos tiempos son mucho más conservadores y aborregantes que los de antes»

¿Por ejemplo?

La verdad es que ahora no sabría decirte… reguetón. O música electrónica sin calidad, como el bakalao. Por lo demás, sería cuestión de verlo.

Hace unos días, una encuesta decía que seis de cada diez mujeres son feministas. Que no lo sean todas, ¿le extraña?

Es que feminismo es una palabra que se ha utilizado muy mal muchas veces y tiene mucha carga. Yo soy feminista, femenina y bastante luchadora, pero soy de las que piensan que no hay que excluir a los hombres ni a las que quieren ser como ellos. Tengo clara mi identidad y he procurado enseñar a mi hijo esa parte sensitiva, sensual, intuitiva y cariñosa que tenemos las mujeres y he tratado de crecer de la mano de los hombres del siglo XXI. Cada mujer ha de buscar su preparación, su lugar, su aceptación, su falta de culpabilidad, porque la culpa es una de las cosas con las que más nos machacan. Ah, y por supuesto, hay que buscarse la independencia económica y tener la cabeza amueblada con lo que pasa en el mundo. A partir de ahí, caminar hacia delante es la única manera de luchar contra la barbarie que sigue cometiéndose hoy en día contra tantas mujeres.

Ahora que habla de rebelión, una gran feminista, Emma Goldman, decía que no la esperasen para hacer una revolución que no se pudiera hacer bailando. ¿Qué lugar ocupa el humor, lo lúdico, en la vida de Martirio?

Mis dos trampolines son el amor y el humor para todo en la vida. He tenido que echar humor a muchas cosas, el humor es una puerta maravillosa para entrar y hacerte pensar.

¿De qué cura la música?

De todo. Del desamor, de la soledad. Abre caminos, te brinda ideas, te propone revoluciones, te transporta a otros momentos, te evoca recuerdos, olores, paisajes… cura la soledad del alma, sobre todo.

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