ENTREVISTAS

«Los tribalismos se manifiestan con la bandera nacional»

Nació en Londres hace 59 años. Pero haber vivido en tres continentes le otorga un inevitable resplandor de hombre de mundo. Hablamos con John Carlin, icono intelectual del periodismo moderno.

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15
octubre
2015

Su biografía dice que es británico. Y es rotundamente cierto que nació en Londres hace 59 años. Pero ser hijo de padre escocés y madre española, y haber vivido en tres continentes distintos, le otorga a este escritor y reportero empedernido más de una patria chica, además de un inevitable resplandor de hombre de mundo. Hablamos con John Carlin, icono intelectual del periodismo moderno.

El factor humano (en el que se basaría la película Invictus) es uno de tus libros más conocidos. En él ensalzas el poder de Mandela para reconciliar a dos bandos enfrentados. ¿Crees que estamos huérfanos de líderes?

Líderes de la talla de Mandela aparecen una vez cada 50 años, si la humanidad tiene suerte. Mandela solo es comparable con grandes figuras como Lincoln, Churchill… Líderes que son capaces de superar los partidismos que siempre dividen, capaces de ver el bien común más allá de sus propios intereses políticos.

Este año hemos presenciado matanzas racistas en Estados Unidos. ¿Está Obama sabiendo abordar este desafío?

El presidente de Estados Unidos no es un dios, no tiene poder absoluto como Luis XIV. En ese país hay muchas dificultades de relaciones entre las razas. Entre el sector de la población negra y el resto hay una tensión permanente, no se ha superado la esclavitud del siglo XIX. Es un lastre que ningún presidente va a resolver por decreto. Lo que ha ocurrido últimamente es que han salido a la superficie unos problemas que han estado siempre, y que yo sentía cuando vivía en Washington hace 20 años. La ironía es que la tensión racial es más fuerte en Estados Unidos que en Sudáfrica. Pero Obama no tiene la varita mágica para resolverla.

En política, ¿qué significa la venganza?

La venganza es un gran obstáculo. Y, en ciertos casos, puede tener un sinónimo: justicia. Para hablar de eso, Colombia es un ejemplo de la condición humana. Lo que le pide el presidente Santos a su pueblo es que se llegue a un acuerdo de paz con la condición de que no haya una justicia perfecta, que mucha gente culpable de muchas atrocidades no pague en cuanto a la ley. Tú y yo podemos hablar de esto en términos teóricos, pero si hemos perdido un pariente asesinado y tenemos que tragar con que el culpable no solo vaya a estar libre sino que vaya a hacer política… es muy complicado. No hay que subestimar las emociones. Pero se necesita un líder capaz de convencer a la gente de que para pensar en el futuro, en las nuevas generaciones, no puede haber una justicia perfecta; no puedes estancarte en el pasado. Un ejemplo sería comparar Sudáfrica con Israel-Palestina. En 1993 se firmaron los acuerdos de Oslo y parecía que se iba a avanzar hacia una paz negociada. En Sudáfrica estaban en una situación similar, y me pidieron que escribiera un artículo comparando las posibilidades de que se lograran acuerdos en ambos países. Lo increíble es que ambos estaban en las mismas condiciones para lograr la paz, y mira hoy: los israelíes optaron por estancarse, mientras que Mandela quiso construir un país democrático, tragándose la píldora amarga de una justicia menos perfecta. Es el corazón contra el cerebro. En mi opinión, la razón tiene que vencer.

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Mandela usó los factores emocionales que envuelven el deporte con fines políticos. ¿Podríamos afirmar entonces que Mandela era un populista?

Yo creo que todos los políticos efectivos tienen que tener un toque populista. Decir que la palabra populismo es peyorativa siempre es simplificar demasiado. Populismo puede ser algo vacío de contenido, pero puede ser algo que apele a las emociones. Mandela combinó corazón y cerebro. Su plan a grandes rasgos fue cerebral, lógico. Pero para vender esto al pueblo hay que apelar a los corazones, utilizando esos métodos. El problema que tiene el presidente Santos en Colombia es que no tiene estos dones seductores que tenía Mandela. Es un tipo muy inteligente, racional, pero no puede llegar a los corazones de la gente.

Tras publicar El factor humano, reconociste estar satisfecho de que el libro hubiera gustado por igual tanto a lectores de izquierda como de derecha. ¿Las etiquetas, las banderas, son un escudo para disimular nuestra vulnerabilidad?

El ser humano es un animal tribal, y no va a cambiar de un día para otro. Los tribalismos se manifiestan con la bandera nacional: lo ves cuando hay una guerra o un mundial de fútbol. El nivel tribal más ínfimo es la familia. Entre la nación y la familia hay muchos más, como los partidos políticos, los nacionalismos… Sentirte orgulloso de la literatura de tu país, de la comida, del paisaje… tiene su lado agradable. El problema es cuando se convierte en algo competitivo, cuando entras en un fenómeno de paranoia cognitiva, definiéndote en oposición a otro. Ahí está el peligro de que se generen las condiciones para una escalada que lleve a conflictos.

Fue el poeta inglés William Ernest Henley quien dijo lo de «soy el amo de mi destino: soy el capitán de mi alma». ¿De dónde parten los deseos separatistas?

En muchos casos parten de la percepción de que un cierto grupo tribal es víctima de otro, de que le están limitando las posibilidades de felicidad. Esa percepción puede ser más o menos real o imaginada.

¿Estás de acuerdo con la necesidad de feminizar la política? No me refiero solo a la presencia de mujeres, me refiero a un cambio en la forma de ejercerla. En política, como en el deporte, ¿es sana la competitividad?

La competitividad es la esencia de lo que en Occidente consideramos democracia: un partido en el gobierno y los demás atentos a que no se abuse de ese poder. Es completamente esencial. El caso de la feminización es un terreno espinado. Pensar que la mujer piensa completamente diferente al hombre va en contra de la corrección política. Yo diría que los hombres son más dados a excesos quijotescos y las mujeres son más prácticas, quizá por el papel que han tenido de cuidar a la familia. Siempre he pensado que los sentimientos nacionalistas son más fuertes en los hombres. Una mujer mejicana y una mujer zulú en Sudáfrica podrían tener muchos más puntos en común que un hombre mejicano y un hombre zulú, porque estos llevarían la carga de los orgullos patrios. Siendo práctico se tiende más a la reconciliación, que es lo que hace que la comunidad avance. La revolución más importante de Occidente en los últimos treinta años ha sido la evolución de la relación entre hombres y mujeres, pero estamos en una fase muy inicial en la igualdad, muy movediza, yendo en contra de sistemas ancestrales de poder. Es un terreno fascinante. Uno se pregunta: «Si la mujer llega a tener tanto poder como el hombre, ¿llegará a tener estos tradicionales vicios de los hombres?». Margaret Tatcher, una mujer bastante dogmática y dura, pionera en lo que se refiere al liderazgo político femenino, no tenía una forma de ser que correspondiera a los patrones femeninos de los que hablamos. Un caso muy interesante es Islandia. Fue uno de los primeros países que cayó en el pozo de la crisis en 2008. El análisis que se hizo fue que tuvo mucho que ver con la testosterona masculina. Los que llevaron las riendas se habían vuelto locos con el dinero, hubo un despilfarro brutal y ocasionaron la catástrofe económica. Después llegaron las mujeres al poder: la primera ministra [Jóhanna Sigurdardóttir, que además fue la primera jefa de gobierno reconocida como LGBT del mundo], la presidenta del banco principal de Islandia, directoras de empresas… La actitud de las mujeres ha sido más práctica, y el país ha recuperado su poderío económico.

Eres escéptico con Twitter. ¿Crees que los 140 caracteres han dañado al periodismo o lo han reforzado?

Twitter sirve para anunciar que algo ha ocurrido; en ese sentido es muy hábil y rápido, y si a la gente le divierte, perfecto. Pero decir que Twitter es periodismo, y sobre todo que lo digan periodistas, me parece absurdo, es menospreciar lo que hacemos. Con lo que a mí me cuesta escribir un artículo… siempre es un parto; pasan los años y nunca es más fácil. Encontrar una similitud entre eso y los 140 caracteres me parece ridículo.

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El periodista Antonio Lucas escribía recientemente en El Mundo: «Lleven cuidado con los imparciales a tiempo completo. No olviden que este empleo lo ejercen mujeres y hombres con sus glóbulos rojos, sus pasiones y odios, su sistema límbico puesto al servicio del desengaño o el entusiasmo». ¿Crees que la objetividad es una falacia?

Por supuesto. Somos seres humanos, no somos robots. Cada uno tiene su entorno, lo que a uno le forma su conciencia moral, su visión del mundo, sus predilecciones… Es absurdo decir que un periodista va a ser objetivo, porque un periodista es un ser humano y ningún ser humano es objetivo por definición. A lo máximo que uno puede aspirar es a ser honesto y equilibrado cuando corresponde. Le doy más valor a la honestidad.

Reconoces que escribes para entretener. ¿No es crear opinión el fin último del periodismo?

Uso la palabra entretener en un sentido muy amplio, no me refiero a soltar carcajadas. Se trata de atrapar, de que el lector siga desde la primera palabra hasta la última. Si no logras eso, la gente no te va a leer. En cuanto a crear opinión, depende del artículo que esté haciendo. Si hago un reportaje sobre Podemos, o sobre una casta musulmana oprimida en Birmania, mi idea es ofrecer información para que otros saquen sus conclusiones, que sirva como materia prima para que se abra debate.

Unir última tecnología e islamismo radical… ¿es el colmo de las ambigüedades de la globalización?

Con la tecnología somos conscientes al segundo de una masacre en Turquía, una violación de derechos humanos en Uzbekistán… Y eso por un lado es bueno porque tenemos más conciencia de las cosas que ocurren en nuestro mundo. Pero puede llevarnos a simplificar demasiado, y algo que he aprendido a lo largo de los años es que el mundo es muy complejo. Somos incapaces de entendernos a nosotros mismos como individuos, pero estamos dispuestos a clasificar a una sociedad o a un gobierno de malo o de bueno… Y las redes sociales e Internet no van a desaparecer, están tan integradas en nuestras vidas como el invierno o el verano, la lluvia o el sol. Hay peligro de que el que chille más alto sea el que se imponga, y no necesariamente el que dé una versión más matizada. Todos tendemos a adoptar posiciones muy tajantes sobre los temas. La verdad tiene muchísimas facetas, y solo elegimos una -que puede representar el 10% de la verdad- y en base a eso sacamos un 100% de opinión.

Pues, entonces, la pregunta que viene ahora te va a parecer simplista. Tú, que has vivido en tres continentes, ¿crees que los españoles nos criticamos demasiado a nosotros mismos? ¿O quizá no lo suficiente?

No creo que los españoles sean tan diferentes del resto de la humanidad. Una de las cosas que escucho mucho en España es que los españoles son muy envidiosos, como si España tuviese el monopolio de la envidia. La envidia, como los celos, como el resentimiento, existe en todos lados, en unos individuos más que en otros. Lo que creo es que en este momento hay más debate político en España, ergo más críticas que en otros países. Hay un debate más caliente y más dinámico que en Inglaterra, por ejemplo. Pero es una cuestión más de circunstancias: hace diez años, con el boom económico, no había tanto interés por la política. Me comentaba un profesor de universidad en Inglaterra, que tiene estudiantes de todo el mundo, que los españoles se interesan mucho más por el debate político que los ingleses. La combinación de la crisis y el destape de la corrupción han creado condiciones para el debate.

Fuiste enviado a Argentina cuando el corralito. En el caso de Grecia, ¿crees que el gobierno de Tsipras está beneficiando a su país?

Al referéndum, a nivel práctico, útil, no le vi ningún valor. En primer lugar, que se pida opinión a la gente sobre un paquete de medidas económicas –cuyo detalle va a entender, si acaso, el 1% de la población- no sé si es un tema para referéndum; creo que se debe preguntar por cosas más elementales. Por ejemplo, lo que se va a hacer en Gran Bretaña: «¿Quieres formar parte de la Unión Europea? ¿Sí o no?». Lo absurdo es que la gente vote abrumadoramente que no y, tres días después, el no se convierta en sí. El único valor que le di fue que la gente pudiera desahogarse, expresar su dolor, su orgullo patrio. Fue una especie de terapia colectiva. La gente salió a las calles de Atenas como si acabara de ganar el mundial, y luego sucumbe a un paquete de medidas aún peor del que rechazó. Seguro que la historia lo juzgará bastante.

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