ENTREVISTAS

«El mérito es insustituible siempre que esté bien enmarcado»

Fotografía

Hannah Assouline
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29
mayo
2024

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Hannah Assouline

Para Sophie Coignard, ensayista, periodista de ‘Le Point’ y autora de ‘La tiranía de la mediocridad’ (Deusto, 2024), el mérito es un valor que no tiene sustitutos. Sin embargo, para salvarlo, advierte, hay que «neutralizar» a sus numerosos enemigos, que ella llama los «cuatro jinetes del apocalipsis»: la perpetuación de los privilegios, la desigualdad de oportunidades, el inmovilismo social y la puesta en duda de los valores republicanos.


Dice que el mérito es el «delicado ensamblaje» entre la utilidad social, el talento, el esfuerzo y lo que Aristóteles llama la «amistad cívica». Ante la brecha salarial de género, el nepotismo, la xenofobia y, en general, los diversos tipos de discriminación, ¿se puede hablar realmente de meritocracia en las sociedades occidentales?

Ese es el problema de la brecha entre lo deseable y lo real, que se aplica a distintos temas en política. Más que la brecha salarial de género, la xenofobia o el nepotismo, lo que socava el mérito es la reproducción social. El mérito, este valor que ayer era progresista —incluso revolucionario—, hoy ha «cambiado de bando». Sin embargo, nadie ha propuesto nunca un sistema alternativo creíble. ¿El regreso de los privilegios de nacimiento? ¿El recurso del sorteo, de echarlo a la suerte? ¿La promoción basada en criterios identitarios, en forma de cuotas o de discriminación positiva? Ninguna de estas soluciones es creíble o deseable.

Usted escribe que «la meritocracia, si no se tiene cuidado, puede servir de elegante taparrabos para la perpetuación de los privilegios». Precisamente, un estudio de la Universidad de Dinamarca del Sur encontró que la tasa de movilidad social en Inglaterra se ha mantenido invariable a lo largo de cuatrocientos años. ¿Cómo encarar el hecho de que the best and the brightest son, generalmente, estudiantes con cierto capital económico o, al menos, cultural? ¿Cómo hacer que el mérito no se convierta en el taparrabos de la «tiranía de la cuna»?

Este es el argumento más fuerte para intentar desacreditar el mérito. La respuesta obviamente está en las políticas educativas. Con el pretexto de promover la igualdad absoluta, han destruido en Francia, desde hace treinta años, las virtudes de la escalera social. Cuando una ministra de Educación Nacional decide, por ejemplo, que debe eliminarse la optativa de latín en favor de una pizca de «latín para todos», basándose en que las lenguas antiguas son una disciplina elitista, ella está ignorando los estudios de su propio ministerio, que muestran que la optativa de latín permite que estudiantes de escuelas desfavorecidas progresen en mayores proporciones que aquellos de instituciones del centro de la ciudad. En términos generales, reducir el nivel de exigencia es perjudicar a los estudiantes de origen modesto, pues los otros encontrarán —en el sector educativo privado o en sus familias— los recursos necesarios para una cultura académica de calidad.

«Eliminar las becas al mérito equivale a agravar las desigualdades»

En una época de bullshit jobs, en la que, como usted dice, el trader gana mil veces más que la enfermera, ¿cómo neutralizar a los «cuatro jinetes del apocalipsis» —la perpetuación de los privilegios, la desigualdad de oportunidades, el inmovilismo social y la puesta en duda de los valores republicanos—, que son enemigos del mérito real?

Responder a esta pregunta es un desafío, no es fácil hacerlo de forma corta. En lo que respecta a Francia, la generalización de los internados de excelencia, la instauración de becas al mérito más generosas, el restablecimiento de la autoridad de la escuela en todas sus formas, la clara manifestación de una política de lucha contra las desigualdades, me parece que hacen parte de las prioridades.

Antes de este libro, había escrito también L’oligarchie des incapables y La caste cannibale. ¿Cree que la mediocridad es sistémica? ¿Por qué cree que hay una «desconfianza hacia la excelencia»?

Porque la excelencia había alcanzado su cúspide en Francia antes de ser utilizada para proteger a las élites. Me explico, esquematizando un poco, por supuesto: basta con aprobar un examen cuando tienes veinte años o un poco más para pasar toda tu vida bajo cobijo, sin mayores incidentes profesionales, incluso así fracases gravemente. Pero el fracaso, cuando se es un alto funcionario o director de una gran empresa, tiene un impacto en cientos de miles o incluso millones de personas, en términos de empobrecimiento, desempleo y desesperación social. Los jefes de Dexia, que pertenecían todos a grandes organismos del Estado, arruinaron municipios y les costaron muy caro a los contribuyentes en la crisis financiera de 2008. Sin embargo, se marcharon con cuantiosas compensaciones y aterrizaron en otros sitios, sin sufrir ningún daño. Es esta impunidad de las élites la que ha distorsionado la idea misma de excelencia.

Hablando en términos ideológicos, ¿por qué, como usted muestra en el libro, tanto el wokismo como la extrema derecha están usando el mérito —para acabar con él, el primero, y para enarbolarlo, la segunda— en la conquista de sus intereses políticos?

Así, la extrema derecha intenta desdibujar las líneas, como lo hace con la laicidad, otro concepto republicano que ha secuestrado para su propio beneficio. Esto hace parte de su intento de «banalización». Por su lado, la extrema izquierda defiende el diferencialismo, y por ello considera que la noción de mérito es «ciega» a la discriminación de clase, pero especialmente a la discriminación identitaria. La defensa de las minorías implica necesariamente descartar el mérito.

«La impunidad de las élites ha distorsionado la idea misma de excelencia»

El origen de La tiranía de la mediocridad es la supresión de las becas al mérito en Francia. ¿Cree que las reformas educativas están haciendo justamente lo que pretenden combatir, es decir, empeorando la fractura escolar y social?

Sí, mantengo su formulación de la pregunta, pues resume muy bien la situación. Eliminar las becas al mérito para estudiantes excelentes de entornos modestos equivale a agravar las desigualdades, porque estos estudiantes experimentan una evidente pérdida de oportunidades (por ejemplo, deberán trabajar varias y arduas horas por semana mientras sus compañeros más privilegiados emplean ese tiempo para estudiar, cultivarse, hacer ejercicio). Y este es solo el último avatar de las políticas educativas pavimentadas con buenas intenciones cuyo resultado hoy es claro: el nivel promedio ha seguido cayendo, las desigualdades educativas han aumentado, y los mejores estudiantes ya no son tan buenos como antes, especialmente en matemáticas.

Su libro es también una respuesta al libro La tiranía del mérito, de Michael Sandel. ¿Cómo responde a lo que dice Sandel sobre el aumento de la depresión y la ansiedad entre los jóvenes que buscan a toda costa el éxito, el mérito?

El libro de Michael Sandel se basa esencialmente en la observación de la sociedad y del sistema educativo estadounidenses, muy diferentes a los que prevalecen en Europa y especialmente en Francia. Luego traslada sus observaciones y conclusiones al resto del mundo, lo que me parece cuestionable. En un nivel más teórico, retoma el libro distópico de Michael Young, quien inventó el neologismo «meritocracia» a principios de los años 50, un término que pretendía que fuera peyorativo y que, irónicamente, durante varias décadas se volvió positivo. Esta obra describe una sociedad donde la igualdad de oportunidades es total: es una tiranía terrible, escribe Young y aprueba Sandel, porque cada cual es el único responsable de sus éxitos o fracasos. La arrogancia se apodera de los ganadores, mientras que los perdedores pierden toda su autoestima. Esta reflexión filosófica es muy atractiva, pero no conduce a ninguna propuesta para sustituir el mérito. Michael Sandel simplemente sugiere que, para seleccionar a los felices elegidos de las universidades de la Ivy League, hay que quedarse con las buenas solicitudes (alrededor de la mitad, según él) y luego escoger por sorteo. Esta solución tal vez se aplique a Harvard, pero ciertamente no a todo el sistema educativo de Francia o, imagino, de España.

«El mérito bien templado consiste en una lucha encarnizada por reducir las desigualdades»

Su planteamiento principal en La tiranía de la mediocridad es que se deben querer dos cosas a la vez: aumentar la calidad de la oferta escolar en los barrios desfavorecidos y la distinción de los alumnos con más talento y más motivados de esos mismos barrios, es decir, que lo que se presenta como una disyuntiva sea en realidad una conjunción. ¿En qué consiste entonces lo que llama el «mérito bien templado»?

El mérito bien templado consiste en la valorización del mérito, pero en todas sus formas: cognitiva, por supuesto, académica, cívica, altruista. Consiste en la obligación de cualquier gobierno de ofrecer las mismas condiciones de educación y acceso a la cultura para todo el alumnado. Consiste en liquidar toda admiración por el trader parásito y en el aumento de la gratificación de las enfermeras, de todas aquellas personas que trabajan en el ámbito de los cuidados. Consiste en una lucha encarnizada por reducir las desigualdades… No soy ingenua, sé que este es un ideal imposible de alcanzar. Pero las políticas públicas deben apuntar hacia ese ideal, de lo contrario no solo se desmonetizará el mérito, sino todos los valores y principios republicanos.

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