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María González Romero

«Tendemos a fusionar nuestra opinión con nuestra identidad»

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23
diciembre
2025

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Licenciada en Derecho por la Universidad Autónoma de Madrid, María González Romero (1978) desarrolló su carrera como abogada hasta asumir, durante nueve años, la coordinación del gabinete de (su padre) Felipe González. Ahora trabaja en la formación en habilidades para empresas y en procesos de mediación, y acaba de publicar su primer libro, ‘Debajo de las palabras. Cómo la comunicación no violenta puede mejorar tu vida’ (Plataforma Editorial), una reflexión a propósito de cómo el uso del lenguaje puede originar malentendidos, causar daño y procurar distanciamientos, pero también hacer las cosas más fáciles.


¿En qué momento podría hablar de violencia en la comunicación?

Ummm… ¡empezamos con una pregunta muy amplia! Hay un montón de matices para delimitar lo que entendemos como violencia quienes practicamos la «comunicación no violenta» (en adelante, CNV). Es violento juzgar y etiquetar, porque extiende a categoría una afirmación que igual es cierta solo a veces, y lo hacemos constantemente cuando decimos cosas del tipo «eres un desastre», en lugar de decir «cuando sales de la ducha dejas la toalla en el suelo». Puede resultar violento comparar, por ejemplo, con las típicas frases tan habituales «mira qué bien come tu hermano». Puede ser muy violento un silencio, cuando lo utilizamos con intención «castigadora» o cuando es una forma de violencia hacia uno mismo, porque elige callar algo que querría por temor a la reacción o la consecuencia que suponga expresarse. Es violento hablar categóricamente, confundiendo los hechos con las opiniones; seguro que tienes en la cabeza alguna persona de esas que hablan dictando sentencia para imponer su criterio o manera de hacer las cosas. También es violenta la manipulación, y a veces es extraordinariamente sutil, tan sutil que elegimos no asumir que es manipulación, en tanto en cuanto estamos ignorando las necesidades del otro, buscando salirnos con la nuestra. Las relaciones están repletas de pequeñas cosas que, en este modelo, entrarían dentro de la calificación de «violentas». Al mismo tiempo, son cosas tan normales y las relaciones cercanas suelen tener raíces tan sólidas, que las mantenemos ignorando el impacto que tienen, porque ese impacto no es dramático e instantáneo. Si alguien te insulta o maltrata explícitamente, es más sencillo darse cuenta de que en esa relación hay violencia, y más frecuente que tiendas a alejarte o defenderte. Hay muchas formas de violencia que normalizamos y sostenemos porque son pequeñas cosas, muy habituales. Lo cual no anula el impacto que, en el tiempo, causan esas pequeñas cosas en las relaciones. Por ejemplo, en relaciones familiares entre personas que se quieren y al mismo tiempo se sienten lejos. O en entornos profesionales, entre personas que «se toleran» y tienen dificultades para comprenderse y trabajar sin que sus dificultades no interfieran en la efectividad de su colaboración.

¿Cuánto de lo que subyace por debajo de las palabras es malinterpretado por quien las recibe y cuánto de significado inconsciente agrega quien las dice?

No creo que haya un porcentaje que aplique siempre. Supongo que hay información relevante debajo de lo que dicen, en ambos casos. Quien escucha, porque muy habitualmente escucha desde la película que se cuenta, suponiendo e interpretando cosas, en lugar de verificar en voz alta que lo que interpreta es lo que el otro quiere transmitir. Y quien habla porque, de la misma manera, habla desde su propia película. No tenemos mucha costumbre de relacionarnos desde la claridad de que no estamos en la cabeza del otro y nuestras interpretaciones, aunque a veces puedan acertar, no son la verdad, sino solo nuestra visión de las cosas. Tendemos a confundir la descripción de los hechos con nuestra opinión, y en esa confusión, además, fusionamos nuestra opinión con nuestra identidad, de modo que si lo que opino es lo que soy, y tú opinas distinto, estás cuestionando lo que yo soy. Y eso lo percibo como un ataque que obviamente me hace reaccionar. El pan de cada día…

«El mayor enemigo a la hora de expresarnos es que nuestro discurso no esté alineado con lo que nos pasa por dentro»

Para que sea posible una comunicación no violenta, ¿es necesaria la disposición de quien habla y escucha o basta con que uno de ellos tenga la predisposición al entendimiento?

Para empezar, es suficiente con que una de las partes proponga apertura. Aunque la otra parte al principio no esté disponible, puedes intentarlo y, en mi experiencia, esta forma de aproximarse es tan diferente que, como mínimo, genera un momento de curiosidad que te da una oportunidad para avanzar. Ahora, si pasados unos minutos, ves que no está el horno para bollos, toca soltar y buscar otro momento. Insistir en la conversación, por más que tu intención sea generar cercanía y conexión, no funcionaría y sería violento, en la medida en que no estás respetando el límite de la otra persona.

¿Cuál es nuestro peor enemigo a la hora de expresarnos? ¿Y a la hora de escuchar?

Quizá es que le metemos «demasiada cabeza» a la comunicación. Cuando transmitimos hay un entendimiento que va más allá de lo que verbalizamos con palabras. Dicen los expertos que, de toda la información que le llega a la persona con la que estás hablando, aproximadamente un 7% tiene que ver con las palabras que dices. Lo cual indica que más de un 90% de lo que percibe está relacionado con el tono, ritmo, mirada, intención. Por tanto, quizá el mayor enemigo a la hora de expresarnos y escuchar sea que tu discurso no esté alineado con lo que te pasa por dentro. Porque eso se nota, mucho.  A veces, puedes decir mucho más mirando a alguien en silencio durante unos minutos que contándole un rollo. Más allá de eso, y si nos centramos en las palabras, la CNV te permite expresarte con sinceridad, evitando el «sincericidio», porque le añade elementos de cuidado a la pura expresión sincera de lo que vives, al tener en cuenta de forma equilibrada las necesidades de todos. Es a la comunicación algo así como lo que conocemos por el win win (ganar-ganar) en la negociación.

La indiferencia, el silencio, la no escucha, ¿qué es lo que más duele?

Imagino que dependerá de la situación. Si lo pienso ahora, creo que la indiferencia es lo que a mí me duele más, porque implica que no te importa el otro.  En el silencio o la no escucha, puede haber muchas cosas que expliquen de dónde viene ese comportamiento, y me da que son cosas que implican que aún te importa esa relación. La indiferencia es una distancia que parece insalvable.

Callar la opinión propia es, en ocasiones, una violencia ejercida contra uno mismo, pero a veces, es una protección. ¿Cómo distinguir ambas situaciones?

Se trata de saber si lo haces para proteger cosas que consideras muy importantes y evaluar el coste de tu silencio. Si te compensa, no puedo sentir más que comprensión. A la vez, si encuentras la manera de expresarlo, de forma que, aunque sea difícil de escuchar y abra conversaciones complejas, abone la relación… la mejor aproximación suele ser hablar. Puedes elegir callar un tiempo, sabiendo que es una forma de cuidar de cosas. Al mismo tiempo, ese silencio está siendo testigo de la falta de confianza en ese vínculo. Y esto pasa factura.

«Cuando observas una respuesta que te dice que se ha cerrado en banda, lo más inteligente es darse un descanso»

Si nuestro interlocutor se cierra en banda en mitad de una conversación, ¿conviene cambiar de asunto, tratar de llegar a él por otras vías comunicativas, prender el silencio?

Sí. Cuando observas una respuesta que te dice que se ha cerrado en banda, lo más inteligente es darse un descanso. El bloqueo es, como comentábamos antes, la expresión de un límite. Lo que busca la CNV es generar cercanía y conexión. En este sentido, lo que promueve la conexión en esa situación es aceptar el límite e intentarlo en otro momento. Y, ocasionalmente, cuando ya percibimos que el desgaste es insostenible y vemos que la relación no tiene sentido, parece paradójico porque la CNV busca cercanía y conexión y a la vez, en este tipo de situaciones (insisto en que es cuando de verdad ves que no va a ningún lado), la mejor estrategia para cuidar de esa relación es alejarse. Que la lejanía sea permanente o temporal, solo lo saben las personas implicadas. A veces honrar lo que ha sido y soltar la idea de que vuelva a ser, implica que tomes la decisión de alejarte. Para vivir esa relación desde otro lugar.

En ocasiones, por no violentar o molestar al otro, suavizamos nuestro mensaje hasta el punto de que resultamos poco claros, o resultamos condescendientes. ¿Cómo evitar esta situación?

El primer problema es que confundimos la claridad con agresividad. Y dar rodeos, con «suavizar» el mensaje. Se puede hablar con mucha claridad y a la vez mucho cuidado. Y se puede ser tremendamente violento con los rodeos infinitos y el tono más suave que puedas imaginar. Puedes trabajar esas situaciones apoyándote en esta forma de comunicación que promueve la CNV, en la que combinas asertividad y atención a las necesidades de quien habla y de quien escucha, y por eso hay cuidado. Otra manera de evitar esa situación es pensar un poco el mensaje antes de hablar. Cuando has ensayado un poco lo que quieres expresar y tienes muy clara tu intención, es menos probable que te vayas por las ramas buscando el cómo decir lo que quieres decir. Además, si percibes que te estás enredando, o que el otro te mira raro o se cansa de escuchar, siempre puedes pedir un receso, y volver al tema cuando hayas reconducido lo que quieres decir. Puede que quien lea esta entrevista puede que piense «ya, sí… pero, ¿cómo se toma el otro que deje a medias lo que parecía una conversación relevante?». En este tipo de situaciones puedes decir algo así como «me doy cuenta de que no estoy siendo capaz de expresarme con la claridad que me gustaría, para mí este tema es relevante y quiero hablar de ello porque me importa mucho esta relación, y te propongo que sigamos en un rato o mañana, para que pueda armar mejor lo que quiero decir». Comprendo que suena un poco raro…  es que la CNV es una manera diferente de entender las relaciones, y su expresión, aunque suene al mismo idioma en el que te sueles expresar, realmente es distinta y por eso extraña un poco al principio. Si vas a empezar a practicar CNV creo que es muy recomendable que avises a la gente con la que vayas a practicar. Para que sepan que estás intentando algo nuevo, y puedan apoyarte cuando necesites un momento para reconducir o les parezca que «suenas raro». Por eso los primeros intentos de práctica no debes realizarlo en situaciones de mucha tensión, sino en contextos relajados y con personas que te apoyen a la hora de escuchar algo que suena sutilmente diferente a como te solías expresar antes.

¿Cambia el modo de comunicarnos en función de la edad o el sexo de nuestro interlocutor?

Puedes adaptar un poco algunas cosas, si hablas con un niño muy pequeño, por ejemplo. Pero las variables edad y sexo me parecen dos categorías muy limitadas. Conviene observar a quien tienes delante para entender cómo está de disponible para escuchar. Y si dudas, preguntar. Hay personas que necesitan más concreción, otras prefieren un ritmo más lento… pero vamos, que no va de edad o sexo, sino de personas.

«Lo que nos conecta y nos permite avanzar es mirarnos y comunicarnos»

Una comunicación no violenta, ¿nos hace más frágiles?

Al contrario. En la CNV hay mucha vulnerabilidad porque hay apertura y conexión. Y son precisamente esa vulnerabilidad, esa apertura y esa conexión las que nos hacen más fuertes. Y más capaces de comprendernos, colaborar y llegar a acuerdos. Me gusta muchísimo la concepción de la vulnerabilidad de Brené Brown, porque creo que está muy alineada con esto. Lo que nos conecta más que cualquier otra cosa, y lo que nos permite comprendernos, apoyarnos y avanzar y alcanzar objetivos mayores, no es otra cosa que mirarnos y comunicarnos en eso que compartimos las personas. Las cosas que nos pasan por dentro.

¿De qué modo nos beneficia el empleo de una comunicación no violenta?

La CNV te ayuda a expresar de forma clara y cuidadosa lo que sea que estés sintiendo y necesitando. Te entrena a escuchar, en lo que dicen otros, sus sentimientos y necesidades, aunque esas personas no hablen CNV, es como un traductor simultáneo que te ofrece opciones que luego validas con el otro, claro. Beneficia porque también amplía tu autoconocimiento. Te ayuda a entenderte mejor y a practicar el autocuidado (gran temazo muy diferente del egoísmo, ojo con confundirlos). Beneficia porque da una visión rica y abundante de las posibilidades de atender las necesidades de todos. Que no hayamos encontrado la manera todavía, no significa que no exista el modo, sino que aún no se nos ha ocurrido. La creatividad y la flexibilidad son cualidades muy ligadas a la práctica de la CNV. Si te parece que solo hay una manera de hacer las cosas ¡esto no es para ti! Beneficia en muchos sentidos, para quien es retraído le ayuda a expresarse, para quien es de arrepentirse de haber explotado, a contenerse en esa explosión y surfearla para poder convertirla en expresión sincera y cuidadosa… No sé, podríamos estar buscando beneficios el resto de la entrevista y tendríamos para rato.

¿Es necesario, en algún caso, la violencia en el lenguaje?

En absoluto. En ningún caso. Es necesario y sanísimo poner límites. Es necesario lo que Marshall Rosenberg (quien ideó la CNV) llamaba «el uso protector de la fuerza», cuando, por ejemplo, un niño va a cruzar una calle y ves que viene un coche, y le agarras de donde puedes con fuerza y tiras de él. No te paras a explicarle la situación. Es necesario el uso protector de la fuerza, cuando te agreden o te van a agredir y te proteges o respondes en legítima defensa. Pero en ambos casos es más un componente físico que verbal. No, la violencia en el lenguaje no es necesaria nunca. Otra cosa es que, en la confianza de las relaciones o la jerga en la que hablamos con algunas personas, puedas técnicamente insultar a alguien, y que suene cariñoso. Tú sabes cuándo eso es perfectamente normal y cuándo el insulto suena literalmente y tiene ese impacto violento. Al mismo tiempo, esto de la CNV no va de poner la otra mejilla o de ser la alfombra de nadie.  Va de generar conexión, de atender de manera equilibrada las necesidades de las personas y de concebir una forma de relacionarnos en la que atender lo tuyo y lo mío es posible, cuando tenemos voluntad de encontrar muchas formas diferentes de hacerlo, y elegimos las que resultan compatibles.

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