Siglo XXI

«El sueño americano tiene más de pesadilla, es profundamente egoísta e individualista»

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23
diciembre
2024

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‘Morir de pie’ (Debate) es un breve ensayo a propósito del Hombre Público Norteamericano, aquel que es capaz, con la palabra como único apero en su alforja, de convencer a quien esté dispuesto a escuchar, por muy delirante o locoide que sea su discurso. Como Joseph Smith, fundador de la iglesia de los mormones. Los hay luminosos, los que albardan la palabra con el humor y dicen las verdades del barquero, como Johnny Carson, George Carlin o tantos otros monologuistas o cómicos. La sombra de este prototipo es el Hombre Oculto Norteamericano, al que mueve el resentimiento, el malestar, el odio, y un día protagoniza la actualidad porque ha empuñado un rifle y lo ha usado de manera aleatoria contra quienes se cruzaban en su camino. En el entretanto, su autor, Edu Galán (Oviedo, 1980) va tejiendo la historia de un género genuinamente norteamericano, el stand-up o comedia en vivo.


El Hombre Público Norteamericano, utilizando su expresión, muchas veces termina consigo mismo, pese a que roza la cumbre del éxito; frente a él, la «gloria roñosa» del Hombre Oculto Norteamericano, peligroso por lo imprevisible. ¿Quién resulta a la postre más peligroso?

El Hombre Público Norteamericano es una persona que se sube al escenario y convence al público conjugando cinco prototipos: el político, el predicador el vendedor de crecepelo, el profeta y el colono. El ejemplo más claro podría ser el exsecretario de Estado, conspirador, personaje fascinante, Henry Kissinger. No podemos decir que haya matado a nadie, pero ha contribuido a algunas de las cosas más terroríficas del XX; lo más conocido, claro, es la intervención en Chile. Nixon y Kissinger fueron responsables de miles de represaliados y de lo que ocurrió en ese país. ¿Es más peligroso este señor que un Hombre Oculto Norteamericano, ese que un buen día coge un arma y dispara de manera indiscriminada, esos adolescentes que entran en un instituto sembrado el terror? No lo sé, tendríamos que analizar caso por caso, lo que sí te diría es que no hay que estar a merced de ninguno. Hay, eso sí, Hombres Públicos Norteamericanos a los que admiro mucho, como [el cómico] George Carlin. En cualquier caso, lo que más me interesa y te diría que me obsesiona es que seamos conscientes de lo que ocurre en el mundo, de las contradicciones y complejidades de las cosas. De que no todo se reduce a los equipos de fútbol, ni al blanco y negro.

El «sueño americano», ese según el cual uno triunfa en función de su habilidad o mérito, ¿cuánto tiene de quimera y cuánto de cierto?

Es una quimera total, tiene más de pesadilla que de sueño, basta solo pensar en las grandes bolsas sociales defenestradas que viven en Estados Unidos, en los inmigrantes ilegales, en las víctimas del Fentanilo, en los pobres de solemnidad, en los que viven en caravanas, en los loquitos que pueblan las calles de San Francisco, que son una problema social, en el chabolismo de Los Angeles, en la cantidad de gente que no tiene seguridad social… sí, hay quien cumple el sueño americano, los que llegaron sin nada a lo más alto, peo son casos aislados. Nosotros también tenemos el caso de Nadal, que ha ganado todo, pero los ejemplos particulares no hacen una teoría. Además, el sueño americano es profundamente egoísta e individualista y se está contagiando a la sociedad occidental, a través de esos youtuber vomitivos que aseguran que pagar impuestos es horrible, que te aseguran que tú puedes solo, que el feminismo es lo peor… el sueño americano sirve para crear monstruos, el sueño norteamericano siempre es contra alguien, como las pesadillas, siempre corres contra alguien; en los sueños estás en comunidad, con gente, en las pesadillas estás contra alguien. Fíjate en el voto latino de Trump, esa gente lucha contra otra gente que vino por los mismos caminos por los que ellos entraron, lo cual es una tragedia.

El Hombre Público Norteamericano hace de la palabra su herramienta, desde el vendedor Willy Loman, protagonista de Muerte de un viajante, hasta Ron Hubbard, ese escritor de ciencia ficción que crea la cienciología, o Joseph Smith, el eje de su ensayo, fundador del Movimiento de los Santos de los Últimos Días. ¿Cómo distinguir un charlatán, un iluminado, de un tipo sensato pero apasionado?

Es muy complicado. Alguien decía que la diferencia entre una secta y una religión es la cantidad de gente a la que convences para cada una de ellas. Una secta no convence a mucha gente. Del chalado al hombre de éxito norteamericano hay una barrera, como la del dinero, claramente cuantitativa, no cualitativa. El discurso del chalado o de un Hombre Público se parecen demasiado, basta el ejemplo de Joseph Smith. La diferencia es la cantidad de dinero o de gente que puedes atraer con tu discurso. Si has visto la película basada en Trump, El aprendiz, vemos a un Trump en su juventud que trataba de sacar adelante la empresa de su padre; su carácter ha evolucionado, pero tampoco es un salto cualitativo, como cuando Dylan pasa de la guitarra acústica a la eléctrica. Se ha ido adaptando. Reagan y Thatcher encendieron el caldero donde hervir el agua y Trump se está comiendo la langosta que se comenzaba a cocer en esa agua. Es terrible, porque utiliza discursos completamente estrambóticos que pudieras pensar que son razonables. Es difícil en algunos casos distinguir un discurso paranoide o locatis, pero lo terrorífico es cuando ese discurso, sabiendo que es un despropósito, convence.

«Reagan y Thatcher encendieron el caldero donde hervir el agua y Trump se está comiendo la langosta que se comenzaba a cocer en esa agua»

¿Qué tienen en común el profeta, el político y el cómico?

Primero, algo muy maravilloso: prometen futuro, o deberían, al menos. El profeta desde su púlpito, la tierra prometida, como Joseph Smith, Jesús, Mahoma; el político, promete una sociedad mejor, aunque ahora estamos en una época presentista, solo nos importa lo que pasa ahora mismo, ayer a las siete, mañana, y así no se construye nada; y el cómico, por su parte, nos promete una hora de ilusión. Para prometer ese futuro y que sea convincente se necesita de la palabra.

Pero estamos en un momento en el que la palabra se ha drenado de significado, prueba de ello es que los grandes sustantivos (libertad, dignidad, paz, amor) se utiliza para una cosa y su contraria…

Sí, cada cual utiliza la palabra para que su estrategia funcione; si lo que le funciona a tu público es que digas que todos los demás son «fascistas», o que los zurdos acabarán con el país, utilizarán la palabra para convencer a su público. Es una lástima, porque te puedo decir que los políticos, y lo sé porque he comido con muchos, son más inteligentes de lo que aparentan en público, al margen de que esté o no de acuerdo con sus ideas, pero no subirán el nivel si el votante no se lo pide. Así funcionan. Si cuestionar la ley trans o determinadas formas feminismo es facha, o si es muy rojo criticar cualquier cosa que haga Ayuso, sacarán provecho. Lo que pido al personal es que espabile, que tenga su propio criterio, y que si vota, lo haga conscientemente, no votando a la contra.

«Los políticos son más inteligentes de lo que aparentan en público, pero no subirán el nivel si el votante no se lo pide»

En el ensayo, analiza de qué modo el humor sirve para exponer la verdad, por más áspera que resulte. Sin embargo, ¿es posible el humor en un momento en el que la cancelación, lo políticamente correcto y la sentimentalización del discurso imperan?

Sí, sí, realmente. Esto es algo que me ha preocupado siempre, sobre todo cuando esa ideología de la cancelación se instaló en la izquierda, terreno del que me siento más cercano en general. Sobre esto escribí El síndrome Woody Allen, por la deriva que estaban tomando las cosas después del movimiento Me too, en 2017. Pero ahora veo otro cambio de ciclo, esta cosa de lo woke, sobre la que he escrito todo lo que tenía que decir, esta censura informal, ahora me preocupa poco, han sido barridos, basta ver en España cómo está la izquierda a la izquierda del PSOE y lo woke en general, que se contempla con pena y dolor, barrido por Trump. Me preocupa este negacionismo de la ultraderecha, el discurso conspiranoico, que también censura y mucho, me preocupa que llegue al poder político y pueden ejercer ese discurso desde las instituciones. La izquierda utilizaba los escraches, pero la ultraderecha tiene los Abogados Cristianos, a Manos Limpias, y acuden a los juzgados, empantanándolo todo y procurando un ambiente oscuro. Creo que el PP está siendo muy tolerante con los antidemócratas, y la izquierda está más pendiente de si las canciones de C. Tangana son machistas o de si la serie de Peppa Pig cosifica al mujer. Tengo el grave problema de que creo que, mire para donde mire, todo el mundo está dispuesto a asumir cierta censura.

«Me preocupa este negacionismo de la ultraderecha, el discurso conspiranoico, que también censura y mucho»

¿Cuál es, de tenerlo, el límite del humor? Pienso en ese ejemplo del que usted habla, el cómico Bill Maher, que bromeó con los sucesos del 11-S.

Creo que todo lo humano es susceptible de ser abordado por el humor, algo que no fuera susceptible de abordarse desde el humor sería quitarle el carácter humano. Estos Abogados Cristianos dicen que Dios no puede ser objeto de risa, pero la Metafísica es una creación humana. Otra cosa es lo oportuno o no del chiste. Maher no hizo un chiste exactamente, lo que dijo es que se podía acusar a los integristas islámicos que derribaron las Torres de cualquier cosa menos de cobardes. Si yo ahora hiciera un chiste sobre la DANA, por muy bueno que fuera el chiste, no sería en ningún caso oportuno. Otra cosa es que lo hagan en Japón, porque en las calles, en España, hubo chistes a propósito del accidente de la central nuclear de Fukushima. Se requiere una distancia emocional, pero a cualquier persona a la que la privas de ser objeto de un chiste la deshumanizas. Todos tenemos fallas, visceralidades dignas de ser reídas, no olvidemos que la muerte es el sujeto esencial de la risa, mientras nos reímos se nos olvida que vamos a morir. Por eso me parece escandaloso que un sindicato de policía se queje de un chiste que ha hecho Broncano. ¿Quiénes se creen que consideran que no pueden ser objeto de chiste? Me cabrea, sobre todo porque viene de un sector que tiene el patrimonio de la violencia otorgado por el Estado. Que un sindicato de policía te señale por un chiste es muy serio. La democracia se llena rápido de antidemócratas.

«Creo que todo lo humano es susceptible de ser abordado por el humor»

El humor permite contar la verdad, o abordarla desde su lado más áspero, pero ¿no distrae del mensaje que queremos transmitir? Por otro lado, el humor, que ataca a algunas instituciones, ¿no las consolida o las legitima a un tiempo?

Esa reflexión está bien vista, sí. El humor tiene esas contradicciones, por una parte puede hacer todo, servir para denunciar al público una realidad, hacerla más accesible o inteligente, como George Carlin con la guerra de Vietnam, pero también sirve para imbecilizar al personal: así lo usa Trump cuando canta, baila, utiliza un lenguaje humorístico, oscurece la información. No hay que olvidar que el humor consigue cohesionar al grupo. Si hago mofa de otros grupos cohesiona al mío. Trump se sirve del humor para simplificar el mensaje, el humor economiza mucho el lenguaje.

Lenny Bruce, Brody Stevens (estos dos, por cierto, se suicidaron), Bill Cosby, Richard Pryor, Steve Martin, Johnny Carson, Chevy Chase… ¿podríamos establecer algún tipo de analogía entre esos humoristas y el humor patrio, Chumi Chumez, Gila, Tip y Coll, La ametralladora, La codorniz, El jueves…?

Es muy complicado por la propia sociedad; en aquellos años de la mayoría de cómicos que citas, en Estados Unidos ya había televisión por cable, y aquí teníamos solo dos canales, La 1 y La 2; una es una sociedad protestante, la otra, católica… En España, hasta que no se estrena El club de la comedia, desconocíamos ese modo de hacer humor a lo americano. Somos culturas muy diferentes, lo más cercano a un Johnny Carson, y fíjate de qué año hablamos, de las décadas de los 50, 60 y 70, es Buenafuente.

Cuando uno se expone, ¿siempre hay riesgo de que el personaje acabe con la persona, lo que usted llama «persona verdadera» frente a la «verdadera persona»?

Hay riesgo, claro, por eso conviene saber que aquel que se sube a un escenario, aunque se llame como tú y tenga tu cuerpo, no eres tú. Es una ficción. Pero la interacción con el público te puede confundir, y no puedes olvidar que lo que le gusta al público no eres tú, sino el personaje que se sube a escena. Recuerdo una ocasión, en la que me acompañaba una periodista, en principio muy inteligente, que me dijo al bajar: «Con lo educado que eres y las cosas que dices en escena…». Yo le contesté que el actor que hace de Hamlet ¡no se muere! Eso tiene que ver con que el cómico tiene algo de mago, de hacer creer al público su verdad. Pero uno mismo no ha de creérselo. Por eso me pareció absurda la carta pública de Iñigo Errejón, en la que dice que confundió personaje con persona. Debería de dejar de leer tonterías psicoanalíticas y ser un poco más conductista o materialista, como yo, para no confundir lo de arriba con lo de abajo. De otro modo, acarrea serios problemas. No creerse que tú eres al que sacan fotos. Tú le metes energía al monstruo, que es el público, y tú eres el doctor Frankenstein, pero luego te vas a casa, y los amigos son otra cosa.

«El cómico tiene algo de mago, de hacer creer al público su verdad»

Hay pocas mujeres monologuistas…

Muy pocas, una pena, supongo que tiene que ver con la tradición masculina de subirse a un escenario y machacarse, con lo mal visto de una mujer en escena. Por eso la serie de La señora Maisel me parece un poco forzada. Ahora se están abriendo camino, pero ese espacio que reclaman las humoristas se gana peleando, y para que haya un arte y público ha de haber una tradición. Ahora la están construyendo. Pienso en mujeres como Kovacs, Virginia Riezu, Eva Hache… ellas están abriendo la brecha. Por otro lado, ser cómico es durísimo, una profesión precaria.

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