David Trueba
«Hay una tendencia empobrecedora de ir al cine o leer libros que te den la razón»
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Dice David Trueba que celebra cada día haber nacido en un año cuyo guarismo es un icono sexual y también que no se le ocurre definición matemática más bella que esa de 1+1:69 que formuló el escritor y patafísico francés Raymond Queneau. Cuenta todo esto en ‘Mi 69’ (Anagrama), obra de carácter autobiográfico que llega a las librerías al tiempo que en las salas se ha estrenado su última película, ‘Siempre es invierno’. Esta coincidencia, justo tres décadas después de su primera novela y de su debut como director, refleja a las claras que ha cumplido el propósito con el que empezó: que su trayectoria como cineasta no anulara su carrera como escritor y viceversa. «No es tarea fácil porque son mundos a veces excluyentes y siempre sobrevuela la sospecha cuando te centras en más de una cosa», explica.
Si en Ganarse la vida (2020) evocabas episodios de tu infancia y adolescencia, en Mi 69 nos propones un viaje al año de tu nacimiento para ver en qué medida hemos cambiado, pero procuras dejar una cosa clara: que tus padres, a diferencia de generaciones posteriores, no fueron dueños de su destino.
Nadie puede juzgar el final del franquismo sin tener en cuenta que, de alguna manera, fue el producto de una guerra. La guerra hace que las personas no puedan intervenir en el debate político como en una democracia. No cabe acercarse al franquismo con ojos actuales sin tener eso en cuenta. A veces, escuchamos a alguien que nos dice que se hicieron cosas buenas. Eso es como decir que en tiempos de Stalin se activó un plan de ayuda a la agricultura. Son cosas muy primarias que dan un poco de vergüenza intelectual.
¿Podemos decir que el libro tiene algo de carta de amor a los padres?
Hay un reconocimiento a su empeño por que tuviéramos una vida mejor que la que tuvieron ellos, a la transmisión también de sus valores, en su caso valores muy aferrados al cristianismo. Al final es más importante el modo en que se comportan que todos sus discursos. A nivel personal tienes que lidiar con los traumas que te aporta la familia. Hay una gran oleada de literatura del trauma y es justo hacer también una literatura del agradecimiento; no digo que tenga que ser obligatoria, pero a mí, por lo menos, me deja bastante paz. En el libro rechazo la idea de la persona que se hace a sí misma. Somos resultado de nuestro esfuerzo, pero también de las condiciones que recibimos al nacer y que nos empujan en una dirección o en otra. No empezamos de cero, no somos islas. Somos hijos de nuestro tiempo. De ahí, por ejemplo, que los jóvenes de ahora tengan una mayor confianza en la capacidad de la tecnología para resolver problemas. Y en el tema político, los que hemos visto con nuestros propios ojos cómo, para dos generaciones, ir a votar por primera vez era algo verdaderamente emocionante no podemos despreciar la democracia con lo que tiene de débil o de imperfecta.
«Sería absurdo que negáramos la incapacidad del género humano para solventar sus problemas»
Viniste al mundo un poco después de que Neil Armstrong pisara la luna. Parecía entonces que todo era posible y tu madre, optimista, auguraba un futuro mejor para ti. ¿Qué futuro vislumbras tú para los tuyos?
El optimismo es una cuestión casi personal. Lo que sería absurdo es que nosotros negáramos la incapacidad del género humano para solventar sus problemas. En un momento en el que se juntan líderes mundiales como Putin, Netanyahu, Trump, Maduro, Jinping o Milei, todos ellos con muchísimo apoyo nacional, la pregunta que hay que hacerse es: cómo es posible. Personajes que vistos desde las ilusiones de los años 70 serían algo llamativo. Una estampa muy empobrecedora. Quizá sea un ciclo. Me suelo guiar por el optimismo, pero se han desperdiciado tantas oportunidades… Hubo un momento en que el hambre en el mundo o el crecimiento de los países subdesarrollados era prioridades globales. Hemos pasado de estudiar cómo mejorar zonas de miseria intolerable en África o Latinoamérica a aceptar gigantescas bolsas de pobreza en los países desarrollados como si fuera una fatalidad.
Aquel verano del 69 fue también el del asesinato de la actriz y modelo Sharon Tate, generando, por cierto, titulares que no tenían nada que envidiar a los más grotescos de la era del clickbait.
No creo que la dinámica de la manipulación haya cambiado mucho desde entonces. Si acaso se ha sofisticado. El problema sigue siendo el mismo: en una sociedad muy ignorante que se deja tentar por el sensacionalismo se acaba despertando una actitud muy reaccionaria. Hemos visto en los últimos años, por ejemplo, cómo se fabrica un miedo al inmigrante como si este fuera una persona que caprichosamente llega a un lugar para provocar, como dicen algunos, una nueva invasión. Ese miedo totalmente irracional no responde a un factor real. La mayoría vivirían felices en sus países si pudieran ofrecerles un futuro a sus hijos. Tampoco pasemos por alto la demanda empresarial. Cuando he hablado con alguien de ideas ultraderechistas, siempre le digo que está desacreditado desde el momento en que se manifiesta delante de un centro de menores y no lo hace frente a la sede de una gran constructora.
«En una sociedad que se deja tentar por el sensacionalismo se acaba despertando una actitud reaccionaria»
Hace unos años, abordaste precisamente el problema de la inmigración en tu película A este lado del mundo. Ahora vuelves a las salas de cine con Siempre es invierno, cuyo punto de partida es una separación que deja al protagonista, un arquitecto joven en un congreso, bastante desamparado en una ciudad extranjera. ¿Por qué al cine le cuesta mostrar rupturas tan civilizadas como la que nos cuentas?
Percibo que hay muchos elementos en la sociedad que se trasladan desde la violencia plástica del cine. Cuando un padre te cuenta que su hijo ha pegado un puñetazo a un cristal y se ha fracturado la mano, siempre pienso que lo ha visto en una película. En el cine la violencia es absolutamente limpia, sin consecuencias, no provoca dolor ni una baja, ni una atención médica, salvo contadas excepciones. Y también es muy habitual en las relaciones matrimoniales ver cómo se recurre a la violencia para resolver problemas emocionales. Por eso es bueno contar que hay muchísima gente comportándose con dignidad y clase. A mí me han dicho que se nota que me gustan los perdedores en el amor y he tenido que aclarar que yo no veo la vida amorosa en función de ganador y perdedor. Un perdedor en el deporte quiere su revancha. En el amor no hay revancha. No puedes vencer al que te derrotó antes porque qué implica eso, ¿no dejarle en paz? ¿Perseguirle? ¿Convencerle de que tiene que volver contigo? Es enfermo.
Aunque tiene momentos divertidos, hay una mirada sobre el paso del tiempo, sobre la huella que nos va dejando cumplir años, la necesidad de ir aceptando que las renuncias son inevitables. ¿Estamos ante tu película más amarga?
En todas hay mucho humor y, sin embargo, ninguna es una comedia. Suele sorprender esa carga de melancolía o a veces de amargura, pero me gusta porque cuando le haces un corte a la vida y la miras al trasluz compruebas que contiene pesares, felicidad, alegría, tristeza…
Con el protagonista encontrando un refugio en su aventura con una mujer que casi le dobla la edad nos muestras los prejuicios que rodean a este tipo de relaciones.
Cuando estudiaba en la universidad, no había muchísima presencia de las mujeres como profesionales. En el periodismo sí la tenían y estaban muy liberadas. Eran bastante mayores que yo y estaban en un lugar que me gustaba mucho. Siempre he pensado que en esta sociedad ha faltado generosidad para con las mujeres. Han sido condenadas a tener que clausurar su vida o llevarla un poco en secreto, porque socialmente estaba mal visto que una mujer buscara la plenitud a partir de una cierta edad. Esa contradicción entre mi admiración y el modo en que se las consideraba la he llevado dentro y ha ido apareciendo en mi obra.
«Siempre he pensado que en esta sociedad ha faltado generosidad para con las mujeres»
Hay en la película homenajes a Luis Buñuel y al cantautor francés Georges Brassens, figuras que están también en Mi 69.
Es que son buenos para la salud mental. Hay una tendencia empobrecedora de ir al cine o a leer libros que te den la razón, obras que te tranquilicen diciéndote que piensas lo correcto, que el mundo no es complejo, que es muy sencillo, que tú eres el bueno y los demás son los malos. Y ese empobrecimiento ha hecho que personas como Brassens o Buñuel no estén en la sociedad contemporánea.
En los créditos bromeas que no se ha utilizado la IA en la película. ¿Qué relación tienes con la omnipresente herramienta?
No le tengo tanto miedo como percibo en otros. Lo que me perturba es que se use en políticas sociales, es decir, para la búsqueda de la utilidad o eficacia absoluta. Hemos hecho una gran reivindicación en los últimos años de los saberes inútiles y no nos damos cuenta de que la IA es justamente lo contrario: es convertir la vida en algo utilitario extrayendo datos como si fueran respuestas. Puede llegar un momento en que la gente acabe prefiriendo que la IA dirija el destino económico, la salud o la educación del país, porque va a ser extremamente utilitarista.
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