«Intentar huir de la monogamia es un proceso natural»
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COLABORA2024
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Imagine meter en una batidora tres figuras distintas que, sin embargo, forman parte de una misma tradición: el amor romántico, la fe religiosa y el monopolio capitalista en el siglo XXI. Imagine que el resultado de tal mezcla le lleva a un recorrido filosófico y literario que le hará reflexionar sobre la monogamia, la crisis de fe y los monstruos que crea el sistema actual. Imagine ahora que todo ello aparece trenzado bajo un mismo lema: «Solo puede quedar uno». Esto es exactamente lo que ha hecho el escritor y periodista Antonio J. Rodríguez (Oviedo, 1987) en su lúcido ensayo ‘El Dios celoso’ (Debate, 2024), donde plantea un recorrido por distintas mitologías occidentales que orbitan en torno a la tendencia histórica del ser humano a concentrar la admiración en una sola cosa.
Su libro habla del concepto del Uno, esa tendencia del ser humano por dejarse dominar por un solo Dios, una sola pareja o una sola propiedad. ¿Qué le impulsó a escribir de ello?
Uno de mis temas favoritos es la construcción cultural de la masculinidad y la lucha permanente de los hombres con otros hombres por la posesión del cuerpo de la mujer. Hay una obsesión enfermiza y muy común en las sociedades judeocristianas por ser el número uno, y eso conecta con el amor romántico y la pareja monógama, pero también con la idea de Dios y la voluntad por acumular propiedades. Los humanos nos comportamos así y eso nos lleva a distintos tipos de competitividad, muchas veces sutiles y casi imperceptibles. Son temas incómodos, como la envidia y los celos, que son universales.
Una hipótesis del libro tiene que ver con que uno de los pesares de la especie humana se debe a la ausencia de correspondencia. ¿La escritura es una forma de paliar la neurosis?
Claro, la ausencia de correspondencia es lo mismo que la ausencia de validación. La escritura me permite abrazar ciertas contradicciones y establecer un discurso crítico conmigo mismo, con el trabajo, con el capitalismo y con las relaciones en general. Me gusta reflexionar sobre ciertos temas porque te amortigua muchos sentimientos, pero los sentimientos siguen ahí. Por ejemplo, yo asumo que soy celoso, pero intento entender por qué. Ahí la escritura me ayuda mucho.
«Los estereotipos de la mujer, como la ‘femme fatale’, son proyecciones masculinas»
Hace un análisis interesante de la monogamia, que conecta con el deseo de apropiación. ¿Cree que exponer otras alternativas sigue siendo un tema tabú?
La monogamia es un sistema relacional que lleva presente en nuestra cultura desde hace siglos, es normal que genere polémica cuestionarla. Pero me parece interesante plantear caminos alternativos a lo que nos viene dado, y así normalizar e intentar comprender algunos pensamientos que suelen estar mal vistos. Intentar huir de la monogamia es un proceso formativo natural y también una forma de reflexionar cómo nos relacionamos con nuestras parejas. No expongo nada nuevo, son temas universales con los que el ser humano lleva conviviendo desde siempre, pero me interesaba actualizarlos al presente. Una de las misiones de la literatura y el pensamiento es merodear en el subconsciente colectivo para intentar encontrar cierto consuelo.
Es curioso, porque expone más ideas abstractas que cuestiones tangibles o aterrizadas. Por ejemplo, cuando plantea tres diferentes estereotipos de mujeres a través de obras literarias.
Es interesante ver que muchas de las ideas alrededor de los estereotipos de mujer, como pueden ser la imagen de la femme fatale, son proyecciones masculinas. Esos clichés de mujeres las han creado los hombres. Y en el caso de Madame Bovary, de Flaubert, y Pura Pasión, de Annie Ernaux, lo que planteo es que lo de menos son los hombres. Lo que importa ahí es más la experiencia que el sujeto. Los hechos no son tan importantes como las ideas y las palabras que quedan de la experiencia. Esto es aplicable a muchas otras cuestiones, como la masculinidad. ¿Por qué hay tantos hombres de 50 o 60 años que tienen relaciones con mujeres que podrían ser sus hijas? Es evidente que existe la voluntad de representar y simbolizar un cierto estatus. Hay una inevitable objetualización del otro en cualquier experiencia amorosa.
Destaca una visión feminista sobre Emma Bovary y una clara ruptura con el canon masculino.
Para mí es lo que supone en la historia de la literatura. En el siglo XIX empiezan a aparecer personajes femeninos que están dotados por primera vez de una personalidad autónoma. Para Emma Bovary, los hombres no son más que mercancía. Realmente le da igual cómo se llamen o cómo sean, mientras le permitan sentir lo que ha leído en los libros. Frente a la mujer divina de Dante, o la mujer fatal de Keats, Bovary es un punto aparte que se rebela contra la monotonía del matrimonio.
El concepto de masculinidad vertebra su obra, y este ensayo en particular. Parece que sigue aquella máxima de Vila-Matas que asegura que escribir es bordear obsesiones.
Sí, tengo una relación complicada con la masculinidad. Es un tema que me obsesiona y pienso que es problemático a muchos niveles. Ser hombre implica una serie de expectativas y de violencias de las cuales uno es parte y víctima a la vez. Intento resolver las ansiedades particulares que me produce y por tanto tratar de ayudar a los demás con eso. A mí este tema me causa dolor y quizá pueda leerse como que estoy incurriendo en cierto victimismo, pero no tengo ningún problema en decirlo, me da muchos dolores de cabeza ser hombre. Me genera problemas.
«Los hechos no son tan importantes como las ideas y las palabras que quedan de la experiencia»
Una de las preguntas del libro es por qué amamos lo que amamos. ¿Diría que actuamos en base a construcciones sociales autoimpuestas?
Para decidir libremente con quién estás y de qué modo estás, necesitas tiempo y dinero, y hoy en día disponer de eso es cada vez más difícil. Las condiciones materiales han empeorado y eso repercute en las relaciones personales. Siempre intento ser compasivo con la manera en la que los humanos sienten o piensan, porque bastante tenemos con lo que tenemos. Entonces, más que hipocresía, diría que tendemos a ser seres narrativos y a desear miméticamente. Esto se percibe en redes sociales, si ves la story de alguien en un sitio espectacular o viviendo un amor de película, vas a querer reproducir eso. En ese deseo mimético puede haber hipocresía, pero también hay un ejercicio de adaptación al medio por supervivencia. Me parece tan correcta la gente que aboga por los vínculos familiares y la monogamia, como aquellos que optan por trascender los límites y explorar otras opciones.
Es interesante cómo relaciona la fe con la literatura, y cómo explica que lo normal es zigzaguear entre la creencia y la crisis de fe. ¿Necesitamos creer en algo para subsistir?
Vivimos en una sociedad posreligiosa, ya no existe la idea de Dios y la gente ni reflexiona sobre ello. Pero la fe está presente en innumerables sitios, como en el mundo de la empresa. Cuando hablan de cómo cambiará la inteligencia artificial la manera de trabajar, están teniendo mucha fe. Ocurre lo mismo en los movimientos sociales de izquierda, confían en un futuro mejor y en pasar por procesos de transformación para llegar a lugares distintos. Las personas que leemos también tenemos fe, creemos en cosas que no existen. Para mí la fe no tiene que ver con algo religioso únicamente, sirve para articular narrativamente la existencia de la gente y también para justificar el dolor. Es lo que nos permite confiar en que da igual dónde estemos porque llegaremos algún día a un sitio mejor.
«Ser hombre implica una serie de expectativas y de violencias de las cuales uno es parte y víctima a la vez»
Diría que el libro apuesta radicalmente por el concepto de la libertad, pero choca con las condiciones materiales actuales. ¿No es utópico plantear la apertura a nuevos horizontes en esta época?
No me lo ha dicho nadie y me gusta que lo aprecies. Siempre me he descrito políticamente como liberal de izquierdas. Hace poco impartí un taller sobre la tentación y volví al ejemplo de la libertad en los peores momentos, como la escena donde Adán y Eva están en el paraíso y ella elige el fruto prohibido. La promesa que se le hace es una promesa de conocimiento, porque ese fruto le va a abrir los ojos y le va a enseñar un mundo que no conoce. Entre el estado de bienestar y la curiosidad, gana lo segundo. Creo que eso es consustancial al ser humano en cualquier época, y ese deseo de trascender los límites que a uno le han impuesto puede desencadenar bastante caos, pero también es uno de los motores principales del progreso. No sé si es utópico, pero yo estoy a favor de estirar la mano y agarrar el fruto prohibido.
El relato de Mann, un inmigrante que cobra un gran sueldo en la City de Londres, pero es pobre, habla de la sensación de fracaso y del rédito en el mundo actual. ¿La fe podría ser un antídoto que nos protege de esa sensación de fracaso?
Absolutamente, tenemos inclinación por relatos que hacen una apología de la fe. Pienso en Beatriz Serrano, que pertenece a una generación precaria, quedando finalista del Planeta y contagiando espitas de fe. En la sociedad mediatizada en la que vivimos, estamos compartiendo continuamente historias que son una improbabilidad estadística y eso genera un motor de neurosis brutal. El capítulo de Mann refleja bien la perversión existencial que nos atraviesa, porque hace años hubiese sido una ofensa decir que alguien que gana un sueldo de seis cifras es pobre, y sin embargo existen. Sería injusto decir que es importante normalizar el fracaso, porque en realidad es la normalidad de mucha gente. Uno de los propósitos de mi libro es recalcular nuestra relación con el concepto de fracaso, que actualmente es muy intensa por muchos motivos.
En un capítulo destaca el dinero y cómo el contexto social y económico hace que uno elija a otra persona. ¿Diría que nos relacionamos en base a esa idea neoliberal de obtener rédito a toda costa?
Existe un discurso crítico que se basa en decir que la gente consume cuerpos y tenemos una visión del amor muy mercantil, y efectivamente hay parte de razón en esto, pero quiero huir de ese lugar común que achaca todos los problemas a las sociedades capitalistas. Hay una frase de la escritora Ayn Rand sobre el amor que dice algo así como que por supuesto que ella quiere que la persona con la que está la considere el ser más valioso del mundo, que la considere la número uno. Y creo que todos empatizamos con esa frase, aunque haya quien no lo reconozca. Por supuesto que el capitalismo atraviesa nuestras vidas sentimentales, pero es que el capitalismo emocional ya existía antes de que se nombrase como tal. Antes de que existiese el concepto de coste y oportunidad, ya se tenía en cuenta. Y eso es lo que me parece interesante y digno de investigación: cómo era el capitalismo antes de que se nombrase como tal. Me basta con incentivar la curiosidad de quienes me leen para pensar alrededor de eso.
«Las redes no dejan de ser un sobrecalentamiento de cosas que ya existían»
Uno de los grandes escaparates de la vida actual son las redes sociales. ¿Diría que han moldeado nuestros deseos y la forma de relacionarnos?
Mi día a día consiste en reflexionar mucho alrededor de las redes, pero no me interesan tanto como la educación y la pedagogía a la hora de leer imágenes. Creo que las redes no dejan de ser un sobrecalentamiento de cosas que ya existían y hay que saber leerlas como una edición de la realidad. Si veo una pareja ideal en Instagram que relata su vida de forma idílica, yo lo leo como una exhibición que podría ser la escena de una película, como Secretos de un matrimonio. Sé que de puertas para adentro existirá otra cosa. Entiendo que las redes sociales fomenten un sobrecalentamiento de la neurosis de la gente, pero también confío en cierta madurez de las personas.
El libro plantea más preguntas que respuestas, pero dígame cuál sería su horizonte utópico amoroso.
Nunca me había parado a pensarlo, pero mi utopía amorosa sería una sociedad donde cada uno pudiera estar plenamente satisfecho consigo mismo. Y todo lo que venga después estaría bien. Me parece una vulgaridad pontificar más allá, como si el poliamor o la monogamia fueran la respuesta adecuada. El problema del amor es mucho más complicado que eso. Creo que todo parte de un mundo donde quien ama pueda estar en paz y tranquilo con su propia conciencia.
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