Opinión

Víctimas manipuladoras

Hay muchas víctimas legítimas en nuestra sociedad, sobre todo en los grupos sociales más vulnerables e históricamente discriminados. Pero también hay quienes se aprovechan de las circunstancias para avanzar su maquiavelismo, narcisismo y psicopatía.

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11
septiembre
2023

En la «gran novela americana» del momento (no del siglo ni del año, quizás ni tan siquiera del verano), Los destrozos de Bret Easton Ellis, aparece un personaje tan bello como misterioso, llamado Robert Mallory. Llega como alumno nuevo al instituto donde estudia el joven Ellis y altera la vida de todo el mundo con su inteligencia perversa y atractivo arrebatador. El comportamiento de Mallory es inverosímil, pues la ficción suele caricaturizar la realidad, pero, como en toda buena historia, está basado en un arquetipo común: el guapo que se hace la víctima y esconde un lado siniestro.

Esta forma de actuar está tan incrustada en nuestra psique que la vemos entre los monos. En concreto, unos investigadores se dieron cuenta hace unos años de que los babuinos recurren a engaños intencionales. Por ejemplo, un joven macho observa cómo una hembra trabaja laboriosamente arrancando unas raíces nutritivas del suelo y, cuando acaba y se dispone a comérselas, el joven mira hacia los lados, comprobando que no hay nadie, y rompe a llorar desconsoladamente. Su madre llega de inmediato y se pone a perseguir a la hembra que había estado extrayendo la comida. Cuando ambas se han ido, el joven primate se da un festín con las raíces.

El sociólogo Rob Henderson utiliza este ejemplo para ilustrar la malévola conexión que demasiado a menudo vemos a nuestro alrededor entre sentirse víctima y ser un manipulador autointeresado. Según un estudio de la Universidad de British Columbia, la gente que suele emitir señales de que son víctimas virtuosas es más propensa a tener unos rasgos de personalidad que se llaman la «tríada oscura» (y que, como es fácil de deducir por el nombre, no son muy candorosos): maquiavelismo, narcisismo y psicopatía. Son personas que no tienen un compás moral, obsesionadas por el poder (propio del maquiavelismo), el autoengrandecimiento (del narcisismo) y el desprecio por las normas y los sentimientos de los demás (de la psicopatía). Si existen entre nosotros es porque, evolutivamente, las personas capaces de mostrar un encanto superficial y una impresión de solvencia han tenido a lo largo de la historia oportunidades de reproducirse, para sufrimiento del resto de la sociedad. Astutas en el arte del engaño, a estas personas les es fácil lanzar estas dos señales al mundo de forma simultánea: soy una persona buena y soy víctima. Es decir, necesito ayuda y, además, la merezco moralmente. Numerosos experimentos corroboran que ese mensaje combinado permite que una persona o un grupo pueda extraer recursos económicos o afectivos de la comunidad. 

«Tal como dice el ensayista Daniele Giglioli, la víctima es el héroe de nuestro tiempo»

Hemos convivido con este problema desde que vivíamos en la sabana, pero se está agravando en la actualidad por lo que algunos llaman la imperante «cultura de la victimización». Como dice el ensayista, Daniele Giglioli, «la víctima es el héroe de nuestro tiempo». Por ejemplo, los nietos y bisnietos de la Guerra Civil, nacidos de 1980 en adelante, se sienten más víctimas hoy que los hijos de la misma, nacidos entre 1940 0 1950. 

Y quien no es víctima hoy trabaja en su futura victimización. Es lo que ocurre en las universidades americanas. El psicólogo Jonathan Haidt y el experto en educación Greg Lukianoff consideran que en Estados Unidos se está «mimando la mente» de las generaciones más jóvenes, predisponiéndolas a sentirse víctimas en cuanto son expuestas a ideas que retan sus asunciones ideológicas. Por eso, la obsesión de padres y administradores de las universidades es crear «espacios seguros» en los que los jóvenes no tengan que enfrentarse a ideas que pudieran causarles algún tipo de daño psicológico, justificando así la cancelación de intervenciones, libros, científicos o políticos cuyas ideas son percibidas como agresivas. Y las redes sociales se llenan también de víctimas. Richard Dawkins lamentaba recientemente que la policía se presentara en el lugar de trabajo de un tuitero que posteó «Fui asignado como mamífero al nacer, pero mi orientación es de pez», porque el comentario era (supuestamente) tránsfobo. 

Ciertamente, hay muchas víctimas legítimas en nuestra sociedad y, en particular, en los grupos sociales más vulnerables e históricamente discriminados. Pero, precisamente porque hay (demasiadas) víctimas reales, hemos de ser capaces de discriminar a las auténticas de las personas que se aprovechan de las circunstancias para avanzar su maquiavelismo, narcisismo y psicopatía.

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