El lenguaje de los monos
No somos la única especie animal con una capacidad de comunicación compleja. Un buen ejemplo lo representan ciertas especies de primates y el sorprendente resultado de algunos estudios al respecto.
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Existe un puñado de preguntas que siguen inquietándonos a los seres humanos. Por ejemplo, cómo se originó el cosmos, qué es la vida y cuáles son los límites de «lo vivo», qué es la consciencia. Entre ellas, hay una cuestión que con frecuencia suele darse por hecho, aunque sigue albergando un profundo grado de misterio: ¿cómo los seres humanos hemos llegado a construir los lenguajes complejos que definen nuestra especie?
A lo largo de la historia se han hecho numerosos experimentos, algunos de ellos de suma crueldad. Heródoto, en su Historia, atribuye al faraón Psamético I, fundador de la dinastía saíta egipcia durante el siglo VII a.C., la privación de contacto humano de dos bebés para comprobar qué idioma hablaban espontáneamente. Pasado un tiempo, los infantes pronunciaron la palabra bekos («pan») en lengua frigia. Podría imaginarse esta habladuría recogida por el historiador griego como una exageración si no fuese porque la idea de una lengua innata fue una premisa muy poderosa más allá de la influencia de religiones y de diferencias culturales. Con el paso del tiempo, nuevos experimentos se realizaron con niños hasta que se demostró que, en efecto, no existe un idioma natural que los seres humanos adultos hayamos abandonado por unos lenguajes fabricados, inferiores, sino que cada lengua existente es una invención fruto del intelecto humano.
La comunicación de los primates
Sin embargo, hoy en día sabemos que tampoco es cierta la exclusividad del ser humano para establecer sistemas sofisticados de comunicación. Todos los seres vivos se comunican, desde los organismos unicelulares a las plantas, los hongos y los animales. Eso sí, cada uno a su manera, conforme a su naturaleza y dentro de un grado de complejidad. Uno de los órdenes más estudiados es el de los primates, en buena medida porque pertenecemos a él. Entre las especies que lo conforman se encuentra la de los orangutanes, quienes han demostrado un grado de inteligencia más que notable. El polifacético artista James Bridle ha dedicado años de estudio a la manifestación de la inteligencia en la naturaleza. Un caso paradigmático que narra el autor de ensayos fascinantes como La nueva edad oscura (Debate) es el del orangután Ken Allen, del zoológico de San Diego, capaz de esconder herramientas perdidas por trabajadores del recinto para realizar actividades que a priori pensaríamos que son exclusivas de los seres humanos, como «desenroscar una ventana o construir una escalera».
Nuestros parientes evolutivos manifiestan formas de comunicación tanto en libertad como en cautiverio
Pero este no es el comportamiento más sorprendente de algunas especies de primates. Nuestros parientes evolutivos manifiestan formas de comunicación tanto en libertad como, sobre todo, en cautiverio. En este último contexto hay situaciones reconocidas, como los intentos de enseñar lenguaje de signos a gorilas con un resultado discutible, pero también los esfuerzos de la zoóloga Sue Savage-Rumbaugh. Kanzi, el bonobo con el que experimentó la especialista, fue instruido en el empleo de la comunicación con lexigramas, es decir, mediante símbolos. El resultado del trabajo de Savage-Rumbaugh fue revelador: Kanzi fue capaz de comunicarse de una manera abstracta sin un condicionamiento determinante de su entrenadora.
Lenguaje y pensamiento abstracto
El hecho de que haya individuos primates capaces de relacionar lexigramas con ideas u objetos no tan evidentes implica un grado de abstracción que va más allá de una comunicación instintiva. La capacidad para abstraerse, además de un objeto de estudio de la neurociencia, conlleva un desarrollo de las áreas del sistema nervioso capaces de procesar y relacionar ideas, experiencias sensoriales y contenidos mentales. En otras palabras, de pensar. Del pensamiento a la existencia de una consciencia de sí mismo hay un paso. Uno largo, pero no imposible de descartar.
No obstante, el hecho de que ciertas especies de primates sean capaces de manifestar un cierto grado de pensamiento abstracto no significa un correcto desarrollo ni una capacidad actual para aplicarlo en algo equivalente a la expresión humana. Las observaciones de comunidades de primates en libertad muestran una evidente comunicación en forma de señas, sonidos y gestos con un significado implícito más allá de la reacción o el aviso de un peligro. Sin embargo, todas y cada una de las experiencias con simios en las que los individuos han sido entrenados por humanos o expuestos al lenguaje y al comportamiento de nuestra especie en civilización suponen una adaptación circunstancial a un orden ambiental diferente al de su origen. No existe un equivalente al humano en el lenguaje de los simios. Y la causa radica en un gen.
Identificado por primera vez en 2001, el gen FOXP2 revela cómo los caminos de la evolución son inescrutables. Cuando el linaje humano se distanció del linaje de los chimpancés ya habían comenzado a acumularse mutaciones significativas. Una de ellas fue una diminuta modificación del gen FOXP2 relacionado con el habla, los movimientos orofaciales y la expresión lingüística. Este gen recibió al menos dos mutaciones hace unos doscientos mil años que modificaron algunos aminoácidos de la proteína que expresa. Esta variación de la proteína no se encuentra en las diferentes especies de simios. Por ese motivo, la destacada inteligencia de los primates se ha comprobado como un hecho indiscutible, pero no así su capacidad para equipararse en abstracción y complejidad al ser humano. También hay que advertir que nos diferenciamos de nuestros hermanos evolutivos en menos de un 2% de nuestros genes. En otras palabras, el poder de una mutación favorable es inmenso.
Una diminuta modificación del gen FOXP2 es la causa de que los humanos tengan habla y los monos no
No obstante, todas las entidades existentes, sea cual sea su forma de manifestación vital, participamos en algún grado de la inteligencia. Esa inteligencia impregna todo cuanto existe en nuestro cosmos causal. Asumir que la expresión de la vida biológica y la manera de mostrar inteligencia, incluido el tipo y forma de lenguaje, es igual que el que tenemos los humanos, supone una grave miopía intelectual, no menos grave que quienes defendían el geocentrismo en contra de las evidencias aportadas por Aristarco de Samos y, más de mil años después, por Nicolás Copérnico. El estudio sincero, neutral, abierto de miras y riguroso de la forma en que se comunican y obran con inteligencia los animales con los que compartimos nuestro planeta es esencial para entender el presente y el futuro de nuestra existencia como especie. También para constituir con solidez los cimientos de una rama científica que comienza a tomar forma, como es la exobiología.
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