Los seres humanos de cada época histórica se han enfrentado a retos impulsados por la idea de conseguir una mejor vida. Nosotros ahora no somos la excepción. Hoy en el escenario de las preocupaciones sociales están, como actores protagónicos, los nuevos avances tecnológicos, el cambio climático, la guerra, la inmigración, etc. Sin embargo hay, tras bambalinas, un problema que podría ser la clave para iluminar la escena social y en ello, quizás, encontrar una solución.
El mundo actual se debate entre intereses particulares. Hay naciones que se enriquecen tras la opresión de otras, economías que se dinamizan gracias a la muerte de muchos seres humanos en guerra y desprecio por la vida humana, como si nacer en determinado país fuera un sino de dolor ante el privilegio de unos pocos.
En este sentido, el filósofo suizo Jean-Jacques Rousseau se convierte en un referente obligado para pensarnos de otra manera y poder dirigir nuestra fuerza vital a ello. Rousseau considera que lo más importante para estructurar un contrato social es la voluntad general. Esta no debe entenderse como la sumatoria del arbitrio de cada individuo, sino como la búsqueda de un bien común como un deber de la vida en sociedad. Es un principio constitutivo de la sociedad.
Individualidades vs. piedad
Mientras el mundo en general siga conformado por la búsqueda de intereses particulares, el único camino que tenemos a la vista seguirá siendo el odio entre los seres humanos. Así lo planteó el ginebrino en su célebre Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres: «Las usurpaciones de los ricos, los bandidajes de los pobres y las pasiones desenfrenadas de todos ahogaron la piedad natural y la voz todavía débil de la justicia, e hicieron a los hombres avaros, ambiciosos y malvados».
Rousseau buscó entonces al ser humano en la naturaleza, no para regresar a una vida en las montañas fuera de las ciudades, sino para conocer su origen y poder mejorar su realidad actual, ya que el transcurrir de la historia y las sociedades había ocultado su verdadero rostro. De ahí su hermosa metáfora en el prefacio del Discurso en la que plantea que el alma humana, al igual que la estatua de Glauco, se ha desfigurado con el paso del tiempo.
Ahora bien, ¿cuál es el verdadero rostro del ser humano? Si bien son muchas las características que se pueden citar, sería pertinente hablar de la piedad y el amor a sí mismo. En ellas reside el cultivo de un ciudadano y una sociedad que busca el bien común: «Parece pues indudable que la piedad es un sentimiento natural que, al moderar en cada individuo la actividad del amor a sí mismo, contribuye a la conservación mutua de toda la especie. Ella es la que nos hace acudir sin reflexión en auxilio de aquellos a quienes vemos sufrir; la que, en el estado de naturaleza, suple a las leyes, a las costumbres y a la virtud, con la ventaja de que nadie se siente incitado a desobedecer su dulce voz».
Valorar la individualidad para valorar la sociedad
Cabe aclarar que el mismo Rousseau diferenció el amor propio del amor a uno mismo. El segundo es un sentimiento natural que «guiado por la razón y modificado por la piedad determina la humanidad y la virtud» y busca conservar la vida. Sin embargo, el primero es el sentimiento originado en sociedad «que mueve a cada individuo a hacer más caso de sí que de cualquier otro».
Respecto a esto, ¿no sería urgente pensar, pues, en un mundo donde la base de la ley sea la piedad cuya máxima reza «procura tu bien con el menor mal posible para tu prójimo» para poder dejar atrás las leyes que son solo el reflejo del amor propio como manifestación de los intereses particulares?
En la búsqueda de la respuesta es donde reside el bien común, mientras se trabaje por una sociedad civil con base en una voluntad general que no desconozca la libertad de cada persona –en ello reside el contrato social– y que sea reflejo de la bondad natural del ser humano.
Al basarse en la piedad, este bien común descubre que el mayor mal que debemos destruir es la desigualdad entre los seres humanos para que juntos habitemos un mundo común. Como dice un antiguo proverbio de las comunidades palenqueras colombianas, debemos construir juntos para sonreír juntos.
Jesús David Cifuentes Yarce es profesor de filosofía, Universidad de La Sabana. Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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