Árboles urbanos para salvar vidas
Aumentar la cantidad de árboles en entornos urbanos es fundamental para evitar las muertes por calor. Un estudio señala que con un 30% más de árboles se podrían prevenir más de 2.600 muertes anuales en Europa.
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Los fenómenos climáticos extremos se están haciendo cada vez más presentes y los días de excesivo calor se han convertido en la constante de los veranos. Sin embargo, los árboles podrían ayudar, al menos, a mejorar cómo nos enfrentamos a este nuevo contexto. El calor extremo pasa factura a la salud e, incluso, tiene una incidencia directa sobre los índices de mortalidad. El primer estudio sobre el efecto de la ola de calor que afectó a varios países europeos el pasado mes de junio ya arroja datos de fallecimientos causados por las elevadas temperaturas y confirma un incremento de la mortalidad.
Según esta primera aproximación (que ha estado liderada por científicos del Imperial College de Londres y la London School of Hygiene & Tropical Medicine), en las 12 ciudades analizadas (entre las que se incluyen Madrid y Barcelona) murieron unas 1.500 personas por los efectos del calor más de las que hubiesen fallecido en un teórico escenario sin cambio climático. Fueron el 65% de las muertes por calor extremo.
«El cambio climático mata. Está intensificando las olas de calor y llevando al límite a las personas vulnerables», advierte Garyfallos Konstantinoudis, del Imperial College de Londres. Las cosas irán a peor en el futuro próximo, porque se espera que los episodios de altas temperaturas se hagan más habituales e intensos.
Por ello, las ciudades deben tomar medidas para prepararse para este nuevo contexto. Los refugios climáticos son importantes, porque ofrecen un espacio en el que la ciudadanía se puede resguardar del calor. Museos, bibliotecas o parques están ya posicionándose como espacios que ofrecen un respiro a las personas que no tienen aire acondicionado en sus casas. Sin embargo, no se trata solo de crear refugios, sino de diseñar las ciudades teniendo en cuenta las potenciales elevadas temperaturas que tendrán que soportar sus ciudadanos. Esto es un reto para la construcción (tanto de nuevos edificios como de mejora de la eficiencia de los ya existentes) y el urbanismo.
Frente a la inercia de las décadas anteriores, se necesita renaturalizar las ciudades. La ciencia ya ha demostrado que las zonas verdes mejoran la salud física y mental de los habitantes y bajan las temperaturas medias. Los árboles refrescan el ambiente y contribuyen a reducir la mortalidad. Así lo muestra el informe Influencia del medio ambiente urbano en la salud de las personas, realizado por el Instituto BIOMA de la Universidad de Navarra en colaboración con Sanitas, que ha estimado cuántas vidas podrían salvar los árboles en las urbes. Según sus conclusiones, con solo aumentar en un 30% la presencia de árboles en las ciudades europeas se podrían prevenir más de 2.600 muertes anuales.
Los parques bajan la temperatura unos 3,5 grados Celsius y las calles arboladas unos 3,1 grados
La cifra no es al azar: es un balance de cómo impactarían los árboles en la calidad del aire, en el bienestar de la ciudadanía y en las temperaturas medias. Más árboles y más zonas verdes impulsan la relajación y el ejercicio físico, mejoran la salud cardiovascular, la inmunológica y la respiratoria de la población o logran que durmamos mejor. En relación con las altas temperaturas, los árboles atacan la problemática de las islas de calor urbanas. Los parques bajan la temperatura unos 3,5 grados Celsius y las calles arboladas unos 3,1 grados en comparación a las que no tienen ningún árbol.
Este estudio refuerza las conclusiones de otras investigaciones previas que también señalaban el poder beneficioso de los árboles a la hora de reducir la mortalidad en los entornos urbanos. Una investigación liderada por el Instituto de Salud Global de Barcelona utilizó los datos de mortalidad registrados en 2015 en 93 ciudades europeas para calcular el impacto del calor (más del 4% de las muertes de los meses de verano estaban conectadas con el calor) y el potencial sanador de los árboles. Si se mejoraba en un 30% la cobertura arbórea urbana, advertían ya en 2023, se podría evitar un tercio de estas muertes.
«España es de los países que tiene las ciudades con mayores impactos en la mortalidad atribuible a las islas de calor urbanas», explicaba entonces Tamara Iungman, una de las autoras de la investigación. Las ciudades más afectadas eran en ese momento Barcelona, Málaga, Palma de Mallorca, Madrid, Sevilla y Valencia, que, como apuntaba la científica, mostraban «un porcentaje bastante bajo de cobertura de árboles».
Mejorar las cosas es posible, incluso en aquellas ciudades más densas en las que incorporar zonas verdes parece un reto complejo. Cambiar el asfalto por superficies vegetales era una de las recomendaciones de Iungman, pero también crear techos verdes o jardines verticales. Igualmente, hay que proteger las zonas verdes que ya existen y los árboles que ya han crecido en la ciudad. Como recordaban Iungman y su equipo, «los árboles nuevos tardan mucho tiempo en crecer».
Algunas ciudades están cambiando las cosas y la ciudadanía ya está tomando decisiones para reverdecer su entorno, tanto presionando para conseguir ciudades más verdes, como participando en huertos urbanos o creando zonas verdes en sus hogares. Por ejemplo, en Países Bajos, existe un movimiento llamado Tegelwippen, que busca dar la vuelta a una estadística: dos de cada tres patios de las casas neerlandesas tienen más del 50% de su superficie pavimentada. La iniciativa premia que se levanten baldosas (también en zonas públicas) y se reconviertan en jardines para crear zonas de inundación para el agua de lluvia, mejorar la biodiversidad y, por supuesto, impactar de forma positiva en la temperatura.
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