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El trabajo contemporáneo se ha reducido a su esqueleto. Es ‘management’ sin producción.

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03
noviembre
2025

Como nunca he trabajado en una oficina, me fascinan los trabajos de oficina. Pregunto a amigos y conocidos a qué se dedican, qué hacen, en qué emplean su tiempo. Muchos admiten cierta frustración. Envían emails que no lee nadie, tienen reuniones que podrían ser emails, hacen Power Points y presentaciones ante personas que no atienden.

Lo explicaba así un vicepresidente de una firma tecnológica en el Substack Still Wandering, del analista y bloguero británico Alex McCann: «Dirijo un equipo de doce personas que crean documentos para otros equipos que crean documentos para altos directivos que no leen documentos. Gano 150.000 libras al año. Es completamente absurdo, pero lo aprovecho mientras puedo mientras construyo algo real por mi cuenta».

Es una gran performance de productividad. Es lo que en el mundo anglosajón se ha comenzado a llamar The Great Pretending, que creo que no necesita traducción. Me recuerda a George Constanza, el mejor personaje de la serie Seinfeld, que decía que aparentaba estar siempre muy abrumado en la oficina para que pareciera que estaba muy ocupado. «Cuando pareces molesto todo el tiempo, la gente piensa que estás ocupado». Cuando pregunto a mis amigos en el mundo corporativo cuál es el producto que emana de su trabajo, lo que aparece al final de la cadena de montaje, no me queda muy claro. Tampoco está absolutamente claro para ellos. Muchas veces no hay nada. Hay un movimiento, un desplazamiento, un intercambio que no lleva a ningún lugar. Esa fricción es como el dinero: su movimiento crea más dinero, más liquidez. Si se para la máquina, toda la operación se desploma.

Hay un movimiento, un desplazamiento, un intercambio que no lleva a ningún lugar

Como escribe Alex McCann, «tomemos como ejemplo una decisión corporativa estándar. Comienza cuando alguien identifica una oportunidad (normalmente un problema inexistente). Esto desencadena una cascada: los analistas analizan, los consultores consultan, los mandos intermedios gestionan la consulta del análisis. Se celebran talleres. Se involucra a las partes interesadas. Se crean presentaciones. Meses después, puede que ocurra algo. Normalmente, se trata de un pequeño ajuste que cualquiera con sentido común podría haber hecho en una tarde».

Quizás es que soy muy anticuado y mi concepción del trabajo también lo es. Un periodista produce artículos. Un zapatero hace zapatos. Un político… bueno, vende chatarra averiada. Pero un project manager, según tengo entendido, simplemente pregunta a sus subordinados: «¿Cómo vas?». El trabajo contemporáneo se ha reducido a su esqueleto. Es management sin producción. Es gente fiscalizándose mutuamente que, en el fondo, es perfectamente consciente de que el rey está desnudo. Pero hay que seguir pagando facturas.

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