La IA es teología
Las nuevas tecnologías no dejan de ser una nueva manifestación de la maravillosa creatividad y el deseo de superación que forma parte de nuestra naturaleza humana.
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¿Qué tiene que ver la inteligencia artificial (IA) con la teología? Un profesor de mi universidad me hacía recientemente esta pregunta, al observar cómo el nombre del papa y el Vaticano resultaban mencionados en una jornada que tuvimos hace unas semanas sobre esta tecnología.
Su perplejidad muestra que, para él, espontáneamente, la respuesta a esta pregunta era negativa. La teología es la disciplina que estudia y desarrolla el discurso racional que podemos hacer sobre Dios. La IA, por su parte, es la rama de la informática que realiza, mediante algoritmos, un amplio número de actividades que normalmente requieren inteligencia humana, como las predicciones, el análisis y construcción de textos o la resolución de problemas.
Definidas así ambas disciplinas, parecería que mi amigo profesor tenía razón. Una tiene que ver con esa realidad que muchos encuentran elusiva y discutible que llamamos Dios. La otra habla del manejo de datos, concretos y medibles, con los que se pueden llegar a hacer cosas extraordinarias.
Entonces, ¿dónde entran el papa y el Vaticano en esta ecuación?
La respuesta pasa por darnos cuenta de que la ambición de la IA es abarcar tanto todas las actividades humanas, como el mismo concepto de lo que es el ser humano. En sus inicios la IA nos permitió realizar en cuestión de segundos actividades que antes nos habrían llevado mucho tiempo. Ahora, sin embargo, lo que se está planteando es el rediseño y sustitución de muchas actividades que, hasta hace poco, o todavía hoy, son inimaginables sin un ser humano. Los más optimistas destacan que se crearán muchos nuevos empleos, pero esta afirmación, aunque sea verdad, no evita que esta tecnología cambia radical y permanentemente la relación entre el capital y el trabajo humano. La dialéctica o tensión inevitable entre ambos que ha caracterizado la Revolución industrial hasta nuestros días resulta superada por el primado del capital tecnológico, que siempre será capaz de rediseñar una actividad para que no sea necesaria la presencia humana. La dificultad de distinguir cuándo el sujeto que actúa en una red social o el interlocutor de una conversación telefónica es un chatbot o un ser humano ilustran perfectamente este problema.
La ambición de la IA es abarcar tanto todas las actividades humanas, como el mismo concepto de lo que es el ser humano
Otra dimensión del problema se refiere a la redefinición de las categorías morales, esto es, los conceptos de bien o mal. Resulta llamativo observar cómo el potencial de esta tecnología se convierte en una excusa para superar algunos de los derechos humanos por los que se ha luchado durante siglos. Nuestra dignidad e intimidad, los frutos de nuestra creatividad o los datos sobre nuestra ubicación se convierten en materia de entrenamiento o comercialización de los modelos. Estos tres ejemplos no están puestos al azar: seguridad, libertad y propiedad, son los tres derechos inalienables que constituyen el fundamento de nuestra sociedad política, tal y como desde John Locke, en su Segundo tratado sobre el gobierno civil (1689), se acepta generalmente.
Los capítulos 1 – 3 del libro del Génesis reflejan el concepto de Dios para las tres tradiciones religiosas monoteístas más importantes del mundo: judaísmo, cristianismo e islam. Cerca de la mitad de los seres humanos del planeta profesa alguna de estas tres religiones, o está educado culturalmente en ellas.
Estos capítulos narran, entre otras cosas, la lucha del ser humano por su autocomprensión y la del mundo en la que vivimos. En primer lugar, se describe el ser humano como la cumbre de la creación o –en lenguaje secular– de la pirámide evolutiva. Segundo, narran metafóricamente que ser humanos es reconocernos incompletos y necesitados de la cercanía y la unión con otras personas y con algo más grande que nosotros mismos. Tercero, explican que el mal y el conflicto humanos vienen derivados de un uso incorrecto de nuestra libertad: el deseo de apoderarnos y manipular la realidad de acuerdo con nuestros intereses.
Estos desafíos son justamente el centro de lo que la IA está intentando redefinir. La tecnología y el capital como depositarios de más derechos de los que tiene un ser humano. La libertad de movimientos –y la reducción del pago de impuestos– de capital y tecnología, frente a un ser humano más constreñido, son la anticipación de una nueva arquitectura de dignidad y derechos. La sustitución de las relaciones de aprendizaje y confianza entre seres humanos por nuevas tecnologías más eficientes crean la apariencia de mayor autosuficiencia, aunque en realidad nos hacen más dependientes. Los poderosos intereses económicos y políticos, y su enorme capacidad de influencia a través de redes y medios de comunicación, tienen una enorme capacidad de resignificación de nuestros valores y comprensión de la realidad.
La empresa tiene una envergadura enorme. Está en juego la aceptación o no de esta nueva comprensión de nuestro mundo. El Vaticano aparece como un actor clave por su peso moral, que supera el ámbito de una confesión religiosa concreta. Por eso, las grandes empresas tecnológicas se aproximan y quieren dialogar con él.
Por un lado, esta tecnología no deja de ser una nueva manifestación de la maravillosa creatividad y el deseo de superación que forma parte de nuestra naturaleza humana. Por otro, se trata de evitar nuestra tendencia a la autodestrucción, o la explotación irreparable de terceros (otras personas, la naturaleza) en beneficio de nuestros intereses egoístas.
La diferencia es que mientras el drama del libro del Génesis gira sobre las consecuencias de la libertad humana, la IA, en cambio, busca una nueva forma de servidumbre, representada por esos algoritmos que acaban regulando y dirigiendo nuestra vida. A Dios nunca terminamos de conocerlo, pero el mensaje cristiano habla del amor y la compasión como su centro. Tampoco nunca llegaremos a entender del todo el funcionamiento de la IA, ¿pero es al menos la intención de los que la diseñan la reconciliación y fraternidad de todos los seres humanos?
Alberto Núñez, Departamento de Dirección General y Estrategia de Esade
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