Una reflexión nietzscheana sobre la autenticidad
El mal gusto de querer coincidir con muchos
Nietzsche despreció el deseo de coincidir con la mayoría. En esta frase breve y afilada se condensa su defensa del pensamiento propio frente al conformismo y la moral colectiva.
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Friedrich Nietzsche escribió en Humano, demasiado humano una de sus observaciones más incisivas: «El mal gusto de querer coincidir con muchos». La frase, con provocación marca de la casa incluida, sintetiza su consabido desdén hacia la uniformidad intelectual y moral. Para Nietzsche, coincidir con la mayoría no es señal de sabiduría ni virtud: es, más bien, un síntoma de pereza espiritual, de conformismo acrítico y de renuncia al pensamiento individual.
Esta advertencia cobra una vigencia singular en un tiempo donde la polarización, el miedo a disentir y la ansiedad por posicionarnos campan a sus anchas. Redes sociales, discursos mediáticos y dinámicas grupales parecen empujar al individuo a coincidir, a sumarse, a pronunciarse según líneas ya trazadas. En este contexto, volver sobre el diagnóstico nietzscheano no solo permite entender su crítica a la moral de rebaño, sino también pensar en la necesidad –y el precio– de sostener una voz propia.
Nietzsche y la sospecha de la mayoría
Para comprender la fuerza de esta frase, conviene situarla en la matriz filosófica de Nietzsche. Su obra representa una batalla constante contra los valores heredados, especialmente aquellos que se imponen sin justificación racional o estética. El filósofo alemán observa que muchas de nuestras convicciones son fruto de la necesidad de encajar, de formar parte de una comunidad que piensa y actúa de manera similar.
A lo largo de sus libros –desde La genealogía de la moral hasta Más allá del bien y del mal–, Nietzsche critica la tendencia humana a buscar refugio en lo colectivo. El rebaño, figura constante en su obra, representa una estructura de obediencia, de sometimiento y de miedo a la diferencia. Teniendo esto en cuenta, coincidir con muchos no es solo tener una opinión compartida: es traicionar la potencia creadora del individuo.
Para el filósofo, el rebaño representa una estructura de obediencia, sometimiento y miedo a la diferencia
El «mal gusto» al que se refiere Nietzsche es una desvalorización estética y moral que implica falta de valentía, ausencia de estilo e incapacidad para asumir la singularidad. Para él, el buen gusto no tiene que ver con el consenso, sino con el coraje de disentir. El pensador libre no desea agradar a muchos, le basta con agradarse a sí mismo y a quienes puede considerar iguales en espíritu y libertad.
Esta perspectiva va más allá del simple elitismo o la rebeldía adolescente. Solo quien es capaz de pensar fuera de la mayoría puede cuestionar los fundamentos de la cultura, la moral y la política. El disenso es una forma de higiene intelectual: nos obliga a justificar lo que creemos, a depurar lo que repetimos sin entender. Coincidir con muchos, sin este trabajo crítico, es entregarse a lo cómodo, a lo previsible, a lo ya dicho y, peor aún, a lo aburrido.
La actualidad del pensamiento disidente
Hoy, más de un siglo después de su muerte, el aforismo nietzscheano adquiere nuevas resonancias. En un contexto donde las identidades se construyen muchas veces a partir de adscripciones ideológicas o culturales, la tentación de coincidir con muchos se multiplica. Puede ser que esto ocurra por comodidad, sí, pero también por miedo a quedar fuera, a no pertenecer.
La presión por coincidir se expresa en fenómenos tan dispares como la viralización de opiniones, la autocensura o la homogeneización de discursos incluso dentro de movimientos emancipadores. En este escenario, disentir puede parecer arrogante o, incluso, peligroso. Sin embargo, como advierte Nietzsche, lo contrario puede ser aún más nocivo: una cultura donde todo el mundo piensa igual, por temor a destacar o a equivocarse, se vuelve estéril.
Ejemplos de este riesgo abundan. En el ámbito académico, por ejemplo, la búsqueda de consensos excesivos ha generado un entorno donde ciertos enfoques se repiten casi automáticamente, sin discusión real. En la esfera pública, los discursos polarizados han erosionado la complejidad y opinar diferente puede suponer quedar automáticamente etiquetado. En redes sociales, muchas veces se premia la adhesión instantánea y se penaliza el matiz. El resultado: un espacio donde el pensamiento libre se ve asfixiado por la ansiedad de coincidir.
La propuesta de Nietzsche es emancipadora y empuja a pensar por uno mismo, incluso si eso supone incomodidad
Pero Nietzsche no llama al cinismo ni al aislamiento. Su propuesta, aunque exigente, es emancipadora y empuja a pensar por uno mismo, incluso si eso supone incomodidad. Defender el desacuerdo no como un gesto de superioridad, sino como una muestra de respeto a la verdad.
Lo interesante del planteamiento nietzscheano es que no invita al desacuerdo sistemático, al llevar la contraria por sistema. Coincidir con otros no es, en sí mismo, algo negativo. La clave no está en oponerse, está en pensar con autonomía. Como él mismo escribió: «El individuo ha luchado siempre para no ser absorbido por la tribu. Y si lo intentas, a menudo te sentirás solo y asustado. Pero ningún precio es demasiado alto comparado con el privilegio de ser uno mismo».
Ser uno mismo, en este contexto, es una forma de resistencia. De sostener la diferencia cuando todo empuja a la uniformidad. De asumir que, en ciertos momentos, disentir puede ser más honesto –y más difícil– que coincidir.
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