‘Jugar con la noche: poesía lírica romana’
Los grandes poetas de Roma
La antología ‘Jugar con la noche: poesía lírica latina’ recoge los poemas más destacados de Catulo, Horacio, Tibulo, Propercio, Sulpicia, Ovidio y Marcial.
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Las últimas décadas del siglo I a. C. y las primeras del siglo I d. C. fueron de especial bullicio social, político y cultural en Roma: la transición de la República al Imperio y la nueva prosperidad romana, simbolizada por la pax de Augusto, fueron el caldo de cultivo perfecto para una pléyade de poetas excepcional. Los extremos de nuestra antología también fueron los extremos de esa época dorada: Catulo, el primero, inauguró la poesía del yo en Roma e introdujo elementos que más tarde reproducirían todos sus compañeros, pero murió antes de poder conocerlos, mientras que Marcial vivió y escribió cuando los otros ya habían alcanzado las costas de la muerte. Entremedias, Horacio, Tibulo, Sulpicia, Propercio y Ovidio, entre muchos otros, con interminables noches de vino y poesía y muchas idas y venidas políticas. Dos ambientes marcaron particularmente la vida y la obra de estos poetas: el círculo de Mecenas y el círculo de Mesala. En estas dos tertulias, diferentes intelectuales y creadores de la época se reunían bajo el cuidado de dos benefactores que les permitieron dedicarse a su literatura sin tener que preocuparse de lo económico. Mecenas, gran defensor y baluarte del emperador Augusto, fue protector de Horacio, Propercio y Virgilio, entre otros, mientras que Mesala acogió a Tibulo, Sulpicia y Ovidio.
Roma es la gran protagonista de estos versos. Los líricos latinos fueron poetas urbanos, pero de los de verdad. Sus textos están llenos de calles empedradas por las que sus amadas los arrastran, de puertas que se niegan a abrirse, de tabernas y lugares públicos de encuentro, y a alguno, incluso, le dan una paliza por estar donde no debe por la noche. Sus vidas, atravesadas por la gran Urbs, por el amor y por la muerte, nos son poco conocidas, con datos que llegan de fuentes poco fiables y, en algunos casos, inexistentes.
Gayo Valerio Catulo nació en Verona entre el año 87 y el año 84 a. C., en una familia acaudalada. Se mudó a Roma muy joven y allí murió en torno al año 57 o 54 a. C., a los 30 años de edad. Con una obra sorprendente y de clasificación confusa, pues tan pronto presenta un ácido epigrama como un hondo poema sentimental, Catulo inició la poesía personal en Roma y es el único autor neotérico del que conservamos obra. No pudo conocer el pleno desarrollo de este género y ni siquiera sabemos si llegó a ver sus poemas publicados en vida.
Catulo inició la poesía personal en Roma y es el único autor neotérico del que conservamos obra.
Quinto Horacio Flaco es considerado el máximo representante de la lírica romana. Conciso y reflexivo, acusado a veces de frío en comparación a sus coetáneos, a él le debemos la formulación de los grandes tópicos de la literatura universal, como carpe diem, non omnis moriar o beatus ille, y el Arte Poética, entre otras obras. Su creencia firme en el poema pequeño y preciso lo llevó a autodenominarse el «poeta abeja» en la Oda IV, II, frente al modelo de Píndaro, el expansivo creador griego al que llamó «poeta cisne». Nacido en el año 65 a. C. en Venusia y de orígenes humildes, pues era hijo de un liberto, Horacio se acabó convirtiendo en uno de los poetas del régimen de Augusto y disfrutó de su éxito y fortuna en una vida considerablemente larga. Sus dos grandes obras de poesía personal son los Epodos, que se enmarcan dentro de la tradición de la poesía invectiva, y las Odas, poesía lírica publicada en cuatro volúmenes. Murió en el año 8 a. C.
Albio Tibulo llegó a nosotros en tres libros, de los cuales solo los dos primeros son enteramente suyos. El tercer libro es una suerte de antología de poetas pertenecientes, como Tibulo, al círculo de Mesala; esta confusión y la certeza de que los poemas que aparecen en ese tercer volumen, a excepción del XIX y el XX, son de otra autoría, hace que a menudo nos refiramos al conjunto de estos textos como el «corpus tibuliano». Nació en el año 50 a. C. en el seno de una familia adinerada y murió joven, en el año 19 a. C. Menos ornamentado y mitológico que Propercio, su lenguaje y su concepción de la vida ideal son sencillos: un amor sin preocupaciones en el campo es suficiente para un hombre que, ante todo, pide la paz.
Sulpicia la Mayor fue, durante años, una poeta travestida: incluida en el corpus tibuliano, solo recientemente se ha aceptado la valía de sus poemas como obra independiente firmada por una mujer. Tenemos pocos datos biográficos de Sulpicia: fue contemporánea de nuestros otros poetas y su tío era Mesala, por lo que estaba adscrita a su tertulia. Sus poemas son casi conversacionales, llenos de lirismo pop, y quizá junto a los de Catulo y Marcial los más frescos para el lector actual.
Sexto Propercio nació en Umbría entre el año 54 y el año 43 a. C. Publicó su primer libro de elegías en torno al año 26 a. C. y la fecha de su muerte suele situarse en el año 16 a. C. El amor y la muerte son sus dos principales temas, con Cintia como gran protagonista. Propercio presenta una visión hondamente apasionada y trágica de la vida, y coincide con los neotéricos en el gusto por la ornamentación mitológica. Se le suele emparejar con Tibulo, con el que presenta notables diferencias, entre ellas, la extensión de los poemas y una visión combativa del amor. Frente a la expansión sinfónica de Tibulo, y en palabras de Antonio Alvar, Propercio hace «música de cámara»: más breve, pero más intensa.
Publio Ovidio Nasón fue un poeta de contrastes, con una vida y una obra marcadas por la dualidad entre el pleno erotismo y el angustioso exilio. Ovidio nació en Sulmona en el año 43 a. C. De familia acaudalada y de abolengo, cultivó ampliamente la literatura y gozó de éxito en vida. Entre sus obras, las Metamorfosis, las Heroidas, los Amores, y sus tratados de belleza y amores, como el audaz Ars Amandi o Arte de amar, todo un manual de seducción destinado tanto al público masculino como al femenino. Irene Vallejo define, en El infinito en un junco, su literatura como «joven e inconformista», un «abismo» continuo en el que, al final, Ovidio acabó resbalando. En sus poemas habla de un carmen et error, «un poema y un error» como motivo de su exilio, pero nunca hemos llegado a saber exactamente qué pasó. Si fue porque su Ars Amandi ofendió la moral que Augusto pretendía imponer entre el pueblo romano o porque Ovidio vio algo que no debía ver, o ambos, en realidad no importa, ya que el desenlace fue el mismo: el destierro en Tomis, a orillas del mar Negro. Ovidio terminó sus días alejado de todo aquello que había amado, rodeado de extranjeros y con la poesía como único consuelo. Nunca perdió la esperanza del perdón. Murió en el exilio en el año 17 d. C.
Marco Valerio Marcial nació en Bílbilis (actual Calatayud) en torno al año 40 d. C., por lo que es, junto a Catulo, el único de nuestros poetas que no vivió la edad dorada de Augusto. Sus epigramas, composiciones breves y punzantes, algo así como tuits de la Antigüedad, aún hoy nos sacan los colores. Vivió en Roma, donde nunca llegó a tener una posición acomodada, aunque gozó del favor de los emperadores Tito y Domiciano. Muerto este último, Marcial fue olvidado por los gobernantes y regresó a Bílbilis, donde murió en el año 104.
Este texto es un extracto del prólogo de ‘Jugar con la noche: poesía lírica romana’ (Alba Editorial, 2025)
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