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Sociedad

¿De qué hablamos cuando hablamos de ego?

Definir el concepto de ego es complejo pues suele confundirse con otros términos como identidad, autoestima, narcisismo, egoísmo o egocentrismo… En el uso coloquial, el ego se vincula generalmente a aspectos negativos, aunque no siempre es así.

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04
marzo
2025

El término ego proviene del latín y significa «yo». Desde la psicología, se ha interpretado de diversas maneras según las corrientes teóricas. En el psicoanálisis, se describe como la parte que media entre las demandas instintivas del ello (impulsos y deseos de gratificación) y las normas sociales o principios morales del superyó. Si el ego no cumple con su función mediadora, pueden surgir conflictos internos que den lugar a trastornos psicológicos.

En la psicología humanista, se relaciona con el concepto de autoimagen o identidad. Un ego inflado o defensivo puede obstaculizar el crecimiento personal y la realización plena. Carl Rogers hablaba de la necesidad de coherencia entre el yo ideal y el yo real para alcanzar el bienestar psicológico. Según Maslow, un ego saludable es esencial para un adecuado desarrollo personal.

Desde la psicología cognitiva, el yo está vinculado al sistema de creencias que influye en la forma en que una persona se ve a sí misma y se relaciona con el mundo. Según la teoría del apego, el ego se ajusta en la adultez en función de las experiencias emocionales vividas en la infancia. Y desde la psicología evolutiva, el ego se considera una construcción dinámica que cambia a lo largo de la vida. Erik Erikson destacó el papel fundamental del ego en la formación de la identidad durante la adolescencia, cuando se van integrando los límites.

Los enfoques sobre el ego varían también según la corriente filosófica. Para Descartes, este está relacionado con la autoconciencia y la reflexión sobre uno mismo. En el existencialismo, el ego no es algo fijo, sino una construcción que se forma a través de nuestras decisiones y acciones. Heidegger, por su parte, considera que el ego no es un sujeto aislado, sino que está en una relación de «ser en el mundo».

En las filosofías orientales, especialmente en el budismo, el ego se ve de manera negativa, como una fuente de sufrimiento, pues la ilusión del ego es la que genera la insatisfacción. Y, en el ámbito de la ética, filósofos como Kant defienden que las acciones morales deben ser guiadas por el deber y no por los intereses del ego individual. Desde una perspectiva utilitarista, las acciones deben orientarse hacia la maximización del bienestar colectivo.

Un ego saludable es aquella conciencia equilibrada de uno mismo que permite una autovaloración sensata

Vicente Simón, profesor de la Universidad de Valencia, describe el ego como una estructura mental formada por las experiencias pasadas de un individuo. El ego almacena recuerdos, creencias, juicios y patrones de comportamiento que influyen profundamente en cómo una persona percibe y responde a la realidad. Este concepto se asemeja al «self autobiográfico» de Damasio.

Según Ignacio Fernández Arias, psicólogo y profesor de la Universidad Complutense, puede definirse como la conciencia de uno mismo. Esto nos remite a la manera en que nos definimos, como ocurre cuando alguien se identifica con su trabajo, su familia o sus creencias. Por ejemplo, al decir «yo soy médico», se está usando el ego para identificarse con una profesión.

De alguna forma, el ego podría considerarse el producto de una construcción de las características que nos definen como personas (los denominados constructos personales del yo, según George Kelly). Sin embargo, este proceso de construcción es inalienable de las expectativas de un yo ideal y de las circunstancias que a uno le rodean. Así pues, ¿podemos realmente definirnos sin considerar nuestro contexto, nuestras circunstancias o las construcciones morales y culturales que nos moldean?

Por lo tanto, al aproximarnos al ego hemos de aceptar que no únicamente se trata de una identificación descriptiva, sino el producto de una comparación o ponderación con el medio; por lo tanto, es ineludible una identificación comparativa y, nos guste o no, valorativa. Volviendo al ejemplo anterior, la construcción del ego cambia dependiendo de si se considera, por ejemplo, un buen o mal médico o si para esta persona es relevante ayudar a los demás o, en cambio, su profesión le reporta más un rédito o estatus (sin que sean excluyentes, claro está). En ambos casos, aunque por diferentes caminos, estas conductas están alimentando el «ego».

El ego puede, por lo tanto, ser equilibrado, saludable o desequilibrado. Un ego saludable es aquella conciencia equilibrada de uno mismo que permite una autovaloración sensata, reconociendo tanto las fortalezas como las debilidades y favoreciendo relaciones interpersonales sanas.

La falta de ego es perjudicial pues dificulta la formación de un sentido coherente de uno mismo

La falta de ego también es perjudicial, pues dificulta la formación de un sentido coherente de uno mismo y limita el crecimiento personal. Un ego débil se manifiesta en la inseguridad, la falta de autoestima y la dependencia excesiva de la aprobación ajena. Si el ego se vuelve excesivo, como en el caso del ególatra o el narcisista, puede generar dificultades en las relaciones con los demás al predisponernos a ignorar al otro y sus necesidades. Esto se relaciona con el narcisismo, que implica un ego inflado que necesita constante validación y reconocimiento y que es incapaz de comprender a los demás y de aceptar críticas o disculpas. Otro término relacionado es el egocentrismo, que limita la capacidad de ver las cosas desde las perspectivas ajenas, algo que muy probablemente se vea fomentado en la sociedad contemporánea, marcada por el individualismo y la autoafirmación.

En conclusión, el ego es una función cognitiva que organiza la experiencia de ser uno mismo. Es fundamental para la identidad y la adaptación psicológica, pero puede convertirse en un punto de conflicto si no está equilibrado con los valores propios, con el medio que nos rodea o si se construye de manera rígida o defensiva. Es un concepto central para comprender el comportamiento humano, las relaciones interpersonales y la experiencia individual. Al entender mejor su complejidad, podremos reconocerlo más claramente en nosotros mismos y en los demás. El secreto radica en evitar los excesos y la deformación desmesurada de la realidad de lo somos y de lo que creemos ser.

 

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