«La literatura de la Guerra Civil ha caído en la moralina de los buenos y los malos»
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Comentaba el otro día David Uclés en la red social X, la antigua Twitter, que 2024 había sido su mejor año. No es para menos. Pocos libros han recibido más respaldo de prensa, libreros y lectores que su reciente ‘La península de las casas vacías’ (Siruela, 2024), que en apenas unos meses ha sido reimprimida once veces. La novela, la tercera del escritor (Úbeda, 1990), es una obra total sobre la Guerra Civil española escrita desde las coordenadas del realismo mágico. Uclés es también músico y dibujante. Hablamos con él por videollamada.
Quince años de trabajo y un viaje largo por toda la península, ¿qué quería contar que mereciera tal esfuerzo?
Algo que fue evolucionando mucho. Como empecé a pensar esta novela con menos de veinte años, en un momento en el que tu identidad no está formada, el objetivo ha ido variando. Al principio, quería meramente dar forma a las historias que me contaba mi abuelo; más tarde, construir una especie de Macondo íbero; luego, a medida que me documentaba más, hacer una narración completa sobre la contienda; y, finalmente, una especie de antropología del español. Este giro final es el que me permitió acabarla, porque hasta entonces sabía que le faltaba algo. Lo que quería era, en definitiva, que el lector que la leyera dijera: «Vale, ya sé cómo es un español en todas sus variedades, que son muchas; cuál su forma de pensar y cuáles sus deseos y sus miedos»; de ahí también el viaje por el país, que era imprescindible.
¿Haber narrado esta historia usando las técnicas del realismo mágico fue una elección puramente estilística? ¿O había algo más?
Estilística, principalmente, porque es la forma de narrar con la que, como escritor, más me identifico. Me han preguntado mucho sobre esto y es verdad que la literatura sobre la Guerra Civil escrita desde estas coordenadas es muy poco común, pero no debería resultar tan extraña porque lo onírico y lo fantástico están en el origen de la literatura. Lo que pasa es que nos hemos ido olvidando.
«Lo onírico y lo fantástico están en el origen de la literatura, lo que pasa es que nos hemos ido olvidando»
Lo preguntaba por eso que dijo García Márquez de que el realismo mágico era la forma narrativa que mejor recogía la realidad de América Latina. ¿Señalaría algo parecido de la Guerra Civil?
De algún modo, sí, aunque me he convencido a partir de lo que se ha ido publicando; al principio no lo creía. He leído que le da cierta suavidad al período, en el sentido de que la distorsión de la realidad que realiza el realismo mágico seguramente haga que lo trágico y lo sangriento resulten menos dolorosos, más asequibles. Para mí, constatar que esa ha sido la lectura mayoritaria ha sido una sorpresa, porque lo alegórico tiende a resultarme más inquietante que lo hiperrealista.
La Guerra es ese tema que como país nunca abandonamos. ¿A qué atribuye que 85 años después sigan apareciendo obras totales sobre el asunto como la suya?
Seguramente a que es nuestra última herida abierta, el último gran suceso que nos define como pueblo. A mí me ofrecía un buen campo de cultivo para realizar la radiografía del español a la que me he referido antes. Lo que he querido es escribir una ficción que narrara toda la guerra en toda la península, algo que se había hecho desde la historiografía, pero no desde la ficción. Eso por una parte; por otra, también aspiraba a escribir desde una posición que no es neutral, pero sí objetiva. La mayoría de la literatura sobre la Guerra ha caído en la moralina del estos son los buenos y estos los malos y yo esa falta de objetividad quería evitarla.
«La Guerra es ese tema que como país nunca abandonamos»
Eso es discutible, ¿no? Ha habido bastantes autores no neutrales que han sido objetivos. Hemingway en Por quién doblan las campanas, por mencionar un relato muy conocido.
Sí, claro. Hay excepciones. Pero ahí tienes también a algunos amigos míos de izquierdas a los que les ha parecido mal que yo escribiera ciertas verdades. Esa es la realidad del día a día. Al hablar de la Guerra sigue habiendo mucho dogmatismo a ambos lados.
Michael Reid, el excorresponsal de The Economist que le dedicó un libro entero a España, dice que de la Guerra Civil lo sabemos ya casi todo. ¿Nos autoflagelamos como país volviendo una y otra vez sobre el mismo tema? La verdad de los hechos está ahí para quien la quiera conocer.
Estoy de acuerdo en que tenemos mucha información del período, pero la pregunta es otra: ¿quién está recibiendo esa información? Me temo que solamente una parte muy pequeña de la población que ya tiene un interés profundo en el tema, porque en el ámbito fundamental, la educación, no hablamos de la Guerra. Por eso escuchamos tanto esas generalidades que no explican nada como que fue una guerra de hermanos, que los dos bandos hicieron cosas horrendas o que tan malo habría sido que ganaran unos o los otros. Tenemos una producción amplísima de materiales historiográficos, ensayísticos y literarios que convive con un desinterés absoluto en las aulas. Debatía el otro día con Iñaki Gabilondo en Jaén sobre cómo evitar que sigan creciendo las formaciones extremistas en las democracias y él hablaba de los medios de comunicación. A mí me parecía que no, que el foco tiene que estar en los colegios. Modestamente, espero que esta novela sirva también a ese propósito. En la literatura de ficción, una instantánea que te presente la guerra como un todo para que tú tires del hilo particular que te interese solo conozco El laberinto mágico de Max Aub, pero son seis tomos y no discurren por toda la península.
Uno de los héroes del relato, José, vive una homosexualidad plena. ¿Es ese otro elemento novedoso que aporta esta novela a la literatura sobre la guerra?
Seguramente, pero, de nuevo, no lo pensé intencionadamente. Como soy homosexual y hombre, el amor más puro que yo puedo concebir es entre dos hombres, por lo que el personaje surgió de forma natural. Cuando hago ficción, me lo tengo que pasar bien, porque eso es lo que busco en el lector. Antes de enseñar historia o de dibujar un paisaje de la antropología española, quiero evadirme y que el lector se evada. Y, claro, qué mejor forma que una historia de amor.
¿Resulta creíble que existiera una relación tan pública en el Madrid de 1936 entre dos hombres? ¿O forma parte de la forma de narrar de la novela hacer creíble lo increíble?
Me tomé una licencia, efectivamente. Es imposible que dos gays se besaran en una azotea rodeados de cien personas y que todo el mundo dijera: «Qué bonito, ¿no?». Pero quise imaginar que era posible. En cualquier caso, dentro de la alta improbabilidad de que una pareja homosexual pudiera ser visible en cualquier bando, era más factible en el republicano que en el nacional.
Decía Henry James que la novela histórica está condenada a fracasar porque es muy difícil recrear lo que no se ha vivido. ¿Sintió esa dificultad? ¿Cómo la superó?
No estoy de acuerdo. Creo que es más fácil escribir con perspectiva sobre un hecho histórico desde la distancia que cuando el suceso está ocurriendo porque en el primer caso hay más material disponible. Yo he tenido acceso a imágenes, vídeos, testimonios, libros escritos desde la izquierda, libros escritos desde la derecha, ensayos de autores extranjeros… Alguien que vive una guerra o cualquier hecho histórico y decide narrarlo partirá siempre de su visión. Y estamos de acuerdo en que el testimonio de primera mano es importante, pero no lo es todo.
«El testimonio de primera mano es importante, pero no lo es todo»
700 páginas sobre la Guerra las atribuimos más fácilmente a un catedrático de historia o a un escritor con décadas de bagaje y medios económicos para permitírselo. ¿Cómo lo ha hecho con sólo 34 años?
Las claves han sido dos: constancia y paciencia. Es cierto que soy relativamente joven pero hace ya mucho, diez años, desde que decidí que no iba a dedicarme en serio a nada más que a escribir esta novela. Y luego tuve la gran suerte de que como ningún editor la quería, tuve todo el tiempo del mundo para acabarla. Al final, paradójicamente, eso fue algo positivo. De haberme hecho caso una editorial antes, habría tenido que ir rápido y la habría malogrado, estoy seguro.
¿Usted es la prueba de que el que la sigue la consigue o de que sin ayuda hoy un escritor joven está condenado a malograrse por la precariedad?
Ni de lo primero ni de lo segundo. Tener ayuda en forma de becas para creadores que te permiten mantenerte es importante, pero no lo es todo. Ahora bien, tampoco creo que el que la sigue la vaya a conseguir siempre porque no es verdad. Eso es una americanada. Yo he cotizado poquísimo y hasta hace nada he sido ese español al que su padre reñía en el coche por no hacer nada de utilidad y por no querer sacarse una oposición. Pero siempre he creído en el trabajo y en las pequeñas alegrías, esto último es muy importante. Gané un premio muy pequeñito con mi primera novela, después la editorial Dos Bigotes me publicó la segunda, a continuación me dieron una beca, luego llegó otra beca, a raíz de esta última beca un agente, y luego Siruela. En todo caso, soy la prueba de que, si crees en tu proyecto, has de disfrutar de las pequeñas alegrías.
Y ahora, ¿qué se escribe después de una obra que ha tenido tanta repercusión?
En realidad, tengo la suerte de que ya he escrito la próxima novela que voy a publicar. Hace cuatro años viví un tiempo en Barcelona y dejé listo un relato, también en clave realismo mágico, sobre la ciudad. Es algo que me alivia porque es verdad que cuando tienes la suerte de que una novela funciona bien, recibes presiones de editoriales, de ciertas personas y de tu propio público y puedes acabar publicando algo que no es por completo fiel a ti. Pero esta novela, que cuenta un día en el que se va la luz artificial y la solar de la ciudad y a la luz del fuego confluyen todas las Barcelonas que existieron, sí lo es.
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