La ansiedad revela lo que la mente calla
En 2022, se dispensaron más de 100 millones de benzodiacepinas en España, lo que la sitúa entre los países con mayor consumo de psicofármacos del mundo.
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La ansiedad, esa inquietud que a veces nos habita, puede agudizarse en ciertos momentos, como una herida que se reabre en el alma. Las presiones sociales, las expectativas y la búsqueda incesante de la felicidad pueden actuar como un amplificador de las emociones, intensificando tanto la alegría como la tristeza. En un mundo que nos impulsa a la perfección y al bienestar constante, la tristeza y la soledad se viven con mayor intensidad, como una disonancia con la melodía imperante.
El ritmo acelerado de la vida, la avalancha de información y estímulos a la que estamos expuestos, las exigencias del día a día… Todo ello puede convertirse en una fuente de estrés para quienes se sienten abrumados, para aquellos a los que la vida les recuerda la fragilidad de la existencia o la dificultad para alcanzar ese ideal de plenitud que la sociedad nos impone.
Un estudio publicado en el British Medical Journal señalaba que las urgencias hospitalarias por problemas de salud mental aumentan significativamente durante el periodo navideño. La presión por cumplir con las expectativas sociales, las tensiones familiares, los excesos en el consumo de alcohol y comida y la falta de descanso pueden desencadenar crisis de ansiedad, episodios depresivos e incluso intentos de suicidio.
La ansiedad, ese monstruo insidioso que se alimenta de la incertidumbre y el miedo, nos roba el sueño, nos perturba el descanso. Las noches se hacen largas, interminables, pobladas de pensamientos intrusivos que nos impiden conciliar el sueño. El insomnio, con su cortejo de fatiga, irritabilidad y dificultad para concentrarse, se convierte en un compañero inseparable de la ansiedad, agravando aún más el malestar emocional.
El cuerpo, sometido a la tensión constante, reacciona con síntomas físicos: palpitaciones, dolores de cabeza, tensión muscular, problemas digestivos. Es como si la ansiedad, incapaz de encontrar una salida a través de las emociones, se manifestara a través del cuerpo, con un lenguaje de dolor y malestar.
España es uno de los países con mayor consumo de psicofármacos del mundo
La ansiedad nos empuja a buscar alivio, a veces de forma desesperada. Y en esa búsqueda, la automedicación se convierte en una salida rápida, aunque peligrosa. Según datos del Ministerio de Sanidad, el consumo de ansiolíticos y antidepresivos en España ha aumentado considerablemente en los últimos años. En 2022, se dispensaron más de 100 millones de envases de estos medicamentos, lo que sitúa a España entre los países con mayor consumo de psicofármacos del mundo.
Las benzodiacepinas, como el Lorazepam o el Diazepam, son los ansiolíticos más utilizados. Su efecto es rápido, calman la ansiedad y facilitan el sueño. Sin embargo, su uso prolongado puede generar dependencia y tolerancia, lo que significa que se necesita cada vez una dosis mayor para conseguir el mismo efecto. Además, pueden provocar efectos secundarios como somnolencia, dificultad para concentrarse y problemas de memoria.
La automedicación con ansiolíticos y antidepresivos es una práctica arriesgada. Estos medicamentos deben ser prescritos por un médico, quien evaluará la situación individual de cada paciente y ajustará la dosis y el tipo de fármaco a sus necesidades. El uso inadecuado de estos medicamentos puede agravar los problemas de ansiedad y depresión, e incluso provocar efectos secundarios graves. Es importante recordar que los medicamentos no son la única solución para la ansiedad y la tristeza. La terapia psicológica, el ejercicio físico, la meditación, las técnicas de relajación y el apoyo social son herramientas fundamentales para afrontar estos problemas.
La sociedad de consumo contribuye a alimentar la ansiedad y la insatisfacción
La sociedad de consumo, con su bombardeo constante de mensajes publicitarios que nos incitan a comprar, a gastar, a acumular bienes materiales, contribuye a alimentar la ansiedad y la insatisfacción. La promesa de felicidad a través de la adquisición de objetos se convierte en una trampa, una ilusión que se desvanece rápidamente, dejando tras de sí un vacío aún mayor.
El filósofo Byung-Chul Han, en su obra La sociedad del cansancio, describe la sociedad actual como una sociedad hiperactiva, obsesionada con la productividad y el rendimiento. Esta presión por hacer, por lograr, por estar siempre «conectados», genera un agotamiento físico y mental que nos impide disfrutar del presente, de los pequeños placeres de la vida.
El psicólogo Jean Twenge, en su libro iGen, analiza el impacto de las nuevas tecnologías en la salud mental de los adolescentes. El uso excesivo de los smartphones, las redes sociales y los videojuegos puede contribuir al aislamiento social, la ansiedad, la depresión y la falta de sueño.
Por otro lado, la profesora Sherry Turkle, en su obra Alone Together, reflexiona sobre la paradoja de la conexión digital: a pesar de estar más conectados que nunca, nos sentimos más solos. La comunicación virtual, con su falta de contacto físico y emocional, no puede sustituir la interacción humana real, la que nos permite sentirnos verdaderamente acompañados y comprendidos.
En este contexto de ansiedad, tristeza y soledad, es fundamental buscar espacios de calma, de conexión con uno mismo y con los demás. Cultivar la introspección, la atención plena, el contacto con la naturaleza y las relaciones significativas son algunos de los caminos que nos pueden ayudar a navegar por las turbulencias emocionales de nuestro tiempo.
Como quería reflejar Pessoa, «no sé qué mañana traerá. Nadie lo sabe. Vivir es esto: quedarse ciego y sordo y a tientas en un laberinto». Y es que nos recuerda la esencia misma de la existencia: un camino incierto, un deambular a tientas en la oscuridad, sin un mapa que nos guíe, sin saber qué nos depara el siguiente recodo. Y en ese laberinto, en esa incertidumbre constante, es donde debemos aprender a encontrar nuestro propio camino, a cultivar la resiliencia, a abrazar la vulnerabilidad, a encontrar la belleza en las grietas, en las imperfecciones, en la propia fragilidad. Quizás ahí resida la clave para navegar por las turbulentas aguas de la existencia, en aceptar que la vida no es un camino recto y asfaltado, sino un sendero lleno de curvas, de piedras, de obstáculos que nos hacen tropezar y levantarnos, una y otra vez. En ese continuo aprendizaje, en esa búsqueda incesante de sentido, en esa capacidad de transformar el dolor en poesía, es donde reside la verdadera grandeza del ser humano.
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