Educación

«Una infancia o una adolescencia sin pantallas es una distopía»

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17
diciembre
2024

Es uno de los temas que levantan pasiones y que protagoniza los debates más intensos en educación de las últimas décadas. En paralelo a la revolución digital, ha emergido el auge y la caída de la pantalla en las escuelas. ¿Son el mal último educativo? ¿Un recurso potentísimo? ¿O, como apunta el psicólogo Fran Jódar en ‘Acompañando a las nuevas generaciones en la era de las pantallas’ (Nube de Tinta, escrito a cuatro manos con la también psicóloga Isa Duque), algo complejo que requiere un análisis reposado?


Ya en la primera página del libro decís que no hay camino correcto ni mapa único. ¿Es algo que se nos olvida muchas veces?

Diría que estamos opinando todo el rato desde un punto de vista muy rígido y sentenciador. Nosotros queríamos dejar claro desde el primer momento que no existe una posición única frente a la pantalla. Uno de los males principales que podemos achacar a la época actual no tiene que ver con las nuevas tecnologías, sino con la naturaleza del ser humano. Y es que queremos perspectivas muy reduccionistas, que nos den rápidamente una perspectiva y un significado. El ser humano se ha acostumbrado a esto.

Porque, al final, si tenemos claro que el mundo ni es blanco o negro sino más bien en tonos de grises, ¿por qué intentamos que las pantallas sean una cosa u otra?

Pete Etchells viene a decir que estas personas o esos libros que nos intentan dar una perspectiva única muchas veces tienen un interés. Muchas veces es un interés comercial, es decir, intentan vender una ideología por intereses quizás meramente personales. A nosotros nos interesan las nuevas generaciones, las familias, las situaciones que viven. Por eso, nos hemos dado cuenta de que no existe una perspectiva única.

Cuando hablamos de una infancia sin pantallas, de eliminarlas, ¿no estamos olvidando el choque que supone? ¿Es realista pensar en un apagón cuando viven en un mundo lleno de pantallas? 

Yo en este caso hablo muchas veces desde el humor. Eso son sueños nostálgicos de boomers sin remedio. Es decir, educarse sin pantallas es imposible en la era actual. Una infancia sin pantallas es una distopía, igual que una adolescencia sin pantallas. En el libro hablamos de los espacios transaccionales, que fue un concepto que le leímos a Jordan Shapiro. Son esos espacios donde nos socializamos. En los años 80 o en los años 90, todavía era ir a un parques y juegos analógicos, eran Nirvana, el rock o el pop. Ahora lo son los videojuegos en línea, Roblox o cualquier otra actividad que implica la tecnología digital. Es un mundo híbrido entre lo digital y el analógico que nosotros hemos vivido. Y no se puede plantear una falsa dicotomía.

¿Crees que hay un toque aspiracional en todas las fantasías de educar sin conexión? Siempre se repite que los hijos de Silicon Valley van a escuelas Montessori, que tocan la tierra y no las pantallas. Igual que antes a lo mejor lo aspiracional era mandar a tus hijos a Dublín a aprender inglés, ¿ahora lo es que jueguen con juguetes de madera y sin pantallas?

Ese planteamiento da para muchas reflexiones. En el libro, cuestionamos la idea de que los gurús de Silicon Valley no educan a sus hijos con pantallas. Hoy día esto es implanteable. Con el nivel de competitividad que existe en la economía mundial interconectada, donde a partir de cierta edad estás fuera del mercado si no tienes unas competencias digitales amplias, a ningún padre o madre con una mínima visión de futuro se le ocurriría que su hijo no las adquiera. Si esto no lo tienes ya de fábrica, luego te va a costar horrores incorporarte a la economía digital. Así que me extraña mucho que los gurús hagan eso. Lo que hacen es restringir y poner límites al uso de la tecnología digital, cosa que además es muy necesaria. Clara Ramas habla en El tiempo perdido de esta melancolía muy propia de los tiempos actuales, que califica como tiempos crepusculares. En la medida que hemos visto como el imperio en el que nosotros hemos vivido está terminando, las personas anhelamos que los tiempos anteriores vuelvan, una melancolía reaccionaria y sin ningún tipo de conexión con el futuro. El paraíso perdido nos parece la edad dorada que hemos perdido. Ella hace una apuesta por el redescubrimiento del presente.

¿Son las pantallas un poco un chivo expiatorio? ¿Es echarles la culpa como cuando en los 90 se decía que no salíamos de casa porque nos pasábamos el tiempo viendo dibujos animados violentos en la tele?

Sí, totalmente. Las pantallas son a la reflexión lo que una hamburguesa al hambre. Cuando queremos quitarnos rápidamente el hambre, recurrimos a una hamburguesa para no complicarnos la vida y sentir placer. Lo mismo hacemos cuando nos evitamos todo el proceso largo y tedioso que sería comer verduras intelectuales, un análisis concienzudo a lo largo del tiempo y leyendo fuentes contrastadas. Para no pensar, le echamos la culpa a las pantallas y ya está. Es algo muy fácil, incluso ni siquiera necesitas documentarlo, porque redirige el imaginario colectivo y a las publicaciones super tecnofóbicas que se han ido haciendo, especialmente a partir de 2015. Ya se están viendo como equivocadas. Están mal diseñadas y muy dirigidas por un pensamiento previo.

«Para no pensar, le echamos la culpa a las pantallas y ya está»

Pero se está legislando ya partiendo de esas ideas. Me estoy acordando de lo de Suecia volviendo a los libros de papel. Incluso hay un movimiento en España de padres que se oponen a que haya tablets y ordenadores en los colegios.  

En el libro también hablamos de una pérdida de sentido democrático, en el sentido de que consideramos que las personas que viven en la infancia y en la adolescencia no tienen derechos democráticos. Los consideramos sujetos no de derecho; por tanto, podemos disponer de ellos y de sus derechos a nuestra voluntad. Esto habla de una pérdida de valores democráticos. Yo recuerdo la figura del delegado de clase o el representante de los estudiantes. Y las AMPAS tenían mucho peso en los consejos escolares. Esto se ha ido perdiendo y se ha simplificado para ir a lo práctico. Por otra parte, muchas veces lo que molesta de las redes sociales y de los dispositivos digitales es la pérdida de autoridad sobre las criaturas. Necesitamos un posicionamiento muy egocéntrico, muy individualista, muy ultra neoliberal, respecto al uso de las pantallas. Es decir, como he perdido poder sobre mi criatura y no me hace caso, prohíbo porque no quiero perder ese poder. Esta visión está condenada al fracaso. Es una visión muy egocéntrica. Y, por otra, está el conocimiento que tienen las redes sociales sobre los abusos que se cometen en las plataformas. Sí que apoyamos la prohibición y la restricción a estas empresas que vulneren estos derechos, pero sigamos acompañando a la chavalería y a las criaturas en el uso de las redes sociales y premiando a aquellas plataformas digitales que ofrecen un uso responsable.

«Como he perdido poder sobre mi criatura y no me hace caso, prohíbo porque no quiero perder ese poder; es una visión muy egocéntrica»

¿Estamos obviando en todos estos debates sobre pantallas y uso la responsabilidad final que tienen las plataformas digitales? Estoy pensando en lo que se filtró en los Facebook papers, cómo sabían el impacto ultranegativo de Instagram en las adolescentes.

Claro, Arturo Béjar ha declarado cosas que son muy graves. No solamente que Mark Zuckerberg estaba al tanto, sino que le importa un pimiento. Lo único que le importa es hacer dinero. Entonces, entiendo que haya muchas familias preocupadas por la seguridad de sus criaturas, pero no podemos ahorrarnos el camino de acompañar y de educar, que es supercomplejo. Si no sabes cuáles son sus youtubers o sus streamers de referencia, no te hacen caso. Puedo trabajar con adolescentes porque conozco el hábitat, tengo que conocer el contenido y la cultura. Las familias quieren ahorrarse todo ese tiempo ni interesarse por su mundo.

Y esto va en paralelo a lo que comentábamos, que estamos simplificándolo todo. ¿Debatimos mucho menos el contexto de ultracompetitividad e hiperprotección que les ha tocado vivir? Es decir, hablamos todo el rato del algoritmo, pero mucho menos de cómo te afecta que tu padre esté ultrapendiente de ti en el parque o que te apunten a japonés y violín tres horas a la semana.

Sí, es una pasada. En el libro hablamos de que estamos intentando profesionalizar la crianza. Ahora cualquier padre o madre es el mejor pediatra, el mejor psicólogo o psicóloga, el mejor todo. Nos compramos libros para ser los mejores profesionales que pueden atenderle y asesorarle [al niño]. Ni siquiera le dejamos un espacio donde puedan sufrir riesgos y afrontar peligro. Al profesionalizar la crianza, quizá un poco por complejo que tenemos de nuestra infancia, de que nuestros padres quizás fueron un poco más abandonadores, estamos favoreciendo la sobreprotección. Las personas pueden sorprenderse del nivel de frustración que esto puede generar. Y esto no es culpa suya [de la infancia]. Hablamos de generación de cristal, pero de manera un tanto perversa lo que en realidad estamos haciendo es blanquear nuestros defectos y nuestras faltas.

«Al profesionalizar la crianza, estamos favoreciendo la sobreprotección»

Y al final estos niños, niñas y adolescentes viven en el mismo mundo que las personas adultas. Si sentimos la presión de ser felices todo el tiempo y la frustración porque la vida no es de color de rosa, ellos también la sentirán. Supongo que es más duro porque tienen menos herramientas para afrontarlo.

Sí, claro, es que vivimos en una etapa muy esquizofrénica respecto a las nuevas generaciones. Por un lado, les hemos cancelado el futuro. Es decir, nos hemos cargado el crecimiento económico, la prosperidad, la posibilidad de tener una vivienda o la posibilidad de estudiar y encontrar un trabajo. Por otro lado, les decimos que con los medios que existen actualmente, si no son ricos, si no son ricas, felices, si no tienen éxito, es porque son unos gandules o porque están perdiendo el tiempo con una pantalla. Al mismo tiempo, hemos aumentado su conciencia sobre derechos, democracia o salud mental. Tenemos personas mucho más conscientes, pero al mismo tiempo un mundo más chungo.

Justo mientras leía vuestro libro me salió un reel de un humorista estadounidense hablando de cómo los adolescentes ahora en vez de pensar las clásicas tonterías de esas edades están intentando crear un imperio e-commerce. Que ya están obsesionados con triunfar, vaya. 

Pero es que esa presión la estamos lanzando nosotros todo el rato, las personas que estamos ahora mismo tomando decisiones en el mercado laboral. Estamos configurando esa sensación de que «o espabilas pronto o no vas a tener futuro». Por otro lado, estamos diciendo que es sumamente fácil forrarse y estamos mezclando espiritualidad con riqueza. Cada vez hay más coaches que hablan de espiritualidad, meditación, autoafirmaciones positivas, evolución mística y ser millonario. Estamos mandando un montón de mensajes confusos. Es normal que cuando una persona joven entra en un periodo de crisis se plantee encontrar qué respuestas ofrece la sociedad. Prácticamente todas esas respuestas se basan en el dinero. La respuesta que le estamos ofreciendo es «un búscate la vida, mira solamente por ti y cuanto antes, porque lo vas a tener muy crudo».

Hablamos mucho de pantallas y educación, porque como dices es como un síntoma de moda. Pero ¿olvidamos que faltan por mejorar muchos tipos de educaciones? En el libro habláis de la educación sexual. ¿Estamos olvidando en estas ecuaciones que hay educaciones más básicas que no estamos cuidando?

Totalmente. En el libro hablamos de lo curioso que ha sido cómo se ha ido arrasando del currículo las materias de Humanidades. La filosofía ha dejado de ser una asignatura obligatoria. Si no estamos educando el pensamiento y la reflexión, no estamos educando.

 

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