Confiar no tiene precio
La confianza juega un papel esencial en las economías capitalistas de las democracias liberales. Por desgracia, en las últimas décadas estas han padecido una erosión continuada de la confianza social.
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Los creadores de las criptomonedas aspiraban a realizar transacciones en las que la confianza no fuera necesaria, a pesar de que en nuestra sociedad la confianza lo impregna todo. Por ejemplo, cuando se nombra o se ratifica a una persona en un cargo es habitual que dé las gracias por la confianza depositada en ella. También es muy normal que, cuando se nombra a un consejero o director general de una compañía familiar, se hable de «una persona de la confianza de la familia».
Lionel Barber, el que fuera editor del Financial Times durante quince años, tomó las riendas del periódico en 2005 con una determinación: convertirlo en «la organización de noticias más fiable de todo el mundo». Su propósito tenía sentido. Somos lectores habituales de un periódico porque confiamos en él. Sabemos que lo que publica ha sido contrastado, que no trata los temas sin tener un buen conocimiento de ellos. La veracidad y la profesionalidad son la divisa de una prensa de fiar. Son atributos que nos inspiran confianza.
La necesidad de transmitir confianza es omnipresente. Recuerdo vivamente un almuerzo familiar, con motivo de una celebración especial en un prestigioso restaurante. En dicha ocasión me sorprendió que, antes de la comida, los comensales fuéramos invitados a recorrer la cocina del establecimiento. Era, sin duda, una muestra de transparencia, otro atributo clave para generar confianza en los demás.
Todos, en definitiva, hemos deseado en alguna ocasión ganarnos la confianza de alguien. Y no solo queremos transmitir confianza, pues en muchas ocasiones precisamos depositarla en los demás, en nuestras relaciones cotidianas o para llevar a cabo proyectos en común. Y viceversa, queremos ser dignos de la confianza que se ha depositado en nosotros. Los ejemplos son innumerables y la confianza es, si cabe, aún más importante en las relaciones personales. Solo hace falta un momento de reflexión para concluir que la vida sería mucho más severa, por no decir insoportable, si no tuviéramos alguien en quien confiar.
La degradación de la confianza en los demás tiene su raíz en la creciente complejidad social y cultural de las democracias liberales
La economía tiene fama de ser una ciencia lúgubre, que trae malas noticias recordándonos siempre que los recursos son escasos y que todo cuesta. Es bien sabido que a los economistas nos gusta decir que nada es gratis. Sin embargo, y a pesar de ser economista, […] analizo la confianza, un bien que no se puede comprar pero que tiene un gran valor. Y es que todos sabemos que la vida está llena de cosas muy valiosas que no tienen precio. Dos de ellas, transcendentales, son el amor y la amistad. Una tercera, que les va a la zaga en importancia, es la confianza.
La confianza juega un papel esencial en las economías capitalistas de las democracias liberales. Es fundamental, en primer lugar, para que los intercambios comerciales y los mercados funcionen adecuadamente. Además, también es clave para que las principales instituciones de una economía de libre mercado, las empresas y los poderes públicos, contribuyan positivamente al progreso económico y social.
Para que el capitalismo genere riqueza y bienestar, garantizando la cohesión social y la preservación del medio natural, es decir, de una manera sostenible, es imprescindible que la sociedad confíe en sus empresas, en el liderazgo de los políticos y en las políticas públicas que estos impulsan. Así pues, para un gobernante, gozar de la confianza de la ciudadanía tampoco tiene precio.
Por desgracia, en las últimas décadas las democracias liberales han padecido una erosión continuada de la confianza social. Se ha deteriorado tanto la confianza en los demás como la confianza en las instituciones, especialmente en los partidos políticos, así como en las políticas económicas y sociales de los gobiernos. Las grandes empresas también han sufrido pérdidas significativas de reputación.
[…] La degradación de la confianza en los demás tiene su raíz en la creciente complejidad social y cultural de las democracias liberales. Ni el liberalismo político en el que se fundamentan, ni sus instituciones políticas y sociales han sido capaces de ofrecer unos valores morales y un marco institucional suficientemente robustos ante los extraordinarios cambios tecnológicos, demográficos, culturales y económicos de las últimas décadas. La consecuencia ha sido una tensión política y social creciente conforme los ciudadanos han percibido que el sistema político y económico no satisface sus expectativas, ni responde a los retos planteados por las disrupciones de la tecnología y la economía. En muchas democracias liberales, la sociedad se ha fragmentado y la polarización política supone que la búsqueda del bien común ya no es un objetivo compartido en la sociedad.
Este texto es un fragmento del libro ‘Confiar no tiene precio’ (Debate), de Jordi Gual.
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