Radiaciones
Reflexiones sobre el destino humano y un testimonio directo de una época de destrucción total se incluyen en el libro ‘Radiaciones I’ (Tusquets Editores), que recoge los diarios escritos por el filósofo alemán Ernst Jünger entre 1939 y 1948.
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Kirchhorst, 4 de abril de 1939. Trabajado mal, lo que era previsible por el modo como he soñado y dormido. No todos los días son jornadas de captura, mas para mí es jornada de caza cada día — quiero decir que me paso la mañana dando forma a frases y desechándolas, cual alfarero que rompe sus cacharros. De esa situación me doy cuenta muy pronto y en realidad podría salir a darme un paseo. Me quedo, no obstante, y eso me hace suponer que también este esfuerzo encierra un significado. Son pocas las cosas que hacemos en balde.
Por la tarde removido los bancales y sembrado rábanos y perifollos. Leído: Thornton Wilder: El puente de San Luis Rey. En un pasaje de este libro aduce su autor las señas características del aventurero auténtico — una de ellas es el don de saber entablar conversación con extraños. Eso podría ser efectivamente un signo de primer rango. Si pasamos revista a las personas que nos son conocidas, aparecerán muy pocas cuyo conocimiento no nos lo haya facilitado un tercero que actuó de intermediario. Las personas con que nos hemos relacionado directamente las hemos encontrado casi siempre en circunstancias inhabituales — en viajes, durante una fiesta o con ocasión de un infortunio. También en el terreno erótico lo que rige es el modo directo, el dirigir la palabra a una desconocida, por ejemplo, o el invitarla a bailar. Un rasgo aventurero es que en un sitio a oscuras, como puede ser un teatro, alargue un hombre su mano hacia una mujer a quien no conoce. Esto es, por cierto, algo que sucede con más frecuencia de lo que suele pensarse. Un experto de ese modo de actuar lo ha sido Edmond, quien en una ocasión me dio una extensa conferencia sobre la táctica que debía seguirse. Y ahora me viene a la mente que también a él lo conocí sin intermediarios; me dirigió la palabra en el metro. Tal como corresponde a seres sociales, en casi todos los grupos humanos ingresamos tan solo si alguien nos introduce en ellos. El aventurero, que es un ser no social, se las arregla con el talento que le es propio. Como una aventura espiritual cabe considerar también la autoría, y con ello está relacionado el hecho de que cada uno de los autores disponga de un número de conocidos que se ha ganado dirigiéndoles directamente la palabra.
Se considera el conocimiento directo, a lo que parece, como una forma superior de establecer contacto. Los amantes tienen así la sensación de que el azar que los reunió fue extraordinario. También en las novelas se gusta de utilizar como introducción un suceso que pone en contacto a dos extraños.
Kirchhorst, 5 de abril de 1939. La reina de las serpientes. Las anotaciones que hoy he escrito sobre los mauritanos no me dejan satisfecho; en mi cabeza tiene esa Orden una vida más nítida que en lo redactado. Lo que es preciso describir es cómo en los momentos de descomposición, durante los cuales se acumula mucha materia apática, el racionalismo representa el principio decisivo. Y esto otro: cuando en torno a una doctrina de tecnicidad amoral se forman grupos, a ellos se asociarán, en virtud de la maldad que tales grupos encierran, fuerzas autóctonas, para hacer así realidad otra vez, enganchando un nuevo tiro al carruaje, el viejo poder, la nostalgia del cual permanece viva siempre, desde luego, en el fondo de los corazones de las fuerzas autóctonas. De esa manera es como se trasluce hoy en Rusia el imperio zarista. Lo mismo ocurre con el personaje del guardabosque mayor en mi libro: el nihilismo encuentra su señor en figuras como él. Por cierto que en la relación de Piotr Stepánovich Verjovenski con Stavroguin aparece invertida la situación: aquí es el técnico el que, sabedor de su carencia de fuerza legítima, trata de aliarse con el autóctono.
Cuando escarbamos en el suelo con las manos, la tierra transmite a estas una mutación
En la descripción de proyectos de esta índole lo mejor es entregarse por completo a la fantasía creadora, pero tampoco puede causar daño ninguno el construirlos mentalmente en todos sus detalles. Lo que hay que evitar es que la narración adquiera un carácter puramente alegórico. Sin relacionarse con ningún tiempo, ha de poder vivir desde sí misma, y aun es bueno que queden en ella pasajes oscuros que ni siquiera el autor es capaz de aclarar. Tales pasajes son a menudo, y yo he tenido experiencia de ello, gérmenes de ulterior fecundidad. Así, cuando en una noche de tempestad en el Harz soñé con el guardabosque mayor, su carácter seguía estando oscuro para mí: hoy veo, sin embargo, que los rasgos que entonces anoté están llenos de sentido, en un marco más amplio.
Por la tarde en el pantano. Muy cerca de donde me hallaba ha salido volando de una estrecha zanja una parejita de patos y ha trazado un amplio círculo a mi alrededor. El macho con librea nupcial, el rizo en el obispillo — ese rizo le daba un toque de tipo insolente— y el cuello con reflejos metálicos de un verde sedoso. Muy bellos los lugares en que ese color va pasando gradualmente a un negro suntuoso y tenuísimo; tal negro es un verde elevado a la máxima potencia. Me lo imagino como ese polvo de hacer tinta que, una vez disuelto, produce grandes cantidades de una tintura admirablemente verde. Luego en el jardín. Sembrado guisantes, lechugas, cebollas, zanahorias. Los guisantes, plantados en hileras de un gris verdoso mate, cómo refulgían en los oscuros surcos. Lo muy extraño, más aún, casi mágico que es el trabajar en bancales se me ha vuelto evidente cuando he pensado, mientras miraba los guisantes, que enseguida iba a cubrirlos con tierra.
Cuando escarbamos en el suelo con las manos, la tierra transmite a estas una mutación; las hace más secas, las enflaquece y, en mi opinión, las torna más espirituales. En el suelo las manos experimentan una purificación. Mover los dedos en el terreno blando, mullido, recalentado por el sol y la fermentación — eso, qué sensación tan grata produce.
En el correo una carta de Elisabeth Brock, de Zúrich; me escribe que una de sus alumnas, para un ejercicio sobre el tema Description exacte d’un objecte, le ha entregado la descripción de una langosta cocida, que, según me dice, habría hecho mis delicias. He de conceder que en sí misma la idea me parece lograda: una pieza maestra de lucimiento.
Este texto es un fragmento de ‘Radiaciones I’ (Tusquets Editores), de Ernst Jünger.
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