Sociedad

Breve historia del nihilismo

Ancestral, reinventado en el siglo XIX y aún fuente de influencia en nuestros días, el nihilismo es parte indiscutible de nuestra actual manera de ver el mundo.

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20
septiembre
2022

«Aprovecha el día y no confíes en el mañana». Con este verso, el poeta latino Horacio inspiró el que luego sería un canon literario, el carpe diem (literalmente, «cosecha el día»), si bien este reflejaba en realidad una mirada que llevaba tiempo circulando por Occidente: vive el presente, no confíes en un devenir que puede carecer de sentido.

El nihilismo es parte de nuestro presente. De alguna manera, su poso edifica nuestro comportamiento social: el consumismo, la reinvención de valores desde muy diversos prismas ideológicos e incluso el constante guerracivilismo en las redes sociales. ¿Cuál es la historia de una corriente que sigue electrificando el presente?

Una voz antediluviana

Para rastrear los orígenes del nihilismo (del latín, nada) debemos remontarnos a los comienzos del testimonio escrito. Cuando el rey mesopotámico Gilgamesh, convertido en mítico personaje de epopeya, acude ante los dioses para suplicar que le devuelvan la vida de su amigo, recibe por obsequio un único consejo: disfruta la existencia y los placeres terrenales, pues ni siquiera los dioses pueden devolver el hálito a un mortal.

La idea del nihilismo surge en última instancia de la comprensión del cosmos como un sistema caótico y azaroso

La invitación a vivir el presente con absoluto hedonismo necesita de un nihilismo que sostenga la disolución de la moral. Unas normas de conducta que, como mencionaron intelectuales como Mircea Eliade, provienen de muy atrás: el hombre, ante los vaivenes de la vida, escoge aceptar el cosmos como un sistema ordenado y misterioso… o como uno caótico y azaroso. De este último pensar surge el nihilismo.

India y Oriente hicieron de la nada una sustancia plena. La angustia, al contrario de la forma en que la concebimos al otro lado del mundo, surge de las percepciones con que los sentidos físicos enriquecen nuestra experiencia terrenal: el budismo o el taoísmo son dos de las doctrinas que, por ejemplo, se apoyan en unos vacíos que persiguen enriquecer el modo de vida de sus practicantes.

No obstante, el nihilismo, como corriente filosófica, surge en Europa, y desde la Ilíada el lector más taimado puede rastrear los hilos de un «vacío» que se revela absoluto. Más allá de las disquisiciones filosóficas posteriores, su origen puede rastrearse hasta la escuela cínica, con Antístenes, su fundador, a la cabeza: el pensador ateniense quedó tan impresionado por la serenidad con la que Sócrates aceptó su ejecución que abandonó las enseñanzas de los sofistas y creó su propia escuela. Allí trazó su pensamiento, defendiendo el abandono de todo elemento superfluo, de las leyes civiles y las normas de convivencia, aspirando a un regreso al orden animal. Nada importaba más que la autosuficiencia y la constante pugna por alcanzar la ataraxia; es decir, la imperturbabilidad del espíritu, la cual conduciría, finalmente, a la felicidad.

Tuvieron que pasar los siglos –las pestes de la antigüedad y de la Edad Media, el colapso del Imperio romano occidental y la conquista otomana de Constantinopla– para que la sensación de un sinsentido y de una nada se convirtiesen en el nihilismo formal que hemos asimilado hoy. De esta herencia y del pensamiento judío bebió Baruj Spinoza en el siglo XVII al definir la existencia de una sustancia única y limitar al ser a cumplir un rol mecánico. La existencia individual, según el intelectual judío, carece de sentido en sí misma: es parte de un todo que alberga este significado en sí mismo como sistema.

Para Turguénev, nihilista es aquel «que no se inclina ante ninguna autoridad, que no acepta ningún principio como artículo de fe»

Este proto-nihilismo se terminó de perfilar en el siglo XIX. Fue F. H. Jacobi, en una carta remitida a Fichte en 1799, quien mencionó el término por primera vez, si bien fue el novelista Iván Turguénev quien comenzó a popularizar el término a partir de en 1862, con su novela Padres e hijos, donde escribió que el nihilista es aquella persona «que no se inclina ante ninguna autoridad, que no acepta ningún principio como artículo de fe». Un nihilismo muy influyente es también el que expuso Fiódor Dostoievski a lo largo de su obra, con una perspectiva especialmente visible en su obra Los demonios: es la negación del sentido de la vida alrededor del hombre mismo y unos valores caducos que, en sí mismos, poseen sentido, pero que lo pierden al no creer la sociedad en ellos.

Desde Alemania, Arthur Schopenhauer proclamó sus ideas nihilistas cuando afirmó que la esencia del mundo sería una voluntad absolutamente irracional, pero sería Friedrich Nietzsche quien se autoproclamaría como el primer nihilista, estructurando esta concepción del mundo y analizando su presencia en las creencias religiosas (un tipo de nihilismo que rechazó por suponer un aborregamiento de un individuo que se disuelve en las masas). En su lugar, propuso uno nuevo, capaz de reconfigurar los valores y erigirse libre en su voluntad de poder. Más adelante, Martin Heidegger rescataría un análisis del nihilismo anterior a su obra: según él, la doctrina supuso la destrucción del concepto de «ser» siendo sustituido por el valor

El nihilismo hoy

El impacto literario de Nietzsche agitó la perspectiva occidental en torno a la «muerte de Dios» (esto es, de los valores cristianos, al ser desterrados en la práctica por el ser humano). De hecho, los movimientos libertarios, a izquierda y a derecha del espectro político, emanan de esa defensa a ultranza de rechazo del orden establecido y de transformación radical. 

La Gran Guerra y su brutal impacto en la sociedad europea de comienzos del siglo XX impulsó el ateísmo y la adscripción ideológica, así como un hondo pesimismo que asentó el camino a peligrosos dirigentes extremistas, como Mussolini y Hitler.

En cuanto a costumbres sociales, el nihilismo es el gran triunfador de la actualidad. Una esfera en la que destaca es el consumismo, especialmente aquel practicado antes de la emergencia climática: importa el beneficio, el aquí y ahora, y no el bien común; fabricar barato y consumir en abundancia. Miremos donde miremos, el nihilismo nos acompaña. Creamos o no creamos en él.

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