Cultura
Mujeres artistas de la Antigua Grecia
No pocas mujeres de la Antigua Grecia dejaron su huella en artes como la pintura y la escultura. Sin embargo, la mayoría cayeron en un anonimato del que buscan rescatarlas los autores Marta Carrasco Ferrer y Miguel Ángel Elvira en un libro ilustrado donde recuperan la obra de pintoras como Timarete, Irene, Calipso o Aristarete.
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Merece la pena empezar recordando un famoso pasaje de la Odisea que describe la lujosa morada del rey de los feacios: «La mansión excelsa del magnánimo Alcínoo resplandecía como el brillo del sol o de la luna. A derecha e izquierda corrían muros de bronce desde el umbral hasta el fondo; en su parte alta se extendía una cornisa de lapislázuli, y puertas de oro cerraban por dentro la casa sólidamente construida; las dos jambas eran de plata y arrancaban del broncíneo umbral; se apoyaba en ellas un argénteo dintel, y el anillo de la puerta era de oro.
Hallábanse a ambos lados unos perros de plata y oro, inmortales y exentos para siempre de la vejez, que Hefesto había fabricado con sabia inteligencia para que guardaran la casa del magnánimo Alcínoo. Había sillones arrimados a las dos paredes, que en fila llegaban sin interrupción desde el umbral hasta el fondo de la sala, y que estaban cubiertos por delicadas telas hábilmente tejidas, obras de mujeres. Unos efebos de oro se erguían sobre pedestales de piedra, con antorchas en las manos, para dar luz, de noche, a la sala y a los comensales.
Alcínoo tenía en su palacio cincuenta esclavas: unas aplastaban con la muela el rubio trigo, mientras que otras tejían telas: sentadas, hacían voltear los husos y movían sus manos igual que se agitan las hojas de un excelso plátano, de modo que las bien labradas telas lucían como si destilaran aceite líquido […]. Mucho sobresalen estas mujeres fabricando lienzos, porque Atenea les ha concedido el don de saber realizar habilísimas labores y poseer excelente ingenio» (VII,85-111).
Atenea surgió como diosa prehelénica de la casa, lo que le permitió adquirir sus primeros cometidos y atributos
Nos hallamos, por lo tanto, en un palacio sin cuadros ni pinturas murales, y solo representan las «artes mayores» —y en concreto, la escultura— unas estatuas de efebos dorados y otras de perros en plata y oro, sin duda chapadas sobre estructuras de madera. Completan el ambiente adornos de piedras preciosas y metales, que cubren las paredes, y todo el mobiliario se encuentra recubierto por preciosos paños y tapices. Tal es el panorama de las artes que interesan a los héroes homéricos y a los dioses del Olimpo: Hefesto se ocupa de los metales y Atenea inspira a las mujeres en sus tareas artesanales más características, que son el tejido y el bordado, dos técnicas que —digámoslo ya— apenas pueden distinguirse en el mundo antiguo.
Sin negar la importancia de Hefesto para los escultores griegos, lo que aquí interesa es la actividad artística de las mujeres griegas; y no se sabe de ninguna que se dedicase a esculpir. ¿Por qué? Existen dos razones fundamentales, la fuerza física que exigen la talla del mármol y el cincelado del bronce, y la idea generalizada —que se mantendrá durante varios siglos— de que la mujer debe pasar su vida en el interior del hogar, sin salir de él casi nunca. De acuerdo a esta mentalidad, resultaría moralmente reprobable que se desplazase hasta un taller o acudiese a dialogar con hipotéticos clientes. En una palabra, Atenea debe inspirar a la mujer en sus trabajos domésticos, visitándola en su morada.
Atenea patrona de las artes
En épocas primitivas, Atenea surgió como diosa prehelénica de la casa, lo que le permitió adquirir sus primeros cometidos y atributos. Así, parece que dominó desde muy pronto el poder de las serpientes, símbolo del firme asentamiento del hogar sobre la tierra, y que adoptó para sí la vista de la lechuza, animal vigilante de mirada incisiva que defiende el sueño de los moradores; de esta ave misteriosa recibió su conocido sobrenombre de glaukopis, «la de ojos de lechuza» o «la de ojos claros». Además, protegió de buena gana el olivo, una de las plantas más útiles para el habitante del Egeo.
Después, durante el período micénico, su personalidad se va perfilando. Por una parte, recibe un culto muy particular en el Ática —cuya capital lleva su nombre— y queda incluida con todos los honores en el panteón olímpico convertida en hija de Zeus, aunque sin relación con Hera. Además, su dominio sobre la casa pasa a convertirse en protección para el palacio y para el monarca que lo habita. Así se explica que empiece a defender las acrópolis, sedes de los castillos, y que preste ayuda y consejo a los reyes y jefes militares en las edades heroicas.
Este patronazgo sobre ciudades y héroes configura ya su imagen de cara al porvenir: es una diosa virgen, que no acepta la prepotencia de un marido; ha de ir armada y, a la vez, debe destacar por su sabiduría. Finalmente, se hallan bajo su jurisdicción, como Atenea ergane («la industriosa»), todas las actividades artesanales que se llevan a cabo en los palacios micénicos, como el tejido, la talla en marfil o la decoración de múltiples objetos. En ese sentido, solo quedan claramente fuera de su dominio los trabajos más duros, que deben ejecutarse en otros lugares de la ciudad y son los que corresponden a Hefesto.
Este texto es un fragmento de ‘Mujeres Artistas de la Antigua Grecia’ (Reino de Cordelia, 2024), de Marta Carrasco Ferrer y Miguel Ángel Elvira.
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