¿Es demagógico prohibir los jets privados?
El 1% de la población global es responsable del 50% de las emisiones de la aviación. Por eso, entre las prácticas más criticadas está el uso de los jets privados, una de las formas preferidas de viajes de la élite global.
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Está claro que para tener un jet privado hacen falta riqueza y poder. Solamente las grandes élites pueden acceder a estos vehículos para transportarse de forma cotidiana; y se sabe que algunas celebridades, como Taylor Swift o las Kardashian, han llegado a hacer viajes de menos de media hora volando. Con lo que esto conlleva para la contaminación atmosférica: se estima que el 1% de la población global es responsable del 50% de las emisiones del sector de la aviación.
Veamos algunos datos. Los vuelos de Taylor Swift durante el año 2022 alcanzaron 8.293,54 toneladas, 1.100 veces más que las emisiones promedio de una persona corriente. Por su lado, Georgina Rodriguez, una de las influencers más famosas del mundo, muestra en sus documentales el uso casi diario de su jet privado para llevar a cabo sus tareas cotidianas. La empresa canadiense CargoJet le regaló un jet privado al cantante Drake por valor de 185 millones de dólares a cambio de promoción en sus redes sociales.
Dejando de lado la rapidez y la comodidad para quienes pueden permitirse tenerlos, lo cierto es que el uso de jets privados ha planteado un debate sobre la lucha climática y la necesidad de que esta sea exigente con todo el mundo, eliminando aquellas prácticas que contribuyen a la multiplicación de las emisiones.
De momento, se ha evidenciado que los aviones privados pueden ser altamente nocivos: un informe de Greenpeace España mostró que «los jets privados causan entre 5 y 14 veces más emisiones de CO2 por pasajero que un avión comercial medio y 50 veces más que los trenes».
Los jets privados causan entre 5 y 14 veces más emisiones de CO2 por pasajero que un avión comercial
Transport and Environment explica que «una sola hora de vuelo en un jet privado puede generar cerca de dos toneladas de CO₂, mientras que un europeo emite de media 8,2 toneladas en todo un año».
Pero, de forma paradójica, la última Conferencia del Clima de las Naciones Unidas (COP 28) en Dubai tendría la huella de carbono más significativa de la historia, por la gran cantidad de líderes mundiales llegando en sus respectivos transportes individuales.
Pese a sus grandes emisiones y a la evidente necesidad de reducir sus usos, los aviones privados son el medio de transporte de las élites, lo cual hace que la cuestión trascienda los límites de la lucha climática y plantee cuestionamientos en materia de poder. ¿Qué político prohibiría el medio de transporte principal de los más ricos de su país, o, incluso, de quienes podrían ser sus principales financiadores? Seguramente uno que no quiera ganar las elecciones.
El caso de los jets privados es uno de los ejemplos más paradigmáticos del hecho que la contaminación y la lucha contra el cambio climático son también una lucha de poder que no va a solucionarse solamente prohibiendo las bolsas de plástico en los supermercados ni reduciendo el uso energético de las bibliotecas públicas, sino comprendiendo que el cambio debe ser igualitario en todos los sectores, desde los más poderosos a los más empobrecidos.
Por ello, muchos activistas relacionan la lucha climática como un objetivo de la justicia social, porque del mismo modo que no puede haber sostenibilidad sin derechos laborales, tampoco puede haber reducción de emisiones globales sin contemplar las prácticas diarias de los ricos y famosos.
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