«Si tú dejas que prohíban a J.K. Rowling, por qué no vas a dejar luego que censuren a Virginia Woolf»
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COLABORA2023
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En su libro ‘#Cancelado. El nuevo macartismo’ (Círculo de Tiza, 2023), la escritora, periodista y dramaturga Carmen Domingo (Barcelona, 1970) habla sobre la cultura de la cancelación, el capitalismo ‘woke’, la censura en las redes sociales y, en general, de lo que llama la «dictadura cultural que lucha por establecer la estandarización y uniformidad del pensamiento». Conversamos con ella.
Dice que históricamente la cancelación fue patrimonio de la derecha, que era la censora, la inquisidora, la que señalaba los pecados, pero que, ahora, «la triste gran novedad» es que esta se ha vuelto un signo de identidad de la izquierda. ¿Cómo se da la cultura de la cancelación en España?
La evolución que ha tenido desde la derecha a la izquierda entiendo yo que tiene mucho que ver con ese personalismo que ha comprado la izquierda, que tradicionalmente era justo lo contrario: así como la derecha asumía el yo en primera persona, la izquierda asumía el nosotros; y las soluciones pasaban siempre por el nosotros. Ahora el neoliberalismo lo ha comprado toda esa izquierda líquida y posmoderna y, en lugar de defender lo general, defiende lo individual. Entonces, en esa defensa de lo individual es donde entra la cultura de la cancelación, que consiste en quitar, anular, a una persona o a un grupo de personas porque a juicio de quien la quiere anular no opina como se debería.
¿Por qué las grandes beneficiadas de la cultura de la cancelación terminan siendo las corporaciones, las big tech? ¿Y por qué se ha dado esta adaptación al «capitalismo woke»?
Bueno, ahí hay varias cosas [risas]. La cultura de la cancelación está asociada al fenómeno woke, porque está asociada a una cosa que era el «despertémonos», que nació como reivindicación de las minorías en Estados Unidos. Entonces, a partir de esta reivindicación, las minorías se hacen fuertes con ayuda de las empresas; no tanto porque estas se preocupen por las minorías, sino porque se dan cuenta de que las minorías dan dinero. Nike, Adidas, Amazon, Apple, cualquiera de estas compañías, se dan cuenta de que si añades la apostilla «inclusivo», «racializado» o «víctima», ese producto se revaloriza y te compran más. Este fenómeno woke es el que compra la izquierda, que tradicionalmente es verdad que ha estado cercana a las reivindicaciones y las actividades de las minorías, pero no en tanto hacer de ellas una minoría más, sino en tanto incluirlas en la globalidad. Es decir, que cuando tú decías «todas las razas somos iguales» era porque querías de verdad, desde la izquierda, reivindicar que todas las razas son iguales. Ahora resulta que cuando dices «yo soy racializado» lo que quieres es que tu minoría racial –la que sea– esté por encima de cualquier otra raza.
Las redes sociales han jugado un rol preponderante en esto que usted llama la «versión 2.0 de la censura». Estas, que se habían plantado en sus comienzos como las grandes democratizadoras de la libertad de expresión, ¿están trayendo, a su parecer, los efectos contrarios? O sea, ¿se está generando a través de las redes sociales una suerte de oclocracia, un gobierno de la muchedumbre que cancela y lincha socialmente?
Sabes qué pasa que las redes sociales son un sistema, a mi juicio, maravilloso para acceder a la cultura, pero para poder acceder a esa cultura tienes que tener unas herramientas previas que te hacen tener un criterio para saber que te estás metiendo en ForoCoches y que lo que leas de las opiniones allí es difícilmente contrastable, mientras que si te metes en The New York Times o en El País son más contrastables. Entonces ese «no saber» o «no tener criterio para» hace que cualquiera en redes sociales adquiera un poder que va más allá de lo normal. Quiero decir que si, de pronto, hay un tipo que se inventa una frase contra alguien o se inventa un titular o hace simplemente un clickbait para llamar la atención que no tiene que ver con el contenido de la noticia, la gente se va a quedar con eso porque no tiene espíritu crítico ni, en muchos casos, herramientas para entender cómo hacer un rastreo y saber si esa noticia que está leyendo es buena o mala. ¿Qué quiere decir eso? Que, si le das la vuelta, en realidad las redes sociales han acabado siendo algo perjudiciales, porque las noticias que se escupen desde ellas, como muchas veces no se contrastan, se repiten hasta la saciedad y pueden alcanzar una expansión bastante grande, hasta que alguien dice esto es mentira. Pero claro, como ya se han extendido, es muy difícil que las mismas personas a las que les llega esta noticia luego les llegue el «esto es mentira».
«Si no apelas a lo material y apelas a lo emocional, la gente que tiene que pagar la luz o que bajar a comprar el pan no entiende por qué no le estás dando recursos»
¿Cómo fomentar el pensamiento crítico en la era de la hiperinformación y la llamada posverdad?
Justamente he publicado una columna en El País sobre los problemas de la verdad a raíz de un titular de la revista Time que decía «la verdad está muerta». Es muy complicado, porque la derecha ya se encargó anteriormente de hacer recortes educativos y esos recortes, obviamente, a quien más perjudican es al que tiene menos herramientas para acceder a la cultura como no le resulte gratis o fácil de acceder. ¿A quién beneficia esto? A los que controlan la información, los que tienen poder. No hay más forma de controlar la veracidad. Lo que sí que es verdad es que se podrían descargar herramientas que a nadie interesan, por lo que yo estoy viendo. Piensa ahora en el primer debate de las elecciones del 23 de julio entre Feijóo y Sánchez, en el que los dos dijeron cosas y el otro le decía «eso que está usted diciendo es mentira». Ninguno de los periodistas que hubo ahí interrumpió ni contrastó ni informó. ¿Qué ha pasado? Que cada uno se fue con su verdad o con su mentira al acabar el debate a su casa. Ese no es el problema: los dos sabían quién estaba mintiendo o no, porque los dos sabían la información que manejaban. El problema es quién recibe esta información, que somos tú y yo, que si tenemos un poco de inquietud igual podemos llegar a la verdad, pero si no tenemos inquietud ni posibilidad de colmarla, nos iremos a casa sin saber quién de los dos estaba mintiendo. Es complicado, como no sea dar herramientas a la gente en el sistema educativo.
En el libro hay varias referencias a Fahrenheit 451, de Ray Bradbury, al respecto de la quema de libros. Actualmente, en algunos lugares, se han prohibido libros en las escuelas, se han cancelado obras de teatro y usted incluso cuenta cómo se han censurado libros en algunas universidades.
Hasta ahora lo que se estaba prohibiendo desde las cátedras en universidades progresistas es la lectura de libros de feministas; se ha incentivado la quema de libros de feministas. ¿Qué ha pasado ahora? Que ahora nos da la vuelta y en algunas universidades o en algunos ayuntamientos que ya no son progres y ahora tienen otro talante político, lo que han hecho es aplicar lo que se ha estado aplicando. Ahora, el problema está en que si antes no lo hemos cortado, ahora cómo lo vas a cortar; y está pasando lo mismo en Florida. O sea, si tú dejas que prohíban a J.K. Rowling, por qué no vas a dejar luego que prohíban el Orlando [de Virginia Woolf]. O sea, ¿quien está mejor? ¿Quién lo está haciendo mejor? En teoría no lo está haciendo nadie bien, lo que pasa es que, claro, como antes se ha callado, ahora a ver tú cómo levantas la mano.
¿Por qué es tan peligroso que haya cancelación en el ámbito de la literatura y el arte? ¿Qué consecuencias tiene el revisionismo en la cultura?
Es una barbaridad. Porque justamente una característica de lo creativo es poder… Y también en la universidad y las facultades de letras; tradicionalmente, cuando uno estudiaba allí aspiraba un debate intelectual, no ibas a un debate contigo misma, dándote a ti misma la razón, con amigas que te la daban. A lo que aspirabas era a ir a tener un debate ideológico o a mantenerte en lo que tú creías con argumentos o comprar el argumento del del frente. Pero siempre estaba la posibilidad de debatir. Ahora resulta que se ha instaurado el pensamiento único, que ha hecho, por ejemplo, que a profesoras como Silvia Carrasco, que tenía que dar conferencias en algún sitio, les bloquearan desde las mismas universidades porque son feministas; que libros como el de Amelia Valcárcel se quemen o no estén en las bibliotecas. ¿Qué ha pasado ahora? Que cuando ha cambiado el signo ideológico, la universidad ha continuado siendo un lugar de no debate y los otros qué han hecho, pues no han comprado los libros… Yo no estoy diciendo que estén bien en un caso o en el otro: está mal en los dos casos, lo que me sorprende es que nadie haya levantado la voz en aquellas ocasiones y ahora todo el mundo la está levantando.
#Cancelado expone una gran paradoja: «parece que esa misma izquierda líquida es la que se encarga de darle los votos a la derecha».
Lo ha hecho con toda seguridad. Hay un porcentaje alto de votos que están llegando a la derecha y a esto que llamamos la extrema derecha, que es la órbita de Vox, que viene directamente de un votante que antes era de Podemos. Le hemos dejado a la derecha en muchos casos –y ya no sé cómo decirlo: yo no soy de derechas– la herramienta de la sensatez, porque nos hemos estado centrando en defender lo indefendible, en los sentimientos, en los abrazos o en el cariño en lugar de preocuparnos por lo que le preocupa realmente a la izquierda –o le debería preocupar– que es el trabajo, la educación, la sanidad pública o la igualdad de derechos. [Esto] le deja a la izquierda un discurso que no sabes ni qué discurso es siquiera. Entonces ha sido muy fácil que la derecha recoja el lazo de todo lo contrario –que está pasando también Francia–: que el cambio de voto de la izquierda a la derecha, en muchos casos –en más casos de los que debería– está ocasionado por la misma izquierda, por este discurso en el que no apela nunca a lo material y siempre apela a lo emocional. Si no apelas a lo material y apelas a lo emocional, la gente que tiene que pagar la luz o que bajar a comprar el pan no entiende por qué no le estás dando recursos para que pueda comprar el pan y se va al que le da ese recurso.
Y ahora la derecha se está presentando como la defensora de la libertad.
Es que la torpeza ha sido tan enorme que a mí me sorprende que la izquierda no esté haciendo un cambio así en esa dirección. Claro, a la que tú aplaudes el recorte de derechos, escudándote en el sentimiento, en la diversidad, en las minorías, en el no sé qué, el otro coge rápidamente el anzuelo y dice «es que yo doy libertad de que todo el mundo diga lo que quiera» y a ver cómo le peleas eso.
«El zeitgeist es este posmodernismo líquido, que quiere envolverse una bandera de izquierda que para mí no lo es»
¿Qué peligros conlleva el miedo a ser cancelados?
Los peligros son bastante grandes, tengo que decirte. Pero también depende de quién seas: si estamos hablando de J.K. Rowling, que es una de las grandes canceladas, ella no tiene ningún peligro porque cuando tienes dinero el peligro no existe. Si estamos hablando de Elon Musk, pasa lo mismo. Pero si estás hablando de trabajadores medios que dependen de ese sueldo, que no se atreven a decir no sé qué porque se quedan sin trabajo… Por ejemplo, la trabajadora del Lidl, que ve a un señor y le dice «apártese, caballero» o «venga a pagar por aquí, caballero» y este se ofende porque se identifica como no sé qué, esta chica nunca se va a atrever a decir nada nunca más porque necesita esos 1.100 euros o ese salario mínimo que está cobrando. Eso es un peligro para la cancelación. Los periodistas que beben de las colaboraciones que no se atreven a decir no sé qué; profesionales como yo, que no tenemos un sueldo, y que los medios en algún caso se permiten no llamarnos a hacernos una entrevista, entonces te bloquean la salida del libro. Hay muchas formas de cancelación. Yo misma en alguna ocasión he querido opinar en redes y he pensado «para qué voy a opinar esto si se me va a echar encima todo el mundo y eso en realidad no beneficia a nadie y solo me va a perjudicar a mí».
Dice también en el libro que el término «fascista, a fuerza de ser utilizado en exceso ha perdido su significado».
Yo que soy catalana además tengo mucha experiencia con eso. Como a ti se te ocurriera el 2 de octubre de 2017 decir «esto que habéis hecho está mal», todo el mundo te decía que eras fascista. O sea, si tú no comulgabas con lo que los demás creen –los demás que creen que llevan la bandera de la izquierda adelante– eso ya te tacha de fascista, cuando en realidad los que son fascistas son ellos por no dejarte hablar a ti. Pero, claro, a ti ya no te dejan la posibilidad de seguir hablando, ni de explicar, ya te han cortado las palabras, porque ya te han puesto la etiqueta. Eso por no hablar de que el fascismo es un movimiento muy concreto que corresponde a una época muy concreta, que yo no sé si encontraríamos algún ejemplo de partido a día de hoy en algún sitio, la verdad.
Hay gente que dice que Vox sería esa representación.
¿Sabes qué pasa? Que el fascismo es un movimiento político de carácter totalitario, antidemocrático y ultranacionalista, todas estas cosas. Si se está presentando democráticamente, o hay algo que no funciona en los estamentos nuestros o hay algo que no funciona en la definición de fascismo, pero las dos cosas es complicado. No sé qué decirte, para mí es una cosa muy distinta, puede ser una ultraderecha liberal, pero lo del fascismo lo tendríamos que ver si dan un golpe en la mesa y rompen todas las instituciones. Estar en contra de parte de la Constitución, eso no te hace fascista, te sitúa en contra de algún artículo de la Constitución, luego ya tendrás que contar votos para que la modifiquen. Esquerra Republicana está en contra de España y nadie les dice que sean fascistas. Yo creo que hay una desinformación en general, usamos palabras sin saber lo que estamos utilizando. Hay un desconocimiento y una incultura bastante generalizada y con eso es muy fácil jugar. Porque, claro, entonces dices «Fulanito de tal es fascista» y, si tú no coincides ideológicamente con él por lo que sea, es muy fácil entrar en ese bucle. De ahí al retuiteo hay un paso y de ahí a que lo retuiteen mil más otro, y así de forma exponencial.
Para cerrar, en el libro se habla del zeitgeist, el «espíritu de la época» que hay en el mundo hoy. ¿Cuál sería el zeitgeist de la España de hoy?
Desgraciadamente, a mi juicio, el espíritu de la época, hasta el día de hoy, es este posmodernismo líquido, que quiere envolverse una bandera de izquierda que para mí no lo es. Pero eso es ahora. Igual dentro de quince días es otra cosa el espíritu de la época. Yo más bien te diría que se van acomodando los movimientos políticos a lo que en ese momento está de moda, y en muchos casos incluso incorporan espíritus de la época en su imaginario que en realidad ni siquiera corresponden a la imagen que la gente tiene de ellos.
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