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Claves para una buena autoestima

No podemos desligar la autoestima del entorno social, político y cultural en el que vivimos, pero hay algunas claves que podemos trabajar para mejorarla. Hacerlo también puede convertirse en un acto político.

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11
junio
2025

Explicaba Betty Friedan en La mística de la feminidad que, durante los años cincuenta, entre las clases acomodadas estadounidenses profesionales de la salud de todas las especialidades observaron que el síndrome del ama de casa parecía hacerse cada vez más patológico. Este malestar desconocido, al que se refiere como «el problema que no tiene nombre», era una inquietud extraña, una sensación de disgusto, una ansiedad que no tenía razón aparente, pues afectaba a aquellas mujeres que, en teoría, habían alcanzado todo lo que podrían desear. Sin embargo, explica, «cuando hacían las camas, iban a la compra, comían emparedados con sus hijos o los llevaban en coche al cine los días de asueto, incluso cuando descansaban por la noche al lado de sus maridos, se hacían, con temor, esta pregunta: ¿esto es todo?».

A pesar de representar a un grupo privilegiado, haber alcanzado un buen nivel de vida y cumplir todo lo que se esperaba de ellas, sentían un enorme malestar para el que no encontraban remedio en la psicología. ¿Cuál era el motivo? En Claves feministas para la autoestima de las mujeres, explica Marcela Lagarde que, como millones de mujeres en todo el mundo, vivían para apoyar el desarrollo y la realización de su marido y de sus familias y eso las deprimía. Esa forma de vida, ese de ser-para-otros, impedía que supieran quiénes eran. Para superar ese estado, debían construir una autoestima basada en la autoconciencia, la autonomía y el empoderamiento.

En los años que han pasado desde entonces, las mujeres hemos ganado en autoconciencia y en derechos, pero la salud mental de las mujeres sigue siendo peor que la de los hombres. Según el Consejo General de la Psicología de España, el consumo de antidepresivos, ansiolíticos e hipnóticos y sedantes en las mujeres es entre 1,5 y 3 veces mayor que en los hombres, en los distintos grupos de todas las variables de desagregación. Además, este consumo se va incrementando con la edad hasta los 80 años. El bienestar emocional está condicionado por factores estructurales: las desigualdades de género, la sobrecarga de cuidados, las violencias normalizadas o las expectativas imposibles tienen un efecto directo sobre la salud mental.

Marcela Lagarde: «La diferencia entre las visiones tradicionalistas y la visión feminista de la autoestima, además de ser filosófica, es política y ética.»

Por ello, pensar la autoestima únicamente como un asunto individual limita nuestra comprensión del problema y sus posibles soluciones. Como señala Lagarde, «la diferencia entre las visiones tradicionalistas y la visión feminista de la autoestima, además de ser filosófica, es política y ética». Así, trabajar la autoestima implica reconocer dos cosas: primero, que está relacionada con la forma en que cada persona se ve a sí misma; y segundo, que está profundamente influida por las condiciones de vida. Seguramente, hay muchas cosas que no está en nuestra mano cambiar, pero sí podemos trabajar para mejorar nuestra autoestima desde lo individual y lo colectivo.

Aceptarnos y reconocernos

Si bien hay muchas cuestiones estructurales que se nos escapan de las manos, hay también mucho trabajo individual que puede contribuir a nuestra autoestima. Rosario Martín Puente, psicóloga especializada en violencia de género, explica que «alguien con buena autoestima actúa con independencia, se muestra coherente con sus ideas y es capaz de expresar sus sentimientos sin depender de la reacción de otras personas». Por ello, encuentra satisfacción en sus relaciones sociales, se comunica con claridad y afronta nuevos retos incluso cuando no se siente del todo segura. Por el contrario, «una persona con baja autoestima tiende a buscar la aprobación ajena, se inhibe por miedo al rechazo y evita situaciones que le generan ansiedad». Además, le cuesta manejar la frustración, se hunde ante los fracasos y prefiere la rutina antes que arriesgarse al cambio. Todo ello también lleva a una profecía autocumplida: sentirse o verse como alguien incapaz conduce al bloqueo, a la inactividad y al error.

¿Qué podemos hacer para cultivar una autoestima sana? Martín Puente señala que es fundamental trabajar dos comportamientos clave: la autoaceptación y el autorrefuerzo. La autoaceptación nos invita a dejar de sobredimensionar nuestros aspectos negativos y a aprender a verlos con mayor objetividad, sin juicios destructivos. ¿Cómo lograrlo? Una estrategia es empezar por describir la realidad sin caer en dramatismos, cambiando la forma en que nos hablamos. No es lo mismo decir «soy inútil» que reconocer «cometí un error» o «me cuesta hacer esto». Este cambio de enfoque nos permite aceptar los errores como parte del proceso de aprendizaje y transformar la culpa en responsabilidad: asumir aquello en lo que fallamos sin castigarnos, pero con el compromiso de intentar hacerlo mejor.

En segundo lugar, el autorrefuerzo implica valorar y elogiarnos por aquello que identificamos como positivo, algo que solemos hacer muy poco. «Pensamos que se nos rechazará si decimos ‘soy una persona simpatiquísima’ y no cuando decimos ‘soy un desastre’. Tampoco solemos elogiarnos por nuestras características positivas porque pensamos que tenemos muchas menos de las que tenemos realmente», explica Martín Puente. Este tipo de pensamientos autolimitantes, interiorizados muchas veces desde la infancia, afectan especialmente a las mujeres, socializadas en la humildad, el cuidado y la complacencia. Por ello, para cultivar una buena autoestima también debemos aprender a reconocer nuestras partes positivas.

Relacionarnos de igual a igual

Olga Castanyer, especialista en psicología clínica, cuenta con diversas publicaciones que analizan la relación entre asertividad y autoestima. La asertividad, entendida como la capacidad de autoafirmar los propios derechos, sin dejarse manipular y sin manipular a otras personas, se presenta como algo esencial para tratarnos bien y relacionarnos de igual a igual con otras personas. En su libro La asertividad: expresión de una sana autoestima, Castanyer habla de los derechos asertivos, que todas las personas tenemos, pero que «muchas veces olvidamos a costa de nuestra autoestima». El derecho a que nos traten con respeto y dignidad, a tener y expresar nuestros propios sentimientos y opiniones, a que nos escuchen y se nos tome en serio, a cometer errores, a descansar, a disfrutar, a decir «no» sin sentir culpa o a pedir lo que queremos son algunos de ellos. «Las personas asertivas conocen sus propios derechos y los defienden, respetando a los demás, es decir, no van a ‘ganar’, sino a ‘llegar a un acuerdo’», explica Castanyer.

La reestructuración cognitiva consiste en identificar y modificar las creencias irracionales que interfieren en nuestra forma de actuar

¿Cómo podemos mejorar nuestras conductas asertivas? La experta ofrece diversas estrategias que agrupa en técnicas cognitivas, conductuales y de reducción de ansiedad. Las primeras, la reestructuración cognitiva, consisten en identificar y modificar aquellas creencias irracionales que interfieren en nuestra forma de actuar. El entrenamiento en habilidades sociales es esencial para desarrollar competencias que nos permitan comunicarnos de manera clara, directa y respetuosa. Por último, las técnicas de reducción de ansiedad pueden ayudarnos a manejar el miedo y la tensión en situaciones sociales.

La autoestima también es política

Este proceso necesita tiempo y espacio para una conexión personal. Contar con momentos de soledad elegida nos permite alejarnos de las exigencias externas y escuchar nuestras propias necesidades, pensamientos y deseos. En palabras de Lagarde, «la soledad es un estado necesario para experimentar la autonomía».

Sin embargo, la autoestima no es solo un ejercicio personal, también es un acto colectivo. Desde la perspectiva feminista, Lagarde explica que la autoconciencia es un elemento clave. Implica preguntarnos quiénes somos, desde dónde hablamos, en qué contexto vivimos y qué desigualdades nos atraviesan. Pero no se trata solo de un ejercicio introspectivo: es también una forma de sabernos parte de un grupo. Así, el empoderamiento implica reconocer y fortalecer nuestros propios poderes para defender nuestras necesidades, derechos y deseos, al tiempo que avanzamos hacia una transformación común.

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