El futuro de la medicina es digital… y ciudadano
Big data, robótica, inteligencia artificial… Hace años que la medicina del futuro tiene un pie dentro del presente. Dentro de la iniciativa Healthinking, impulsada por AbbVie, Julio Mayol, director médico del Hospital Clínico San Carlos de Madrid, analiza qué papel juegan los pacientes en la transformación del sistema sanitario en uno más digital y más preparado para los desconocidos retos del mañana.
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«Prometo solemnemente dedicar mi vida al servicio de la humanidad, velar ante todo por la salud y el bienestar de mis pacientes, respetar la autonomía y la dignidad de mis pacientes y velar con el máximo respeto por la vida humana». En octubre de 2017, la Asociación Médica Mundial (AMM) aprobaba una nueva enmienda incorporada a la conocida como la Declaración de Ginebra –firmada por la misma entidad en el año 1948–, que actualizaba a su vez un texto mucho más antiguo: el juramento hipocrático, ese compromiso ético que ha guiado la relación entre médicos y pacientes desde hace más de dos mil años. Aunque poco tiene que ver la medicina de hoy con aquella en la que Hipócrates hacía sus diagnósticos, el fondo de sus palabras ha permanecido casi inalterable: cuidar de los enfermos, intentar prevenir sus males y tratarlos con el máximo respeto.
Los últimos meses han supuesto una nueva prueba de fuego para unos profesionales ya acostumbrados a superarlas. Aunque la COVID-19 se ha colado hasta por la más mínima rendija de nuestras vidas, el sistema sanitario ha sido el más afectado por su irrupción. Desde la trinchera de los hospitales, miles de profesionales de la salud han sido los primeros en enfrentarse cara a cara con el virus, haciendo frente a un violento enemigo del que poco se sabía –y aún se sabe–. En los momentos más duros de la pandemia, cuando las víctimas se contaban por centenares cada día, los ojos de todo el país se volvieron para mirar a los hospitales, a los recursos que se tenían y a cuáles hacían falta. Hoy, que parece que lo peor ha pasado, la pregunta clave es saber si estaremos preparados para lo que viene. Porque vendrá.
«A corto plazo, es posible que lo estemos. A medio, no, porque no tiene que venir exactamente lo mismo: no estamos preparados para la pandemia, sino para un rebrote de COVID-19», sostiene el doctor Julio Mayol, director médico del Hospital Clínico San Carlos de Madrid. En su opinión, la cuestión va más allá. «Tenemos previstos planes para ampliar la capacidad del sistema sanitario, que es la víctima, no el causante de la disfunción del sistema. No es ni siquiera la primera barrera de respuesta a las crisis epidémicas o pandémicas», apunta. Y añade: «En cualquier caso, hay comisiones sobre cuál va a ser el futuro y no parece que hayan llegado a conclusiones estratégicas. La estrategia la diseñan desde la parte alta de las organizaciones y, de momento, no parece que se haya llegado a un determinado consenso».
«Se necesita que los ciudadanos asuman un liderazgo para exigir algo diferente al sistema»
Como director médico y profesor en la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid, Mayol conoce el sistema y sus protocolos desde dentro. Además, desde hace diez años también dirige la Unidad de Innovación del Instituto de Investigación Sanitaria San Carlos (IdISSC), una organización dedicada a fomentar la investigación y planificar la actividad científica, así como a proporcionar apoyo metodológico para la realización de proyectos de investigación y ensayos clínicos, entre otras funciones. En el caso de la pandemia que acapara ahora la atención de todos, el doctor cree que vamos a persistir en el comportamiento que nos ha llevado hasta aquí. «Aunque consolidar el sistema actual sería un error, es la reacción más humana en momentos de crisis», reconoce.
¿Qué hace falta para que esto cambie? El experto considera que la pelota está en nuestro tejado no como pacientes, sino como ciudadanos. «Se necesita que los ciudadanos asuman un liderazgo para exigir al sistema algo diferente de lo que da actualmente, utilizando la tecnología para ello», explica, y señala las tres grandes palancas que deberían poner en marcha la revolución del sistema hacia otro digital: los ciudadanos y los pacientes, el acceso al conocimiento y las tecnologías de la información. «Si todo eso no se alinea, es imposible que se produzca la transformación: no vendrá desde arriba, porque nadie va a querer arriesgarse a cambiar lo que hay porque difícilmente van a ver un beneficio», opina Mayol.
¿Un impulso de la telemedicina?
La pandemia más grave que ha vivido Europa en las últimas décadas se ha producido en un momento en el que la digitalización rompe barreras que hasta hace poco se consideraban infranqueables, también en el campo de la medicina. Si el coronavirus ha implantado a marchas forzadas el teletrabajo o la formación a distancia, la tecnología también ha jugado un papel crucial en los hospitales de todo el mundo, desde la confección de respiradores a base de máscaras de buceo a la fabricación casera de pantallas de protección cuando escaseaban los EPI. Sin embargo, aún estamos lejos de un verdadero cambio de paradigma hacia un sistema digital. Mayol, de hecho, ve poco probable que esa transformación se produzca a corto plazo. «Lo que ha ocurrido es que temporalmente nos hemos saltado las normas que nos habíamos puesto a nosotros mismos. No hemos hecho una transformación digital: estamos básicamente en un proceso de digitalización de algo que funcionaba mal», denuncia el experto.
Aunque durante la pandemia la relación entre médicos y pacientes ha estado marcada por la distancia –con las consultas suspendidas, los seguimientos de los pacientes crónicos se han realizado vía telefónica, al igual que también se habilitaron números de consulta para posibles infectados por el virus y otros de apoyo psicológico para los familiares de las víctimas–, Mayol no cree que eso sea síntoma de un paso firme hacia esa transformación digital o suponga un avance significativo de una telemedicina que, según el estudio SMARTer2030 realizado por Accenture y GeSI (Global e-Sustainability Initiative), en quince años se extenderá a más de 1.600 millones de personas gracias a la innovación y el desarrollo tecnológico. Y el fallo no puede achacarse solamente a la falta de recursos.
«Lo que hace falta es un nuevo modelo de negocio y una nueva cultura. La infraestructura es fácil comprarla y tenerla disponible, pero el problema no es la tecnología, sino cómo pensamos sobre ella y sobre nuestra propia manera de prestar servicios sanitarios», apunta el doctor, que tampoco cree que pueda cargarse a la tecnología con la mochila de la deshumanización del sistema de salud: «Si no se acepta la capacidad de decisión y la experiencia de los pacientes, la deshumanización es la misma. El problema no es la tecnología, sino la conceptualización del paciente como un sujeto pasivo de la atención sanitaria».
Si la crisis del coronavirus parece haber diluido la frontera entre lo urgente y lo importante, tampoco ha servido para impulsar de manera definitiva un cambio de paradigma. «Deberíamos tener tres cosas diferentes: primero, un nuevo modelo de negocio; segundo, una nueva cultura con todas las reglas que la establecen; y, finalmente, una tecnología. Ninguna de estas tres cosas ha pasado», reclama Mayol.
Ciudadanos –y pacientes– informados y conscientes
En esta tercera variable, la tecnológica, el desarrollo del big data o los sistemas de inteligencia artificial llevan años configurándose como un importante recurso para el presente y el futuro de la medicina. Por ejemplo, ponernos unas zapatillas que integren un chip conectado con nuestro teléfono no solamente nos permite medir nuestros progresos deportivos, sino que monitoriza nuestra frecuencia cardiaca y nos dice en qué momento tenemos que dejar de correr para no poner en riesgo nuestro corazón. De la misma manera, los datos nos permiten encontrar patrones que mejoren la salud de enfermos de diabetes, sida o decenas de enfermedades crónicas. Sin embargo, pese a que disponer de datos sea una ayuda de enorme potencial, no sustituye a la figura del médico que debe interpretarlos. «El problema de la IA aplicada a los seres humanos para predecir comportamientos es que son predictivos, pero, por otro lado, terminan siendo prescriptivos y eso puede generar problemas y conflictos: primero, en la libertad de los humanos, y segundo en la capacidad de interferencia en aquellos que tienen los datos para tomar decisiones sobre los individuos, ciudadanos o pacientes», subraya el doctor.
«El problema no es la tecnología o su ausencia, sino cómo pensamos sobre ella»
De hecho, la seguridad es uno de los grandes dilemas al hablar de las bondades de la inteligencia artificial aplicada a la medicina: pese a que la confianza de los ciudadanos en los médicos es casi unánime –según un estudio publicado hace cuatro años por Metroscopia, el 95% de los encuestados aprobaba su trabajo–, la percepción de la tecnología y la privacidad son mucho más controvertidas. Por ejemplo, el informe ¿Dónde está el límite? Impresiones de los consumidores sobre los límites de su privacidad realizado por KPMG a principios de 2017 apunta a que menos del 20% de los usuarios aceptaría revelar información sobre sus ingresos, su dirección y sobre su historial médico.
La transformación está en marcha, sea cual sea la velocidad a la que transcurre, pero ¿estamos preparados para ella? Para Julio Mayol, la respuesta es no, al menos hasta que seamos conscientes de que medir y evaluar los resultados y rendir cuentas por ellos es más importante que medir el volumen total de la actividad realizada en los hospitales o el número de camas disponibles. «Hasta que los ciudadanos no empiecen a exigir resultados en vez de intenciones, difícilmente se producirá una transformación digital que consiste en abandonar el objetivo de la actividad y enfocarse en el resultado», concluye.
En ese cambio de mentalidad, la información es un elemento clave para formar a una población consciente. Iniciativas como Healthinking, impulsada por la compañía biofarmacéutica AbbVie, que nació en 2016 con el fin de anticiparse a los hitos que marcarán la evolución del ámbito de la salud en las próximas décadas, intentan abrir camino para ello. Sin embargo, la revolución de la medicina es un círculo en el que alguien tiene que dar el primer paso para poner en marcha la maquinaria. «Los pacientes tienen acceso al conocimiento con las nuevas tecnologías, formulan peticiones a los representantes políticos y estos ponen en marcha una nueva estrategia que el sistema de salud implementa», explica Mayol, para quienes son los ciudadanos, mediante sus cauces habituales, los que deben hacerlo. «Aunque se asesoren y cuenten con la opinión de expertos, la decisión final la toman los representantes públicos y políticos y aquellas organizaciones que forman parte de la gobernanza del sistema».
Como apunta Mayol, somos nosotros quienes tendremos que pulsar el botón para reclamar los cambios a quienes tienen el poder de decidir. «La transformación la mueven los ciudadanos: si ellos no la demandan, no hay nada que hacer», zanja.
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