La Generación Beat, el exceso hecho arte
Allen Ginsberg, Jack Kerouac y William Burroughs pasaron a la historia por desertar las normas de la sociedad moralista y biempensante del Estados Unidos de su época. Sostenes de la generación beat, desempeñaron el magisterio del inconformismo y la contracultura.
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Desertores del american way of life, refractarios de cuanto quedase cercano al orden, a la ley, al mandato, los miembros de la generación beat desempeñaron el magisterio del inconformismo, practicaron la vitalidad estremecedora del relámpago y vivieron con una indocilidad que ya no ocurre. Sobre todo sus tres sostenes: Allen Ginsberg, Jack Kerouac, William Burroughs. Gentes de mal vivir, drogadictos (anfetaminas, LSD, marihuana), alcohólicos, nómadas, rebeldes…, cumplieron los preceptos de sí mismos, incluyendo la duración de la eternidad.
Norman Mailer se refería a ellos como «generación hip», Ginsberg prefería «los subterráneos» y Keruoac, al que se debe la distinción canónica, utilizó antes de ella la «generación bob». El adjetivo beat significa «cansado», «derrotado», «abatido», pero Keruoac quiso darle otro sentido más próximo a «optimismo» (upbeat), «con ritmo» (on the beat) e incluso «beatífico» (beatific).
En la década de los 40, la Universidad de Columbia propició el encuentro de los que después integrarían el movimiento beat: además de los citados, Lucien Carr y Neal Cassidy. Y después vinieron otros: Philip Lamantia, Michael McClure, Philip Whalen, Ken Kesey (autor de Alguien voló sobre el nido del cuco), Elise Cowen, Denise Levertov… El contexto sociopolítico resultaba convulso: nacimiento de la cultura de masas, adoctrinamiento y propaganda para consolidar un fuerte sentimiento nacional, Guerra Fría, segregación racial, desigualdades sociales, guerra de Corea (1950-53)… Es el comienzo de la lucha por los derechos civiles y está a punto de surgir la segunda ola feminista. Los intelectuales no están bien vistos. El FBI acosa al poeta Dylan Thomas, se le retira el pasaporte a Arthur Miller y Dashiel Hammett entra en prisión. Todos son sospechosos de comunismo.
Con la poesía comenzó todo
El 7 de octubre de 1955 se celebró un recital en la Six Gallery, en San Francisco, California, con poetas de los márgenes, que conformaban lo más granado del underground, tanto de la costa este (Kerouac, Ginsberg, Ferlinghetti), como de la costa oeste (Lamantia, Whalen, Snyder). Allí se conjuró el malestar, el pesimismo y el rechazo a las políticas norteamericanas. El propósito de la cita era «desafiar el sistema de la poesía académica, las revisiones oficiales, la maquinaria editorial, la sobriedad nacional y el canon de belleza». Palabra de Ginsberg. En las invitaciones se leía: «Seis poetas en la Six Gallery. Notable colección de ángeles todos reunidos al mismo tiempo en el mismo lugar. Vino, música, chicas bailando. Poesía seria. Satori gratis. Evento encantador».
Gentes de mal vivir, drogadictos, alcohólicos, nómadas, rebeldes, cumplieron los preceptos de sí mismos
La prensa se hizo eco del acto, y The New York Times publicó una cobertura especial. La poesía desencantada con el militarismo y el incipiente consumismo, los poemas que exaltaban el amor libre, el despertar espiritual, las drogas y la igualdad de las personas, con independencia de su credo, color de piel o inclinación sexual, fue noticia. Se hablaba de «renacimiento poético».
Esa noche se escucharon los versos inmortales del Aullido de Ginsberg: «Vi las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, hambrientas histéricas desnudas, arrastrándose por las calles de los negros al amanecer en busca de un colérico pinchazo, hipsters con cabezas de ángel ardiendo por la antigua conexión celestial con el estrellado dínamo de la maquinaria nocturna, que pobres y harapientos y ojerosos y drogados pasaron la noche fumando en la oscuridad sobrenatural de apartamentos de agua fría, flotando sobre las cimas de las ciudades contemplando jazz…».
La generación beat se presentaba en sociedad. Sin ella, no se entendería el movimiento hippie, ni artistas como Bob Dylan, Janis Joplin, Jimi Hendrix, o Jefferson Airplane, David Bowie, Iggy Pop o The Beatles (cuyo nombre se debe tanto a los beat como a The Crickets, banda venerada por Paul y John).
Ginsberg contra la hipocresía
«América, ¿por qué están tus bibliotecas llenas de lágrimas?», se pregunta en un poema Allen Ginsberg (1926-1997). Quiso combatir la hipocresía y, para ello, cantó en sus poemas la homosexualidad. «Seamos los ángeles del deseo del mundo», se lee en El automóvil verde. Estaba en el listado de personalidades peligrosas que elaboraba de manera concienzuda el FBI. Su viaje a Cuba le decepcionó profundamente. Esperaba encontrar un paraíso en el más acá y concluyó que los revolucionarios cubanos tenían más de «conservadores egoístas» que de «comunistas de corazón».
Su largo proceso de desintoxicación de la heroína le llevó a acercarse al budismo, donde aprendió que la «función de la poesía» es servir de «catalizador para los estados visionarios del ser». Jamás cobró por sus recitales y estuvo presente en casi todas las manifestaciones contraculturales, incluida la convocada contra la Convención Demócrata, en 1968. Intervino en algunas letras de Bob Dylan, como Subterranean homesick blues, en cuyo videoclip participó.
Hizo de las putas, vagabundos, rufianes, estafadores y cualquier desclasado su feligresía más querida y, cuando se comenzó a extender el uso peyorativo de beatniks (fusionando beat con Sputnik, el primer satélite de la Unión Soviética, archienemiga de Estados Unidos), escribió una carta a The New York Times: «[…] si hubieran sido los beatniks y no los iluminados poetas beat quienes hubieran invadido este país, no hubieran sido creados por Kerouac sino por la industria de los medios de comunicación de masas, dedicados constantemente al lavado de cerebro del Hombre».
Kerouac o la tormenta íntima
Su opus magnum, En el camino, fue publicada en 1957, después de llevar años rodando por diferentes editoriales que la rechazaban una y otra vez. Empleando el «flujo de conciencia», Jack Kerouac (1922-1969) narra los viajes de un grupo de amigos (el suyo) desde Nueva York a Nueva Orleans, pasando por Chicago y Ciudad de México, a bordo de Cadillacs y Dodges prestados. Aunque el propio autor la resumiría como la historia de «dos amigos católicos que vagan por el país en busca de Dios». Truman Capote, con su exquisita impertinencia, afirmó que «lo que ha hecho Kerouac no es escribir, sino teclear». Teclease o no, es una de las novelas más icónicas de la cultura estadounidense.
Sin la generación beat no se entendería el movimiento hippie, ni artistas como Bob Dylan, Janis Joplin, Jimi Hendrix o The Beatles
Kerouac se unió a la Marina Mercante de Estados Unidos en 1942, pero, al año siguiente, lo declararon incapaz por un diagnóstico de demencia precoz, primero, y de «personalidad esquizoide», después. Por aquel entonces, escribió su primera novela, El mar es mi hermano. Los asuntos que frecuentan su obra son el catolicismo (su madre era una mujer devota que marcó su personalidad), el jazz, la libertad sexual, el budismo, las drogas y los viajes.
Su relación con los beat se enfrió bastante pronto, lo que le llevó a contradecir sus postulados de juventud y criticar ciertas protestas de los años 60. A su pesar, fue uno de los custodios del movimiento hippie. Murió de una hemorragia interna causada por cirrosis. Tenía 47 años.
Burroughs, «carne de prestado»
William Seward Burroughs (1914-1997) fue el más salvaje. Adicto durante quince años a la heroína («la he fumado, comido, aspirado, inyectado en vena-piel-músculo, introducido en supositorios rectales»), se retiró pronto del activismo, pero su Almuerzo desnudo sigue erigiéndose como memorial de la contracultura y, en el decir de Norman Mailer, una de las mejores obras norteamericanas del siglo XX. En él reprueba a las instituciones, la burocracia y la doble moral de la sociedad pacata. Aplicó las técnicas del cubismo y el collage en la escritura, con un estilo que él denominó como cut-up.
Amante de las armas, homosexual, amigo de bribones y truhanes, huyó de Estados Unidos a México junto con su pareja, Joan Vollmer, con quien tenía un hijo. Al parecer, Burroughs llevaba tanta droga encima que colocó un vaso en la cabeza de su mujer. «¿Recuerdas a Guillermo Tell?», le preguntó. Joan asintió. Burroughs disparó, pero la bala no despedazó el cristal, sino la sien de la mujer. Estuvo en la cárcel trece días. Se desentendió de Billy, su hijo. Aseguró que se hizo escritor esa misma noche.
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