Internacional

La política del hijo único en China

Entre 1979 y 2015, el gigante asiático desarrolló un férreo control de la natalidad que provocó abandonos, abortos clandestinos e infanticidios, principalmente de niñas. Ahora atraviesa una acuciante crisis demográfica.

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04
diciembre
2024

En el último siglo, algunos países crecieron exponencialmente y, por ello, dieron el paso de implantar políticas controvertidas. El caso más claro ha sido China, que encabezó el ranking de países más poblados del mundo desde 1982 hasta 2023. A finales de la década de los 70, el gigante asiático superaba los 1.000 millones de habitantes. Conscientes de lo que conllevaba esta cifra y de lo poco sostenible que suponía a largo plazo, el Gobierno tomó una estricta decisión: la política del hijo único.

Esta estuvo vigente entre 1979 y 2015. El objetivo se centraba precisamente en establecer un límite a la natalidad y reducir la superpoblación –fundamentalmente en las zonas urbanas–. El Partido Comunista chino ya había iniciado antes de 1979 una campaña nacional de carácter restrictivo, que incluía el retraso de la edad de matrimonio, espaciar el tiempo entre un hijo y el siguiente y la distribución de anticonceptivos. Sin embargo, la esperanza de vida, al igual que en el resto del mundo, seguía en aumento y la mortalidad infantil había descendido, por lo que estas medidas no parecían resultar efectivas.

De esta forma, bajo el liderazgo de Deng Xiaoping se adoptó una nueva política de control de la natalidad, para la que se desplegó un amplio arsenal institucional y administrativo encargado de su cumplimiento. Todo el país, a excepción de algunas regiones limitadas o minorías, debía ceñirse a ella.

Ante el aumento de la esperanza de vida y el descenso de la mortalidad infantil, la población china continuaba creciendo

En realidad, lo que se instauró fue un sistema de premios y castigos, que otorgaban beneficios económicos y de empleo a las parejas cumplidoras y sanciones a las que no acataban la medida. Sin embargo, lo que se preveía como un buen propósito, terminó derivando en todo tipo de abusos y violencias. El problema de fondo consistía en que mientras las familias acomodadas podían hacer frente a esas multas, las menos favorecidas no, por lo que terminaron aumentando los casos de abandono infantil, el traslado de hijos e hijas con otros familiares y los abortos clandestinos.

Asimismo, más de 20 millones de niñas «desaparecieron» debido a abortos selectivos o infanticidios, puesto que, en una sociedad machista, si solo era posible tener un hijo, las parejas preferían tener un varón. Las niñas quedaban, por lo tanto, desamparadas y expuestas a múltiples riesgos y las madres, sometidas a esterilizaciones y abortos forzados.

En 1984, se introdujo una variante normativa que permitía tener un segundo hijo o hija en 19 provincias –las zonas rurales– si la primogénita había sido una niña. En 2015, la política del hijo único se suavizó, permitiendo dos descendientes por pareja y en 2021 se elevó a un máximo de tres, tras comprobar que la población estaba envejeciendo a un ritmo acelerado y que la cifra de personas en edad de trabajar estaba descendiendo considerablemente. Actualmente, su sistema de pensiones parece estar en riesgo.

Hoy en día, la situación china resulta preocupante. Además de un crecimiento poblacional ralentizado, que era el objetivo inicial, su política del hijo único ha provocado una importante fractura social. Se están viendo incrementados los gastos en salud y las jubilaciones y esa «selección» previa del sexo del primogénito ha provocado un desequilibrio demográfico entre hombres y mujeres, lo que podría tener consecuencias a medio y largo plazo.

El país está haciendo todo lo posible por revertir su pirámide poblacional. En los últimos años, el Gobierno chino, liderado por Xi Jinping, ha endurecido las condiciones para las adopciones internacionales de niñas y recientemente las ha suspendido totalmente, salvo excepciones basadas en parentescos. Ahora la infancia –especialmente las niñas– es un bien más preciado que nunca. No quieren dejarlas marchar pues de ello depende el futuro y el bienestar de un gigante asiático que hace décadas quiso solucionar una crisis futura, sin saber que abría las puertas a otra de similares o peores consecuencias.

 

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