«La igualdad de oportunidades es un mito»
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Escribir historias y hacerlas tan rentables como para vivir de ellas es un triunfo al alcance de muy pocos. Y entre esa casta de elegidos se encuentra Marta Sanz (Madrid, 1967). Pese a tener varios premios y reconocimientos en sus vitrinas, Sanz aun se considera dentro de la clase media de la literatura contemporánea española. Con el cuidado de una orfebre, Marta Sanz engarza palabras que nos sitúan ante nuestra realidad de una forma cruda y directa. Ahora con ‘Los íntimos‘ (Anagrama, 2024) retrata el panorama del negocio de la escritura y la venta de libros en unas memorias literarias imprescindibles.
¿Escribir en España sigue siendo llorar?
Creo que depende de para quién. Yo lo que quería contar un poco en este libro es cómo cosas que consideramos que están completamente al margen de la literatura –como los anticipos, los trabajos de promoción, la visibilidad, los viajes de biblioteca en biblioteca y de club de lectura en club de lectura…– para bien o para mal se termina reflejando en la escritura y en el estilo. Entonces sí es cierto que yo creo que dentro de la profesión literaria hay clases sociales y que hay gente que vive de maravilla, que son muy poquitos, y hay una gran masa de clase media, entre la que yo me encuentro, que estamos siempre que sí, que no, y esto te genera cierta inseguridad e incertidumbre. Y luego hay un cúmulo enorme de personas que no podrían hacer de esto su oficio nunca en la vida.
Escribes unas memorias literarias cuando todavía te queda mucho carrete…
Pues espero que sí me queden muchos años todavía, pero en este momento de mi vida vivo el trabajo literario de una manera bastante elegíaca porque me da la impresión de que con el tránsito de lo analógico a lo digital estamos asistiendo a un cambio sustancial del concepto de literatura. Lo que yo entendía como literatura de riesgo o de compromiso cuando yo era una escritora que estaba dando los primeros pasos, ahora es exactamente lo que no se tiene que hacer para conectar con un público lector amplio. En ese cambio de significado de la literatura, yo pienso que los escritores y las escritoras que hemos nacido a lo largo de la década de los 60 precisamente estamos haciendo muchas memorias literarias. No porque seamos también viejos, sino porque está entrando en crisis un concepto de literatura que es absolutamente ajeno a la lógica de las pantallas, a la velocidad de las cosas explícitas, a la ironía, al sentido del humor. Ahí hay una visión de una forma de cultura que se está acabando. No significa el apocalipsis porque a lo mejor ahora llegamos y nos encontramos con nuevas formas artísticas, pero de momento me parece que las cosas no van por ahí.
«Dentro de la profesión literaria hay clases sociales»
¿Ejercitar la memoria es una forma de hacer justicia con uno mismo y con la sociedad?
La memoria puede ser un ajuste de cuentas. En el caso de Los íntimos, y cuando yo he practicado la literatura autobiográfica, hay una mezcla de rencor, de resentimiento, de insatisfacción, pero también hay mucha gratitud y mucha iluminación de las alegrías. En las memorias de lo que se trata es de combinar, de buscar ese claroscuro y presentar tu propia vida, no como el ejemplo de nada a seguir, sino para demostrar que lo personal es político y de que el yo es la primera persona del nosotros. Cuando hablas de las contradicciones de tu vida y de tus neurosis, de lo que has logrado, de lo que te ha producido placer, de lo que te ha producido dolor, no estás hablando solamente de tu ombligo, sino que estás hablando de toda una serie de condicionamientos sociales, políticos, económicos y culturales que hacen que tú sientas lo que estás sintiendo. La literatura, ya sea autobiográfica, memorialística o de platillos volantes que viajan a Marte, siempre está dando cuenta de la contemporaneidad y de lo común.
Con la descripción que haces del mundo editorial queda una imagen muy peculiar, ¿tiene más glamour que otros ámbitos o necesita proyectar una imagen especial?
Lo que ocurre con el mundo literario es igual a lo que ocurre con cualquier otro mundo artístico: desde fuera tenemos una visión muy sacralizada. Pensamos en los creadores como si estuvieran tocados por el dedo de Dios y por las musas. Y su trabajo es tan inútil y fundamental que en ningún caso se paga. Pensamos que estamos como más allá del bien y del mal. Y no es así. En la literatura, todo lo que está fuera se mete dentro. Los aspectos empresariales, la competitividad, el capitalismo, las listas de ventas, las reseñas, el hecho de tener una foto o no… Al final todo forma parte de ese proceso de creatividad literaria que es cualquier cosa menos puro. Para mí, la autonomía del campo literario es una fantasía. Las palabras de la literatura y del arte no se pueden aislar de todo el aparato que nos sirve para comercializarlos. Pensarlo de otra manera es una gran ingenuidad y no querer asumir las responsabilidades que te corresponden.
«La memoria puede ser un ajuste de cuentas»
Hablas de tu experiencia frustrada como escritora fantasma, ¿por qué esa necesidad de aparentar ser escritor?
No sé si ahora, pero cuando a mí me pasó esto, que eran los años 90, sí que se consideraba que los escritores y las escritoras eran personas especiales con una visión del mundo separada del común de los mortales. Y hay una serie de personas poderosas que creen que pueden comprar o alquilar ese fuego sagrado. Pero yo creo que lo más interesante de la literatura, más allá de toda genialidad, es lo que podemos compartir con los demás. Lo que nos une a los demás. Esa dimensión de trabajo que es de oficio y de artesanía, de la que se quieren despojar estas disciplinas. Yo estoy segura de que este señor lo que quería era decir: «fíjate qué listo soy y qué libros más buenos escribo». El aprendizaje que saqué de esa experiencia fue un empoderamiento para asumir que, más allá de mi singularidad de niña que miraba la realidad de una manera especial, se me estaba pagando por mi habilidad para escribir, para ser versátil a través de la escritura, para hacer ejercicios de ventriloquia a través de mis destrezas de expresiones escrita. Esa parte fue para mí tremendamente fascinante y me empoderó mucho, aunque luego no me pagaran.
Reivindicas unos orígenes humildes en los que parecía raro que terminases siendo escritora o intelectual, ¿eres el ejemplo de que la democracia ha abierto puertas que el franquismo tenía cerradas?
Se podría interpretar así si yo tuviera una visión de mí misma en la que hubiera llegado de verdad al éxito y en la que yo me hubiera mantenido indemne. Lo que yo quiero contar en este libro es que, en realidad, la igualdad de oportunidades es un mito y lo que terminas sufriendo es ese desnivel en los puntos de partida. El hecho de no haber nacido en una familia con una gran biblioteca, haber sido mujer, haber tenido una mirada más progresista que otras personas… Todo esto me ha supuesto un desgaste permanente del que ahora me resiento. Este libro más que hablar de la posibilidad de ser lo que tú quieras en esta vida es la constatación de que no todo el mundo en realidad puede llegar a ser lo que quiera en esta vida y que si llegas a serlo vas a tener que hacer un sobreesfuerzo que a veces te va a dejar bastante maltrecha y cansada. Además, todo eso también es risible. Yo tengo premios y ahora puedo vivir de mi escritura, aunque haya tardado 30 años en conseguirlo. Por eso lo que quiero es desacralizar ese trabajo y dejar de idealizarlo y decir «oiga, esto es un trabajo y hay que dignificarlo como tal». Y «esto tiene un lado B que es mezquino, competitivo y que está profundamente atravesado de cabo a rabo por el capitalismo que empapa la cultura».
Eres madrileña y tu literatura, aunque universal, está muy centrada en la capital. ¿Madrid es un problema para España?
Para mí en este momento Madrid es la encarnación de un concepto de libertad que yo no comparto. Para mí la libertad no tiene que ver solamente con la libertad de comprar y vender, sino que es un concepto inconcebible, si no va relacionado a la igualdad y a la fraternidad. Creo que los modelos de negocio que está proponiendo la Comunidad de Madrid lo que están haciendo es abrir la brecha de desigualdad y que sea más evidente. Para mí, en este momento, Madrid no es precisamente una esperanza.
«Vivir en esa ficción de normalidad es la mejor manera de desactivar tu capacidad crítica y de transformación»
Hablabas de la literatura femenina cuando el feminismo era una cosa de colorín que a nadie importaba. Ahora es una cuestión transversal que polariza y hegemoniza el debate político. ¿Crees que pasará de moda o se quedará para siempre?
En el mundo de la literatura mucha gente dice «a ver cuándo acaba ya estaba esta movida de las feministas y las cosas vuelven a la normalidad». Entonces, ¿qué era lo normal? ¿Lo normal era esto de los grandes genios que por detrás tenían una mujer que se ocupaba de que la casa estuviera perfecta, de que el espacio del escritor estuviera aislado, y entonces ellos podían escribir la gran novela americana? De lo que se trata es que el feminismo no es una moda y no es una cosa que vaya a pasar. La gente considera que es algo muy exagerado, pero hay un informe de la Unesco en el que se apunta a que si las cosas siguen como hasta ahora conseguiremos la igualdad real dentro de 300 años. ¡Y a la gente ya le parece muy exagerado lo que está sucediendo! Desde el punto de vista femenino y feminista, mi aprendizaje a lo largo de este tiempo ha sido que yo cuando empecé era una ingenua total. Pensé que el campo cultural y literario iba a ser un campo inteligente, culto y sensible en el que no iban a existir las desigualdades que se podían identificar en otros ámbitos y con el paso del tiempo y con las rozaduras y las escoceduras me he dado cuenta de lo equivocada que estaba. Pero he tenido que cumplir un año detrás de otro y publicar 16 novelas, cuatro poemarios y muchos ensayos para darme cuenta de que yo estaba viviendo en una ficción. Y que vivir en esa ficción de normalidad, que no era ni muchísimo menos normal, es la mejor manera de desactivar tu capacidad crítica y de transformación. Afortunadamente creo que ahora las mujeres jóvenes son mucho más sensibles, que les aprietan en el zapato y reaccionan.
¿En España nos gusta demasiado poner etiquetas? «Joven promesa literaria», «literatura feminista»; que a veces terminan simplificando realidades mucho más complejas…
Las etiquetas son una manera de facilitar la venta buscando un consumidor adecuado. Con Los íntimos, me interesaba hablar de la simultaneidad. Como yo, por ejemplo, que ya tengo 57 años, soy al mismo tiempo una niña salvaje que canta, aunque nadie la escuche. Soy esa adolescente que escribía poemas para curarse de sus desengaños amorosos. Soy la joven que escribía muy bien para que sus papás le dijeran «qué bien monta la niña en bicicleta» y hacía alarde de su lenguaje. Soy la escritora que se dio cuenta de que la literatura es una conversación y que tiene que ver con lo público y con la comunicación y con la capacidad de descubrir a través de las palabras. Soy todo eso a la vez y no de manera incompatible. De hecho, creo que los seres humanos somos así. No es que tú vayas evolucionando y vayas cambiando para que una cosa se pueda cambiar por la otra como si fuera una piececita. Hay un solapamiento. Y ese solapamiento y esas realidades complejas son lo que no se puede reducir al lenguaje rápido de las redes. Y son lo que puede hacer de la literatura un territorio de resistencia y de desarrollo del sentido crítico.
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