Cultura

«El mar es movimiento perpetuo igual que el flujo entre muerte y vida»

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22
octubre
2024

En ‘Primero estaba el mar’, de Tomás González (Medellín, 1950), publicada originalmente en Colombia en 1983 y editada este año en España por Sexto Piso, la vida y la muerte, la naturaleza y la devastación, el amor y el desencanto se mezclan y revuelven como las olas de un mar picado. Basada en hechos reales, la primera novela del escritor colombiano muestra cómo la búsqueda de un idilio bucólico rápidamente se rompe.


El libro comienza con un epígrafe de la cosmología kogui: «Primero estaba el mar. Todo estaba oscuro […] El mar estaba en todas partes». Usted mismo ha dicho que «el mar es la metáfora del infinito». ¿Es también la metáfora tanto del comienzo como del final? Es decir, ¿de ese cruce entre la vida y la muerte?

El mar es movimiento perpetuo igual que lo es el flujo entre muerte y vida en aquello que se ha llamado muchas veces el mar de la vida. El fin del mundo y la creación del mundo son una y la misma cosa, instantáneos, permanentes. En el mar amanece y anochece al mismo tiempo, segundo a segundo. Perpetuamente se está acabando el mundo, perpetuamente está naciendo.

«Perpetuamente se está acabando el mundo, perpetuamente está naciendo»

En Primero estaba el mar hay otro personaje que parece tomarlo todo. Desde La vorágine, la selva ha aparecido en la literatura colombiana –e incluso latinoamericana– desde un lugar que se cruza con lo siniestro. A los personajes de su primera novela no se los traga la selva, como a los de José Eustasio Rivera, pero ¿se los traga quizá su propia concepción de que la naturaleza puede ser domada?

J. y Elena eran jóvenes en una época en que justamente los jóvenes habían dejado de creer que la naturaleza podía ser domada, y se les había hecho evidente que al tratar de hacerlo nos estábamos suicidando. Los años 70… También ellos dos lo creían así, y no de manera superficial. A fondo lo creían y por eso cuando tuvieron que empezar a talar para sobrevivir y que la pobreza no los expulsara de su querida tierra, se hizo evidente la tragedia a la que la vida los había arrastrado. No eran arrogantes para nada, ni codiciosos como los personajes de La Vorágine. Eran medio hippies y lo que habían buscado hacer se les convirtió en su contrario. La ambición de paz y armonía se deshizo y luego J. mismo se deshizo.

En medio de esa pulsión de colonos, los personajes se ven también marcados por la realidad de esa zona del país: el racismo, el machismo, la pobreza y el despojo son una constante en la obra. ¿Era su intención mostrar esa realidad en medio de un idilio que se rompe rápidamente? 

Era imposible contar esa historia sin mostrar aquella realidad. Pero mi intención no era hablar de la pobreza, el racismo o el machismo, ilustrar esos problemas, sino contar lo que a ellos dos les pasó. La pobreza y demás tuvieron mucho que ver, por supuesto, y forman parte de la trama.

«La clase social da su forma peculiar a los gestos faciales, a las elecciones afectivas, al lenguaje»

En un punto el narrador dice: «La anciana se despidió de Elena diciéndole señoy no doña Elena. Y como durante la visita se había mencionado a la mujer de don Carlos como doña, Elena percibió la diferencia de trato y tuvo que hacer un esfuerzo para que no le importara». ¿El clasismo –y el esnobismo– como marca de la época o de la sociedad colombiana en general?

El ser humano vive desde hace más de 6.000 años en una sociedad jerarquizada, de clases. La clase social da su forma peculiar a los gestos faciales, a las elecciones afectivas, a las del lenguaje y a muchos otros asuntos. Elena y J. viven en una sociedad de clases y actúan y responden siguiendo ciertos patrones. Pienso que en literatura todo eso se puede manejar de manera intuitiva, inocente, para así intentar captar los infinitos matices de aquella jerarquización, las infinitas maneras como las clases actúan, interactúan y fluyen. Me parece que no resulta útil estar demasiado consciente de la clase social a la que pertenecen los personajes. No se necesita ese conocimiento. El personaje, si de verdad llega, lo hace con todo, aficiones, afinidades políticas, gestos corporales y faciales, sin que el escritor tenga que definir primero a qué clase pertenece y recordar cómo se comportan las personas de esa clase. «La molestia de Elena refleja el dolor que le produce no ser reconocida como parte de la clase a la que ahora pertenece», anota un hipotético escritor, y sigue avanzando con el método del rábano por las hojas, arriesgándose a que el texto le salga seco, acartonado, como la frase que acabo de inventar y citar.

Además también hay en la novela una crítica muy actual: la deforestación, la destrucción de hábitats, una devastación por la actividad humana a la que se resiste el protagonista y al final cede… 

A J. el corazón se le aprieta cuando ve caer el primer árbol que tiene que tumbar. Es su reacción. En ese instante lo golpeó su tragedia. Aunque la novela no fue escrita con ese propósito, es posible que ponga su grano de arena en la lucha contra la devastación. Sería bueno.

«No es el impulso autodestructivo lo que [nos] tiene al borde del fin, sino el impulso de autoperpetuación que es la codicia»

Hablando del protagonista, la novela está basada en hechos reales, en la muerte de su propio hermano. ¿Cómo ha sido la experiencia de ver reeditada la obra ahora en España, 40 años después?

Me sentí contento, por supuesto. Hacía ya bastante tiempo que había dejado de tener en cuenta esa probabilidad.

Para cerrar, sus obras engloban la condición humana: el amor, el duelo, la muerte. En su ópera prima aparece especialmente algo que podríamos definir como autodestrucción. ¿Cree que el ser humano carga siempre una pulsión autodestructiva?

No encuentro ese impulso autodestructivo en el ser humano. A Hamlet no lo arrastra y aniquila una pulsión autodestructiva sino el afán de venganza. Y no es el impulso autodestructivo de la criatura humana lo que tiene a muchas especies, sino a todas, al borde del fin, sino el impulso demente de autoperpetuación que es la codicia. J. no buscaba la autodestrucción, sino la vida armoniosa, y para eso precisamente había comprado la finca. Entonces, fue dejándose arrastrar por una maraña de circunstancias irrevocables que lo rebasaron y destruyeron.

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