«El sistema está diseñado para disponer de mano de obra barata»
Artículo
Si quieres apoyar el periodismo de calidad y comprometido puedes hacerte socio de Ethic y recibir en tu casa los 4 números en papel que editamos al año a partir de una cuota mínima de 30 euros, (IVA y gastos de envío a ESPAÑA incluidos).
COLABORA2024
Artículo
¿Cómo viven quienes cosechan las frutas y verduras que se venden en los supermercados de toda Europa? La periodista, escritora, activista y documentalista Lucía Asué Mbomío Rubio (Madrid, 1981) dibuja en ‘Tierra de la Luz’ (Ediciones B) el duro retrato de lo que podría llamarse esclavitud moderna. La supervivencia de cientos de personas es narrada con un lenguaje poético, que nos transporta al día a día asfixiante bajo el plástico de los invernaderos, con el racismo, el impacto ambiental y una desbordante humanidad como telón de fondo. La nueva novela de la reportera de ‘Aquí la tierra’ (TVE) llega tras el éxito de ‘Hija del camino’ (Grijalbo, 2019) y ‘Las que se atrevieron’ (Sial Pigmalión, 2017).
En 2020 visitaste el asentamiento chabolista de Atochares (Almería), donde malviven unas 500 personas «sin papeles», procedentes de distintos países de África. Entrevistaste a varias de estas personas, entre ellas Nora y Margarita. ¿Qué te impactó más de aquella visita?
Ya había estado en diferentes asentamientos, tanto de personas refugiadas como desplazadas –en Líbano o en Haití; también había visitado otros asentamientos chabolistas en Madrid, por ejemplo–, pero me llamó poderosamente la atención encontrarme a una mujer de Guinea [Ecuatorial], que además era del pueblo al que yo pertenezco, el pueblo fang. Porque la migración procedente de Guinea no suele darse con el mismo nivel de dificultad que tienen otras comunidades a las que, debido a la no emisión de visados, puede que les haya tocado tomar rutas no seguras y venir en patera o saltar la valla. Aparte, me llamaron la atención la dureza y la sensación de que «no hay manera de salir de allí». Es un engranaje «perfecto»: da la impresión de que el sistema está diseñado para disponer de mano de obra barata para la cual es casi imposible mejorar su situación y abandonar el contexto de explotación al que está abocada por cuestiones administrativas. Con todo, pese a que lo que vi allí me pareció asfixiante, debo reconocer que me causaron una profunda admiración las bellísimas fortalezas derivadas de la unión entre mujeres y, al tiempo, reparé en las dificultades añadidas por el hecho de ser mujer.
¿Surgió ahí la necesidad de escribir Tierra de la Luz?
No fue justo ahí, pero sí es cierto que me comprometí con Helen Digala –nacida en Guinea Bissau, que llegó muy jovencita a Almería– a contribuir a contar lo que estaba pasando. En su momento, me escribió a través de redes sociales, desde el perfil Alcemos la voz africanos, que creó a raíz de lo que estaba sucediendo con la gente negroafricana en Libia: situaciones de esclavitud, un maltrato extremo y hasta asesinatos. Pero, además, de narrar lo que ocurría en el país, Helen decidió comenzar a subir vídeos para mostrar que alrededor de los invernaderos también estaban produciéndose episodios de injusticias dignas de ser denunciadas. A partir de ese contacto inicial, decidí ir a visitarla para saber más. Cuando lo hice, de ninguna manera me planteaba escribir el libro. Eso vino años después, cuando coloqué todo en mi cabeza.
La novela transcurre en Tierra de la Luz. Es un lugar ficticio, pero se parece mucho a otros que sí sabríamos ubicar en el mapa. ¿No queremos ver la realidad de las personas que recogen lo que comemos?
Para mí Tierra de la Luz es un cruce de muchos sures en los nortes. Podría ser «la huerta de Europa», la Cañada Real o cualquiera de las zonas de exclusión que, precisamente por dicha exclusión, no vemos. Están fuera de la agenda política y de la mediática… No queremos ver la realidad porque, si la viéramos, tendríamos que ser muchísimo más coherentes con nuestra forma de consumir. Hablo de la fruta y de la verdura que comemos, pero también de la ropa con la que nos vestimos. Y, ojo, yo no soy un ser de luz, también incurro en contradicciones constantemente ya que es muy difícil escapar de esa rueda.
El libro es una crítica del actual sistema agroalimentario y denuncia sus condiciones laborales, pero en él también abordas muchos otros temas: racismo, infravivienda, prostitución, salud, medio ambiente, homofobia… ¿Quién te gustaría especialmente que lo leyera?
He aprendido que es imposible convencer a la gente que está en las antípodas ideológicas, pero, respondiendo a tu pregunta, cuanta más gente, mejor, no tanto por una cuestión de ventas, como para que se entienda la profundidad que tiene todo esto. Quienes lean la novela comprobarán que la explotación que se da no es algo anecdótico sino uno de los muchos tentáculos que tiene ese pulpo gigante que es el racismo estructural. También que en las zonas de exclusión habitan perfiles muy diversos. Esto es importante porque tenemos una imagen súper monolítica de una realidad que es ultracompleja, sin embargo, aquello es un ecosistema en toda regla, con una variedad ingente de historias, de personas, de vivencias y de luchas también.
«Tendríamos que ser muchísimo más coherentes con nuestra forma de consumir»
Efectivamente, en Tierra de la Luz se entretejen las vidas de decenas de personajes, con sus historias, miedos, ilusiones… ¿Por qué es tan necesario humanizar la migración irregular?
Es fundamental humanizar no solo la migración irregular, sino los cuerpos negros, los cuerpos no-blancos y los cuerpos racializados porque Occidente lleva siglos deshumanizando a seres humanos. Al principio se hizo con el fin de perpetrar una de las grandes inequidades históricas como es la esclavitud transatlántica. Sin embargo, la esclavitud no ha sido una práctica exclusivamente occidental que haya afectado solo a personas negras o pobladoras originarias de lo que hoy conocemos como América. Por desgracia, ha sido algo profundamente humano y universal y se ha implementado a lo largo y ancho del planeta. No obstante, antes de la trata transatlántica, esclavizar era algo que se hacía como castigo o como botín de guerra. Es a partir del siglo XV cuando se aducen otros motivos de índole religioso o racial. Lo que en realidad estaba detrás era la avaricia: buscaban más tierras y explotarlas de forma más barata para obtener el máximo beneficio. Llevando esto al contexto de la España actual, si no mantuviéramos un relato deshumanizante que normaliza las muertes en el desierto del Sáhara, en el océano Atlántico, en el mar Mediterráneo o en el [mar] de plástico nos resultarían insoportables y no podríamos tolerar el expolio que aún se lleva a cabo en el Sur global o la explotación de las personas migrantes en el Norte.
En la historia aparecen periodistas que llegan al poblado, graban y se van. ¿Qué responsabilidad tienen los medios en la deshumanización de muchas personas o en la perpetuación de estereotipos?
Un par de ejemplos: no utilizar la palabra persona a la hora de referirnos a la gente que migra o entrevistar a personas migrantes o racializadas únicamente cuando hay que hablar de inmigración o racismo. ¿Acaso no sería mejor contar con esa gente también como expertas en aquello que saben, como profesionales en su área o como vecinas o vecinos que pueden opinar más allá de la cantidad de melanina que tienen o de su pasaporte? Pero es que, encima, hay gente migrante que sí podría hablar de inmigración, pero desde un conocimiento que trasciende lo vivencial, ya que son expertas y, por tanto, aportan análisis complejos y cuentan con datos, como Seydou Diop. Su discurso es fantástico. Si nos vamos a la imagen, que es mi especialidad, lo único que suelen mostrarnos cuando se habla de personas negras o de inmigración son masas, rara vez individuos con nombre, origen o porqués. Por si eso no fuera suficiente, los medios están tan acostumbrados a exhibir a gente negra, africana y migrante, en general, sufriendo, que eso ha provocado que, lejos de concienciarnos, hayamos normalizado el dolor de ciertas personas. Y que lo atroz nos resulte normal.
«Los medios están acostumbrados a exhibir a gente negra, africana y migrante sufriendo»
La deshumanización conlleva la pérdida de la identidad. La propia protagonista del libro, Ngolo, siente que la está perdiendo: «Son tantos los bultos que carga que la han sepultado y ya no puede verse a sí misma. Le toca recordarse cómo era, de qué cosas se reía con ganas o en qué destacaba para poder recuperar su ser». ¿Dar nombre y voz a cada una de estas personas ayuda a combatir los discursos de odio?
A estas alturas yo siento que ya llegamos muy tarde. Desde los medios, con esa narrativa deshumanizadora y dando pábulo a figuras polémicas que tienen discursos xenófobos y racistas pero que dan mucha audiencia, hemos facilitado que ese odio penetre en la sociedad.
La red que sujeta a la protagonista y al resto de personajes es la amistad. ¿Qué papel juegan los afectos?
Soy más amiguera que amorera, aunque amistad es otra forma de decir amor. A mí quienes me han acompañado en la vida, aparte de mi familia, han sido mis amistades. En los contextos de soledad, migración y precariedad, esas amistades se convierten en las columnas que sostienen porque no hay nada más. Quiero pensar que cuando todo es terrible, de repente, las cositas buenas que tenemos como seres humanos brotan, afloran y se crean redes hermosas, algo que ha evidenciado la DANA.
En el libro encontramos grandes dosis de realismo mágico, como elefantes que hablan fang, ¿por qué decidiste usarlo?
Al principio, me costaba encontrar palabras para hablar de sentimientos porque soy muy raspa en eso o, más bien, pudorosa. O sea, yo por supuesto que siento, pero, como afrocastellana que soy, me cuesta tanto expresarlo que recurrir a las hipérboles me facilita hablar de cosas sin necesidad de utilizar términos que a veces me da vergüenza verbalizar. Así nace Nostalgia que, de igual modo que un hermano siamés, va adherida al hombro porque es tan grande que no cabe en el corazón y que, como pesa un quintal, acaba por provocar que la gente camine inclinada. Esto no es más que un ejemplo. He creado imágenes bonitas que me conectan con la forma de narrar de mi padre y que considero que podían conferirle belleza a un entorno que puede llegar a resultar asfixiante, como trabajar debajo de un plástico. El realismo mágico permite volar, escapar a ratos.
«He puesto al servicio del antirracismo aquello que he estudiado: el periodismo»
En un momento del libro, los personajes hablan del privilegio que supone ser un X-MAN (personas con NIE, pues este documento solía llevar una equis delante del número). Debaten sobre si eso es un privilegio o más bien un derecho ganado. Cuando tienes un privilegio, ¿tienes la responsabilidad de emplearlo para ayudar a quienes no lo tienen?
Muchas veces hablamos dentro del antirracismo del privilegio y un día Yast Solo, un artivista afromadrileño al que admiro, dijo «no son privilegios sino derechos que se han luchado». Marra Ngom, activista senegalés radicado en Bilbao, por su parte, a veces comenta que «las personas negras no tienen privilegios». Quizá deberíamos buscar nombres nuevos, como reza el título del libro de la escritora zimbabuense NoViolet Bulawayo. Yo no he encontrado todavía el término adecuado, pero sí soy consciente de que yo soy una tipa que ha nacido con un pasaporte español debajo del brazo y eso cambia mi punto de partida con respecto a quienes acaban de llegar y están en situación irregular. Así que sí, tengo unos privilegios, o como se llamen, y siento que no vale con enunciarlos, tengo que hacer algo con ellos, por eso he tratado de utilizar mis vacaciones para grabar reportajes que denuncian situaciones reprobables e injustas. He puesto al servicio del antirracismo y de mi comunidad aquello que he estudiado: el periodismo.
El libro, que en realidad es un thriller, habla de desapariciones. ¿Qué pasaría si las personas migrantes desaparecieran?
Se les echaría de menos y, seguramente, se les valoraría de otra manera. No obstante, lo idóneo sería, sobre todo, que no pensáramos que hay gente que por narices tiene que dedicarse a las labores más duras y peor pagadas solo por pertenecer a determinados colectivos. Eso, y que dignifiquemos el campo. De ser así, quizá, también habría otras muchas personas que lo considerarían como opción laboral y no solo algo destinado a aquellas desheredadas de los derechos y de los afectos de un país que decide mirar a otro lado cuando se las explota. En cuanto a la parte de thriller, me apetecía que el libro fuera algo más que un conjunto de historias donde todo el mundo sufre. Trato diferentes temas, desde el auge de la extrema derecha hasta las consecuencias del uso de químicos que envenenan la tierra, o cómo en el peor de los escenarios puede surgir el amor, por poner algunos ejemplos. Vamos, que he mezclado asuntos diversos, los he cosido, un poco como hace Ngolo, la protagonista de la obra, que es diseñadora.
COMENTARIOS