Internacional

La cuestión de África

El golpe militar en Níger ha sido una de las noticias de verano. En meses anteriores, sin embargo, los medios occidentales casi no habían hablado del país. ¿A qué se debe que la cobertura mediática sobre África sea limitada hasta que ocurre una catástrofe?

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Antony Trivet
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04
septiembre
2023
Una vista de Nairobi

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Antony Trivet

Cuando Chimamanda Ngozi Adichie llegó a estudiar a Estados Unidos, dice que su compañera de habitación se apiadó de ella incluso antes de conocerla: «Su actitud por defecto hacia mí, en tanto que africana, era una especie de lástima bienintencionada y paternalista» pues «conocía una única historia sobre África, un relato único de catástrofes». En El peligro de la historia única, la autora critica la amplia tradición de la literatura occidental de mostrar a África «como un lugar de negativos, diferencias, oscuridades» en el que habitan «gentes incomprensibles enfrascadas en guerras sin sentido, víctimas de la pobreza y el sida, incapaces de hablar por sí mismos y que viven a la espera de ser salvados por un extranjero blanco y bueno».

Según estimaciones de la ONU, el 70% de la población de África Subsahariana tiene menos de 30 años y, para 2050, uno de cada tres jóvenes en el mundo vivirá allí. África es el continente con la población más joven del mundo y con mayor potencial de crecimiento económico. Pero, como explica Casa África desde Gran Canaria, «el desconocimiento y los estereotipos son los rasgos más comunes que acompañan nuestra percepción del continente».

Esto también radica en cómo se desarrolla la cobertura mediática en Occidente. En términos generales, para determinar cómo cubrir un acontecimiento, se parte de aspectos básicos de «lo noticioso» como la novedad, el alcance y la cercanía. Muchos medios, especialmente los locales que no cuentan con corresponsales extranjeros, priorizan en cobertura –es decir, en cantidad de artículos, análisis, debates o tiempo en pantalla– algunos eventos «menores» de la política interna frente a grandes acontecimientos que están sucediendo al otro lado del mundo.

El politólogo Virgil Hawkins, autor del libro Stealth Conflicts: How the Worlds Worst Violence is Ignored, explica que varios factores influencian cómo se cubre un conflicto en los medios, incluyendo su importancia política y su proximidad –tanto geográfica como cultural–. En otras palabras, puede existir un sesgo de selección según que el conflicto en cuestión tenga interés nacional y político, y que la gente se pueda identificar con los involucrados.

Además, como explica el periodista polaco-nigeriano Remi Adekoya, «las malas noticias venden bien. La gente se siente mejor con su vida cuando oye que otros tienen problemas más grandes que los suyos. Un europeo descontento por no poder conseguir una hipoteca, aunque no sea consciente de ello, probablemente verá su vida con mejores ojos después de ver imágenes de gente sin electricidad, sin agua corriente y con poca comida».

Casa África: «El desconocimiento y los estereotipos son los rasgos más comunes que acompañan nuestra percepción del continente»

En las últimas semanas, la crisis en Níger ha llenado las pantallas y los titulares. Su reciente golpe de Estado plantea una situación puntiaguda para los derechos humanos y debilita la ya azotada democracia de la región del Sahel –que en los últimos años ha visto levantamientos militares en Malí, Chad, Guinea Conakri, Burkina Faso y Sudán–. Pero no puede dejarse de lado que la cobertura mediática también puede responder a intereses geopolíticos y económicos. El golpe de Níger ha generado especial preocupación en Occidente, no solo porque allí están las minas de uranio de las que extrae Francia, además de bases militares francesas y estadounidenses desde donde despegan drones para combatir el yihadismo, sino que, además, la creciente presencia del Grupo Wagner como cuerpo de seguridad en varios países vecinos podría darle a Rusia una ventaja estratégica en la región, donde ha ido ampliando su influencia.

En los medios de comunicación se construye la narrativa de los países y, como se ve con el caso de África, también de los continentes. Noticia a noticia, se va construyendo un imaginario sobre lo que sucede en ellos. La información publicada –o ignorada– impacta no solo sobre la agenda mediática, sino también sobre la agenda pública. Y la cosa se vuelve aún más grave si se mantiene una mirada paternalista heredada del pasado colonial.

El artículo satírico del escritor keniano Binyavanga Wainaina How to write about Africa es un excelente ejemplo de cómo las palabras usadas por los medios marcan la percepción sobre el continente. Lamentablemente, en no pocas ocasiones la narrativa occidental ha caído una y otra vez en estereotipos y frases hechas como la generalización total de la pobreza y el hambre, o, para darle color, los atardeceres rojos y el ritmo en las venas, llegando a veces a puntos tan absurdos como «tratar a África como si fuera un solo país» (son 54 países, es decir, más que en Europa).

Volviendo a Chimamanda Ngozi, insistir solo en las historias negativas de África simplifica la experiencia de todo un continente, y crea estereotipos en los que el problema «no es que sean falsos, sino que son incompletos». Por eso, el consultor en comunicación keniano Patrick Gathara afirma que una forma en que las organizaciones mediáticas occidentales pueden abordar la cuestión es repensando el rol del corresponsal extranjero y apostando por reporteros locales que puedan ofrecer mucho más contexto y saber cómo el acontecimiento se enmarca en una historia más amplia: periodistas locales que puedan explicar, más que solo reportar. Porque, ante la falta de contexto y de información en profundidad, se termina presentando una historia reduccionista que impide a la audiencia hacerse una imagen completa y recibe, a la postre, representaciones acotadas y exentas de matiz.

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