Cuando la ciudadanía es parte activa del conocimiento científico
A través de los numerosos proyectos de ciencia ciudadana que existen en la actualidad, todas las personas que integramos el tejido social podemos contribuir activamente al conocimiento y al desarrollo sostenible.
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Auggie Wren colocaba una vieja cámara analógica sobre un trípode y, exactamente a la misma hora, cada día, tomaba una única fotografía. Después colocaba las fotografías por orden temporal en un álbum que se convertía, de esta manera, en una especie de repositorio de la diversidad urbana. Numerosos rostros, en ocasiones los mismos, los de todas aquellas personas que caminaban por la esquina en que se situaba el estanco en que Auggie trabajaba. La historia da más de sí, como muestra esa joya del séptimo arte que es Smoke. Lo que demuestra la historia de Auggie es que cualquier ciudadano puede contribuir a la ciencia de manera sencilla. Imagínense lo que podría suponer el catálogo fotográfico de Auggie para un antropólogo que, en el futuro, decidiese estudiar la evolución temporal de los habitantes de una urbe.
Algo parecido a lo que hacía Auggie en la película, pero con mayor concienciación del aporte que logran, hacen a día de hoy numerosos ciudadanos que con pequeñas acciones ayudan a que la ciencia evolucione. Es lo que se denomina «ciencia ciudadana»: una forma de aportar conocimiento científico mediante proyectos de investigación colectiva, participativa y abierta. Y la fotografía es una de las más populares herramientas que utiliza. Es el caso de los biomaratones fotográficos organizados por Iberozoa, una entidad sin ánimo de lucro que, a través de actividades vinculadas al ecoturismo o la educación ambiental, elabora contenido divulgativo y acomete proyectos en que puedan encontrar oportunidades laborales jóvenes estudiantes de Biología o Ciencias Ambientales. Las personas que participan en sus biomaratones toman fotografías, en determinados entornos naturales, que después pueden subir a aplicaciones que sirven de bases de datos de la biodiversidad. iNaturalist o eBird son solo algunas de las plataformas que alimentan sus proyectos científicos centrados en biodiversidad gracias a la participación ciudadana.
La ciencia ciudadana es una forma de aportar conocimiento científico mediante proyectos de investigación colectiva, participativa y abierta
Podría parecernos novedosa o reciente esta manera de involucrar a la población civil en el avance científico, pero la realidad es que el primer ejemplo de ciencia ciudadana lo tenemos en 1881, cuando el ornitólogo norteamericano Wells Woodbridge Cooke decidió crear una red de observadores voluntarios distribuidos por diversas zonas de su país que aportaran datos sobre la migración y costumbres de las distintas especies de aves. Y no solo aves, sino todo tipo de animales y plantas avistados por cualquier ciudadano pueden engrosar el tremendo banco de imágenes y sonidos que supone la plataforma web y aplicación móvil observation.org. Se trata de una herramienta gratuita que permite registrar avistamientos de una amplia variedad de especies, con un sistema de geolocalización que permite a los usuarios ubicar sus avistamientos en un mapa interactivo. El beneficio para la comprensión de la fauna y flora locales que proporciona esta herramienta está fuera de toda duda.
Pero más allá de su aportación al conocimiento de los investigadores, la ciencia ciudadana también puede promover y favorecer la educación medioambiental, a la vez que trabaja por la inclusión social. Un claro ejemplo es el del proyecto educativo The Inclusive Circular Lab, gestionado por la Fundación Juan XXIII. Este proyecto, liderado por personas con discapacidad intelectual expertas en agricultura ecológica, involucra a centros educativos en un programa de economía circular a través del compostaje de residuos orgánicos. Similar línea educativa siguió el proyecto europeo URBANOME, coordinado por la Universidad Aristóteles de Salónica, Grecia, pero en este caso centrado en lograr el bienestar ciudadano en entornos urbanos. En nuestro país, desarrollaron las Rutas Escolares Saludables, tras haber recopilado y valorado las propuestas de la ciudadanía para desarrollar en colegios acciones de sensibilización acerca de la calidad de vida y el bienestar en los entornos urbanos.
La ciencia ciudadana nació en 1881 con la red de observadores voluntarios de aves que instauró el ornitólogo Wells Woodbridge Cooke.
La preocupación de la ciudadanía por la conservación del medio ambiente es cada día mayor, por lo que involucrarla en las acciones que se tomen al respecto siempre resultará positivo. Es lo que tuvieron claro los creadores de la app CoastSnap, que permite a cualquier ciudadano subir fotografías de la costa tomadas desde estaciones habilitadas al efecto con soportes fijos de altura y coordenadas. De esta manera, facilitan la monitorización de los cambios en las líneas de costa. La red cuenta actualmente con más de 20 estaciones en las playas de nuestro país.
Y de nada sirve trabajar para hacer más sostenible nuestro futuro inmediato si desconocemos nuestro pasado. Evitarlo es lo que pretende el proyecto La Memoria del Rebaño, coordinado por el Institut Catalá de Paleoecología Humana i Evolució Social. Con la colaboración de personas que se dedican o se han dedicado al pastoreo, están creando un amplio catálogo documental que recoge los conocimientos y experiencias de estas personas, y que ayudará a interpretar datos de un estudio de restos recuperados en yacimientos arqueológicos y relacionados con la actividad ganadera.
Cualquiera de los que componemos el tejido social podemos hacer como Auggie Wren y formar parte de la ciencia ciudadana convirtiendo alguna de nuestras pasiones o pasatiempos en una fuente de conocimiento que nos ayude a avanzar hacia un mejor y más sostenible futuro.
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